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Don Lobo busca trabajo

Don Lobo no necesita presentación pues todos vosotros, niños y niñas, conocéis más que de sobra de quién se trata: es el malo de todos los cuentos… y, además, es el que, al final, siempre sale perdiendo.

Pero un buen día, don Lobo se hartó de su trabajo. No solo se aburría de llevar siglos haciendo lo mismo, sino que empezaba a afectarle en el ánimo que todo el mundo lo temiera y lo odiara.

Lo cierto es que, hasta hace pocos años, don Lobo no era muy consciente de esto. Fue a raíz de abrirse un perfil en redes sociales cuando se dio cuenta del rechazo que despertaba en las personas. No solo es que nadie le diera “me gustas” cuando publicaba en su Instagram fotos de los platos que había cocinado con los cabritillos, por ejemplo, o que recibiera un montón de tuits ofensivos algunos vegetarianos radicales … ¡Es que hasta habían creado el hashtag #BloquearAlLoboFeroz!

Todo aquello había comenzado a pasarle factura, y cada día estaba más nervioso, más triste… ¡Y más harto! Así que decidió cambiar de trabajo.

Don Lobo se dirigió aquella mañana a la Oficina de Empleo del Bosque. Tuvo que madrugar muchísimo para conseguir cita y, aún así, todavía tuvo que esperar tres interminables horas para ser atendido. Pero, por fin, llegó su turno.

– ¿Don Lobo Feroz? – preguntó una empleada apareciendo en la sala de espera.

– Sí, soy yo.

– Pase, por favor.

Don Lobo acompañó a la empleada al interior de una pequeña oficina. Tomó asiento y entregó su currículum a la funcionaria. Se hizo un largo e incómodo silencio mientras ésta estudiaba su experiencia laboral.

– Muy bien. Vayamos por partes. Aquí dice que ha trabajado usted en el cuento de Los tres cerditos -comenzó la funcionaria con tono de estar muy aburrida.

– Así es…

– Bien… a raíz de esta experiencia… ¿Qué habilidades diría usted que tiene?

– Pues… ¡Una gran capacidad pulmonar! Derribé las casas de esos cerditos tan solo soplando.

– Interesante… Le apunto entonces para el puesto de Soplador de molinos de viento… ahora con todo esto de la energía verde hay muchos puestos disponibles. ¿Qué tipo de casas derribó usted?

– Una de paja y otra de madera. Con la de ladrillo no pude. No soplo con tanta fuerza…

– Aham… entiendo. Entonces, por si acaso, también le voy a inscribir es estos puestos: Soplador en fábrica de vidrio, e Inflador de globos en parques de bolas infantiles -informó la funcionaria mientras tecleaba sin cesar en su ordenador.

– También ha trabajado usted en el cuento de “Los siete cabritillos”. ¿Qué destacaría de ello? -continuó la empleada.

– Bueno… pues, conseguí que los cabritillos me abrieran la puerta… resulté muy convincente…

– Ajá, ajá… A este puesto también puede postular: Vendedor a puerta fría.

– ¿Eso que es? -preguntó Don lobo, a quien le sonaba a trabajar dentro de una nevera y pasar mucho frío.

– Es el que va por las casas intentando venderle a la gente cosas que no necesita. Hace falta habilidad para lograr que las personas abran la puerta de casa a un desconocido…

– Ah, vale, perfecto. Sí, yo creo que se me daría bien.

– ¿Y cómo logró usted convencer a los cabritillos para que le abrieran la puerta?

– Suavicé y blanqueé mi mano con harina… -respondió don lobo, muy orgulloso

– Buscaremos algo en el sector de la Cosmética… -concluyó, sin emoción, la funcionaria.

– … y me aclaré la voz con yemas de huevo -interrumpió don lobo.

– Eso suena interesante, ¿podría hacerme una demostración?

– ¡Claro! ¿Tiene usted… ejem… huevos?

– Claro, en el sector público tenemos de todo. Aquí los tiene.

Don lobo comenzó a batir los huevos mientras se excusaba por el escándalo:

– Siempre los bato, ¿sabe? Me da menos… asquete que comerlos enteros crudos.

Una vez líquidos, se los bebió de solo dos tragos.

– Adelante, muéstreme lo que es capaz de hacer -animó la funcionaria.

