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Categoría: Sueños

Dos cabellos

No vivíamos donde habitamos hoy en día. Por el contrario, nuestra residencia era un espacioso departamento en condominio ubicado en las cercanías del aeropuerto internacional de una capital centroamericana. Una de las ventanas del departamento daba exactamente al frente de un puente peatonal, por lo que para no exponer la intimidad de los inquilinos, la ventana permanecía cubierta mediante cortinas gruesas, prácticamente a toda hora. Pero cuando atisbábamos el exterior, lo hacíamos con la precaución debida, controlando la apertura de los extremos con ambas manos.

Desfilaban por el puente todo tipo de personas, a todas horas y en ambas direcciones: Viajeros procedentes y en dirección del aeropuerto, madres apuradas con sus hijos en dirección de una escuela próxima o con signos visibles de cansancio a otra hora, también se veían vendedores, jóvenes, ancianos, etc.

Pero un día, muy de mañana, mientras observaba a las personas en tránsito por el puente y con ánimo melancólico, reconocí un rostro familiar al que no había visto en muchos, pero ¡muchos años!

Y ¿sabes quién era? Nada más y nada menos que tú, ¡Fulana de Tal! No había error, ni se trataba de alguien con un parecido extraordinario contigo. Tan pronto como Don Q escuchó mi expresión de azoro e incredulidad corrió a la ventana. Le dije que eras tú, la mismísima Fulana de Tal, y a quien no conocía todavía en persona. No fue nada difícil contagiarlo de emoción.

A medida que te aproximabas más y más, agitando las manos emocionada y al borde del llanto, salimos apresuradamente del edificio para encontrarte en las escaleras para luego guiarte a casa. Vestías una blusa color rojo, minifalda en color beige, el cabello suelto y sin rastro de maquillaje. Lucías muy linda y juvenil.

Las lágrimas volvieron a brotar cuando te encontramos y sin darnos tiempo de nada, te abrazamos al unísono. Inmediatamente después recibiste un bombardeo de preguntas: ¿Cuándo habías llegado? ¿Por qué no nos habías avisado de antemano? ¿Habías llegado sola, y sin maletas?
No cabíamos del gusto y mientras llegábamos a casa nos enteramos de que era un viaje intempestivo, por horas, que sólo habías venido a conocer a Don Q, el departamento donde vivíamos y para abrazarnos y besarnos. No estarías más que algunos minutos más porque tus pequeños te esperaban y ya habías reservado el boleto de regreso para dentro de una hora y media más o menos. Tendrías el tiempo suficiente para ver rápidamente la casa, conocer a nuestro escandalosa y excitada mascota, beber un vaso de agua, llorar de emoción y contarnos brevemente sobre los últimos acontecimientos en familia, información que nos produjo llanto con extraordinaria emoción. Te escuchamos atentamente, de principio a fin, como si no quisiéramos que terminaras de contar lo que decías.

Una vez que terminaste nos pediste que no te acompañáramos de regreso al aeropuerto porque odiabas las despedidas, pero que en este viaje ultra relámpago habías descubierto lo que deseabas. Quedabas encantada con la decoración navideña, la calidez del departamento, incluso de nuestra bulliciosa ave que no hacía más que gritar cada vez que decías algo y claro, de nuestro cariño mutuo y recíproco para contigo y tu familia. Nos prometías que volverías algún día con la familia y que permanecerían algunos días con nosotros.

Tu "equipaje" consistía de un pasaporte sostenido en la mano derecha y un rollo de dólares y un llavero con un manojo de llaves confundido entre los billetes en la izquierda.

Antes de partir nos volvimos a abrazar y a llorar nuevamente con gran emoción, como si no lo hubiéramos hecho antes. Nos pediste que nos quedáramos en la ventana y aguardáramos tu paso de regreso. Vimos una sonrisa triste de despedida acompañada de besos que lanzaste al aire. Diste la media vuelta y ansiosamente te seguimos hasta desaparecer de nuestra vista.

Don Q y yo quedamos sorprendidos de tan insólita y apresurada visita. No podíamos dar crédito a lo ocurrido.

En busca de alguna prueba palpable de que no habíamos sido víctimas de alguna alucinación porque nuestra mascota no nos lo confirmaría ni tampoco un vaso vacío, y a punto de darnos por vencidos, advertí que en la nívea camiseta de Don Q, a la altura del cuello y hombros habían quedado dos o tres cabellos largos como prueba irrefutable de tu presencia entre nosotros. Con cariño recogimos los cabellos color ébano y los guardamos celosamente, por siempre.

FIN
Datos del Cuento
  • Autor: Elumi Fa
  • Código: 15825
  • Fecha: 18-12-2005
  • Categoría: Sueños
  • Media: 5.37
  • Votos: 76
  • Envios: 0
  • Lecturas: 6965
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