(De mi serie de cuentos "El engaño")

Fabiola y Miguel se aman profundamente y están dispuestos a defender sus ilusiones contra todo principio moral, principalmente del matrimonio: Son amantes. Viven casi aislados del mundo, la gente no los quiere, se les considera indignos por vivir en amasiato y perversos por entregarse a la pasión carnal, siempre pecadora sin haber recibido una bendición. Pero Fabiola y Miguel son indiferentes a estos desprecios y también desprecian y alejan a todo aquél que se declare en contra de lo que ellos denominan su libertad para amarse en libertad.

Son felices hasta el día que Miguel pregunta a su amada: - ¿Realmente me amas?

Fabiola lo miró con desatino y contesta afirmando con la cabeza sin pronunciar palabra alguna mientras Miguel la observa analizando sus gestos que le parecen sospechosos. Pasados algunos minutos se acerca a ella y vuelve a insistir en el mismo cuestionamiento: - ¿Realmente me amas?.

- Claro que te amo y lo sabes bien

- ¿Por qué habría de saberlo, si tu no me lo dices?

- Porque lo sientes, sientes que te amo y eso aclara toda duda

- A veces no puedo sentirlo

- ¿Qué quieres decirme?, ¿Dudas de mi amor?

- Debo ser sincero, si, a veces dudo

- Me estas ofendiendo Miguel, nunca te he demostrado desamor, al contrario de ello he defendido mi inmenso cariño por ti ante todo y ante todos, ¿eso no te demuestra mi amor?

- Quizá he dejado de amarte yo.

Un oscuro silencio pareció inundar la pequeña habitación, ambos amantes se miraron a los ojos por cuestión de segundos y mientras trataban de serenar emociones que deseaban salirles del pecho bajaron la vista hasta sólo percibir un pequeño espacio de un suelo de madera reluciente.

Fabiola levantó su mirada al cielo y trató de ocultar el llanto que era notorio y conmovedor, sus manos se convirtieron en dos puños furiosos, llenos de impotencia, su pecho agitado hubiese querido estallar pero la voz de sensatez le permitió decir con una serenidad casi tenebrosa:

- Ha caído la noche sobre nosotros

Miguel se acercó a ella intentando tomar su mano pero fue inútil, a una distancia prudente le hablo así:

- Nuestro amor ha cruzado elevadas barreras y ha vencido dolorosos desafíos pero, debo confesar que en mí no tiene reposo, no encuentra salida, satisfacción alguna, me encuentro de repente vacío, sumergido en la triste condición de este sentimiento que siente traicionar tu magnánimo valor, tu entrega incondicional, tu dulce y hermosa entrega a nuestras ilusiones... pero, he dejado de amarte.

- No alargues más mi agonía y vete de una vez, déjame aquí que es el único techo que cobija el mundo que me es conocido, el que guarda todas las batallas, todas las alegrías, los triunfos y las derrotas, anda vete Miguel, no quiero sentirte cerca, me has destrozado el corazón.

Miguel salió presuroso de la casa, sin maletas, sin nada que no fuese una lágrima en sus ojos y un corazón mutilado... La había engañado.

Al llegar a una calle angosta y moteada de luz de luna se sentó y se habló a sí mismo:

- Corazón tirano que por una ambición mortal me entregas al engaño y me condenas a creer mi propia mentira. He de ir en pos de mi muerte, a la verdadera guerra que, de no ser por este final, a ella, si me matan, tan sólo imaginarlo la mataría, pero mi deber es acudir a la lucha por mi patria... se acaba el tiempo, me llevo mi mentira en la piel, en los labios, en la mirada y tiñendo mi mente con este dolor... no la amo, ya no la amo...