Muy temprano acudía a su presencia, y aunque él, ni cuenta se daba, ella siempre a su lado confortándolo y tratando de ayudar a que fuera menos dolorosa su estadía. Desde tiempo atrás, él contrajo una enfermedad donde en su mundo sólo existían él y su imaginación. No estaba trastornado o había perdido el juicio, no, padecía del mal de Halzeimer. De momentos tenía lucidez, otros, la perdía y se embaucaba en su propio yo. Cuando pasaba eso, ella aprovechaba para decirle que lo quería y que pronto se aliviaría. Se obsesionaba por algo en concreto y no lo soltaba. Por ejemplo, hablaba con insistencia sobre su pasado, y aunque éste estaba bastante distante del tiempo que vivían, eran recuerdos nítidos los que platicaba. Por las tardes, como a las 4, ella le llevaba puntualmente su taza de café humeante y su pan calientito. De inmediato, los ojos obscuros de él, manifestaban su agrado, independientemente de cómo se encontrara. Estas rutinas, por llamarlas de algún modo, se repitieron durante más de 30 años. Eran en verdad cansadas, aunque ello, no impedía el profundo amor que ella le tenía a él.
Creo que se conocieron allá por los años 30’s. Él, don Ventura, fue veterano de la Revolución, y peleó junto al general Obregón, como orgullosamente decía. Ella, una joven pueblerina de hermosos ojos y extraño andar por una enfermedad adquirida en su niñez, poliomielitis. Su nombre: Agripina. Les decía que se conocieron en los inicios de los años treinta. Don Ventura, era originario de un rancho sinaloense que la verdad, desconozco el nombre, y doña Agripina, había nacido en Álamos, la ciudad colonial sonorense. Se casaron cuando eran muy jóvenes y anduvieron a salto de mata, por la “profesión” de él. Vivieron algunos años en Huatabampo, sitio donde nacieron la mayoría de sus hijos. Tuvieron tres: Norma, Ventura y Agripina. Agripina era una diligente y activa dama, siempre al pendiente de su marido por varios años, hasta que le llegó la rara enfermedad que lo mantuvo muchos años, hasta su muerte, en silla de ruedas.
Don Ventura murió un 22 de enero de 1960, doña Agripina aún le sobrevivió hasta el 31 de julio de 1983. Fueron un excelente matrimonio. A don Ventura no lo conocí físicamente, murió cuando aún no nacía; sin embargo, muchas historias conocí acerca de él. A doña Agripina, la traté muchísimos años, alrededor de 19, y la verdad la quise mucho. Fue mi segunda madre. Me lidió, me atendió, me regaño cuando fue necesario; pero sobre todo, me dio siempre mucho amor y comprensión. El día que ella murió, fue la primera de dos heridas que han rasgado mi corazón, la segunda la sufrí a la muerte de mi madre. Sufrí durante muchos años su ausencia y a pesar de que han pasado ya casi 20 años, su recuerdo permanece siempre en mí. Don Ventura y doña Agripina, de quien les hablé, fueron mis maravillosos abuelos paternos. Curiosamente, en la tumba donde están mis abuelos, también quedó mi madre. Siempre estuvieron juntos, y la muerte los juntó de nuevo. Dios los bendiga donde quiera que se encuentren. Hasta pronto queridos abuelos...