Rafael estaba muy feliz de haber conocido a alguien así. Esperaba con ansias que llegue el día siguiente, para salir al encuentro de aquel hombre que le había enseñado tanto.
Cuando Rafael llegó a la esquina del cruce de las avenidas Brasil y Río de Janeiro, buscó y buscó, miró a su alrededor pero no encontró a don Ernesto. Se dirigió a un hombre que vigilaba la cuadra del frente y le preguntó.
- Disculpe señor, no ha visto por aquí a un hombre con barba larga, bajo de estatura, 85 años más o menos... Siempre estaba sentado en esta esquina.
- Tú te llamas Rafael?
- Sí, por qué?
- Anoche, ese hombre se fue...
- A dónde?
- No lo sé... Vinieron unos paramédicos y se lo llevaron. El hombre estaba saltando de alegría, y decía “por fin me voy, gracias Dios por llevarme contigo...”.
- No puede ser...
- Toma, me dijo que te de esto si venías a buscarlo. –y le entregó un sobre-.
- Qué es?
- No lo sé... Supongo que debes leerlo.
- Bueno, gracias.
Rafael se dirigió a la esquina donde se encontraba todas las tardes con don Ernesto, se sentó en su lugar y abrió el sobre. Desdobló la carta, y empezó a leer...
“Querido Rafael:
Acabas de irte a casa, aún veo tu cuerpo a lo lejos, estás por cruzar la avenida Arnaldo Márquez...Sí, eres tú... He decidido escribir esto. Sabes? Tengo cáncer al hígado y cuando fui al hospital hace cinco meses, me dijeron que hoy, 29 de mayo, es mi último día... Supongo que en cualquier momento me voy, pues hace dos días vinieron por la mañana unos enfermeros y me advirtieron, y me revisaron y confirmaron el diagnóstico. No te lo conté porque no quería que te preocuparas. Le voy a pedir al vigilante del frente que te entregue esta carta.
No sabes lo mucho que disfruté a tu lado. Saber que le importo a alguien es suficiente. Eres lo único que tengo en la vida (que está por acabar) por eso te dejo mi herencia y mi amor. En la misma avenida Brasil, en el jardín de la casa número 1367, hay un cofre de tamaño medio... Es tuyo, quiero que te quedes con él. Dentro hay 15 mil dólares y fotos de los lugares que visité. Hay además algunas cosas muy valiosas, son tuyas, sólo tuyas. Te estarás preguntando porqué no usé ese dinero nunca, pues bien, tampoco me gusta el dinero. El poco dinero que obtengo con las limosnas, las dejo en el sombrero del ciego, que está dos cuadras arriba de aquí. Es más pobre que yo, y necesita comer... Yo me las puedo arreglar.
Recuerda que todo tiene una razón, y toda razón tiene un fin. Te parecerá imposible comprender esto, pero ten en cuenta que aquello que para ti es imposible, es posible para otros. A su debido tiempo comprenderás todo lo que te enseñé, por el momento sé feliz y evita las preocupaciones.
Me encantaría poder seguir escribiéndote, pero siento que todo está acabando... Mis ojos se cierran, ya me voy. Estaré velando por ti, cuídate. Saluda a tu madre, y suerte en la vida, sobre todo en la amorosa. Recuerda que el amor no es sólo un sentimiento en el corazón; el amor también es entregarse por completo a alguien sin lógica, sin razón. Y yo me entregué por completo a ti.
Te considero un hijo, y te amo como padre. Por ti hago cualquier cosa.
Atte.
Tu padre de las calles
Ernesto Córdoba Castro”
Rafael lloraba desenfrenadamente. Pasaron los días y decidió ir a la dirección que le había dado don Ernesto. Sacó el cofre con el permiso de la dueña de la casa. Ciertamente habían 15 mil dólares, muchas fotos de distintos lugares del mundo... Estaban los planos de la reconstrucción de Acllahuasi. También había una foto especial, Rafael pensó que ya la había visto. Era de una niña delante de una pared donde estaba pintada la bandera estadounidense. Detrás de cada foto decía el lugar donde había sido tomada. Además, decía la fecha de su toma, y en cada una había una dedicatoria, siempre la misma: “para mi hijo de las calles”.
Llegó a casa muy triste, pues aún tenía el concepto de la pérdida de don Ernesto. Subió a su cuarto, dejó todas las cosas, y bajó a la cocina a tomar un vaso con agua. Tenía en su mano la foto de la niña, donde además de la dedicatoria, el lugar y la fecha, había con letras muy pequeñas una frase, “ésta es mi hija, y la adoro”. Cuando se sirvió el vaso con agua, dejó la foto sobre la mesa, e inmediatamente llegaba doña Julia.
- De dónde sacaste esta foto?
- Por qué lo preguntas?
- Es mía... Me tomaron esta foto hace mucho, cuando fui a vivir a los Estados Unidos...
- Mami... Ya conocí a mi abuelo...
- Qué? No, mi tía Elena me dijo que él había muerto. Lo habían secuestrado y nunca se supo nada de él. No juegues con esas cosas.
- Mami, mi abuelo Ernesto, Ernesto Córdoba Castro, arqueólogo y escritor, sí ha muerto, pero no cuando tú crees, sino hace una semana, el 29 de mayo.
- No juegues así Rafael.
- No estoy jugando maldita sea. Ese mendigo que te rozó el vestido y movió tu cartera, el mendigo a quien no quisiste darle unas malditas monedas era tu padre... Y murió de cáncer, y no sólo eso, aun te amaba, y sufría porque nadie lo quería... Ese mendigo era tu padre!!!
- Rafael, veta a tu habitación...
- No!!! No iré a mi habitación, iré con mi abuelo... Iré a conocerlo más, y a darle el cariño que dejó de recibir desde hace mucho...
- Hijo...
Ambos lloraron, se abrazaron. Y una sonrisa se dibujó en el cielo, la sonrisa de don Ernesto.
Fin.
Te felicito Alejandro muy interesante. He leido todos los cuentos que haz publicado y lo unico que puedo decir es "felicitaciones". Muy bien redactado, las historias captan el interes del lector hasta el final. Muy bien te felicito de todo corazon y te auguro muy buen futuro como escritor.