Entonces don Lobo cantó con una voz maravillosa, angelical, aguda y suave.

– Sorprendente. Le apunto para trabajar como cantante -resolvió la funcionaria de empleo sin dejar ver un atisbo de emoción en su aburrido tono de voz.-Sigamos… aquí dice que es usted el lobo de “Caperucita Roja”. ¿Devora abuelitas?

– Sí…

– Bien, usted no puede postular a puestos que impliquen el cuidado de ancianos, por seguridad. Lo voy a dejar aquí anotado. ¿Algo que destacar sobre su trabajo en este cuento?

– Hmmm… muchas horas de espera en el bosque mientras aparece Caperucita.

De pronto, don lobo escuchó con mucha claridad una lejana voz que decía, con enfado:

– ¡Que me llamo Antonia!

– ¿Ha oído usted eso? -preguntó don lobo a la funcionaria.

– No… ¿El qué?

– Eso de “Me llamo Antonia”…

– Si usted oye voces en su cabeza, me temo que voy a tener que quitarle como postulante a Soplador de globos en fiestas infantiles…

– Volviendo al tema: soy un lobo con mucha paciencia.

– Paciencia, entiendo… Puede trabajar como Investigador científico…

– Eso aquí está muy mal pagado…

– En un vivero de bonsáis… Y aquí mismo, cara al público en la Oficina de Empleo… ¡Un momento! ¿Me quiere usted quitar MI trabajo?

– ¡No, no! ¡Pero si lo ha dicho usted!

– ¡Ah, bueno! Pues eso lo tacho. Por si acaso… -dijo la funcionaria con todo desconfiado.

– Finalmente, dice usted que ha trabajado en el cuento de “Pedro y el lobo”.

– Sí, tengo experiencia con mentirosos

– De-par-ta-mento de propa-ganda elec-toral… -musitó la empleada mientras tecleaba en su ordenador.

– Y con ovejas… sé cómo atraparlas y sujetarlas sin hacerles daño, que luego se me tensan, se queda la carne dura y me hago daño en los dientes.

– Como esquilador tendría usted mucho futuro, ya apenas quedan profesionales en el mundo.

– Una pena…

– Muy triste. Lo apunto- continuó la funcionaria con el mismo tono neutro en su voz.

– ¿Idiomas?

– Todos a los que se han traducido mis cuentos.

–  ¿Vehículo propio?

– Hmmm… no. Podría conseguir una bici… -aseguró don Lobo.

-¿Disponibilidad para viajar?

-Mire, es que con todo esto del COVID, a mí lo de que me metan el palito por la nariz, no me hace mucha ilusión. Ponga que no.

– ¿Le interesan ofertas de teletrabajo?

– Tengo tres lobeznos (de 2, 4 y 6 años, ¿sabe? Mire, aquí tengo una foto…) Teletrabajo, imposible.

– Muy guapos. Muy bien. Pues eso es todo.

– ¿Ya está?

– Sí, le llamaremos cuando nos comuniquen vacantes en algún puesto que se ajuste a su perfil.

– Ah, fenomenal. Por si acaso, además de la foto de perfil, le dejo una en la que aparezco de frente… ¡Que tenga usted buena tarde!

– Igualmente.

Don lobo abandonó la oficina de empleo. Antes de salir por la puerta escuchó, a lo lejos, la voz de la funcionaria en la sala de espera.

– ¿Don Capitán Garfio? -preguntó aquella voz aburrida y neutra.

– Sí, yo -respondió una voz rasgada por el ron.

– Adelante…

Don Lobo se fue a su cueva y se dispuso a esperar la llamada de la funcionaria. Pero pasaban los días y nada, el móvil no sonaba. El único ruido que hacía el teléfono era el de las notificaciones de tuits poniéndole verde.

Una semana y media después, Don Lobo había perdido la esperanza de poder cambiar de trabajo. ¡Estaba condenado a ser el malo del cuento toda la eternidad! Pero una mañana, sonó el teléfono.

– ¿Sí? ¿Dígame?

– Buenos días, ¿Don Lobo Feroz?

– Sí, soy yo.

– Le llamo de la Oficina de Empleo del Bosque. Tengo para usted el puesto perfecto. Están interesados en la ONG “Salvemos al Lobo Ibérico”, necesitan a alguien en el departamento de recaudación de fondos. Les ha gustado mucho su perfil. Y también su foto de frente. -al otro lado del teléfono hablaba la funcionaria, su tono seguía estando libre de toda emoción.

– Oh, esa es una gran noticia. Me da usted una alegría. ¿Cuándo empiezo? -preguntó don lobo con gran entusiasmo.

– En cuanto usted pueda.

– Perfecto. Deje que hable con mis jefes, los narradores de los cuentos, para presentar mi renuncia formal. Y en cuanto estén arreglados los papeles, me incorporo.

– Muy bien, tan pronto haga usted el papeleo, se pasa por la oficina de empleo.

– Muchas gracias -finalizó el lobo la conversación. Y colgó.

Nada más colgar, don Lobo se puso rápidamente en contacto con sus jefes para presentar su renuncia. No hace falta decir la sorpresa y la conmoción que causó en los narradores esta noticia. Le rogaron que se quedara, le ofrecieron un ascenso y que tuviera su propio despacho en el bosque… ¡incluso prometieron subirle el sueldo!

– ¡Sí! ¡Ahora! Ahora ya no me interesa…

– Pero nada, don Lobo estaba decidido. Y muy ilusionado. No sólo había conseguido cambiar de trabajo, sino que había encontrado uno muchísimo mejor, uno que le convertía en el bueno del cuento. ¡En una ONG! Eso era una auténtica suerte. Pero entonces, pasó algo inesperado…

– ¿Hola? ¿Lobo?

– Sí, soy yo… ¿Quién es?

– Soy Antonia…

– ¿Qué Antonia?

– ¡Antonia Kitty!

Se hizo un silencio. Estaba claro que don Lobo no tenía ni idea de quién hablaba.

– ¡Caperucita Roja, leñe! -aclaró la voz, ya con cierta impaciencia.

– Ah, sí, Caperucita… dime, dime.

– Mira, me han llamado los jefes para contarme que vas a dejar el trabajo de lobo de los cuentos. ¡Y eso no puede ser! ¿Sabes? Todos los personajes estamos conmocionados. ¡No puedes irte!

– Lo siento Caperu… ejem… Antonia, pero está decidido.

– Yo siento mucho si te he tratado mal, a ver, ¿sabes? Es que soy de carácter rebelde. Pero te quiero, atontao, eres mi amigo y no quiero que te vayas. Y a mi abuelita… ¡La tienes contenta con esta decisión!

Caperucita estuvo un rato largo intentando disuadirle, pero nada, el lobo estaba decidido a cambiar de empleo. Aunque lo sorprendente llegó después. Todos los personajes de sus cuentos se pusieron en contacto con él para convencerle de que no se fuera: el pastor Pedro, la abuelita, los cerditos, el cazador, mamá cabra… ¡Hasta los siete cabritillos se presentaron en su cueva para tratar de convencerlo!

Entonces el lobo entendió lo necesario que era para sus compañeros y se dio cuenta de cuál era el verdadero problema. Así que cambió de opinión: fue a la oficina de empleo y rechazó el puesto, y, ¿sabéis lo que hizo justo después? Cerró todos sus perfiles en redes sociales. Con un portazo.

Don Lobo se había dado cuenta de que las personas verdaderamente importantes son las que te conocen de verdad, esas con las que se comparten momentos, las que no te juzgan ni se meten contigo. Las que te ayudan. Don Lobo se había ganado un gran prestigio como malo del cuento con el paso de los siglos ¡No necesitaba cambiar de trabajo! Lo que don Lobo necesitaba era quitarse de encima a toda esa gente desconocida y malvada. Y hacerlo fue muy sencillo. A partir de ese momento vivió feliz y no le criticó nadie por comerse una perdiz.

Ah, y don Lobo contactó con la ONG para colaborar con ella gratis en sus ratos libres. Porque si el jamón ibérico es importante… ¡El lobo ibérico, ni te cuento!

Este es un cuento del lobo feroz diferente porque, lejos de desarrollarse en un entorno de fantasía, trae al protagonista al mundo real, por lo que los adultos también disfrutarán con las ocurrencias que tiene la empleada de la oficina de empleo.

Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
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