Tras un par de días en A Coruña quise conocer lo que me perdí en mis años de universidad, cuatro bien llevados a base de alcohol, en una ciudad como Santiago de Compostela.
Allí también hay mendigos como ese, bilingüe, que sacó de mis bolsillos un acorde que decía "NO MONEY".
Era un yankee, simpático de pelo sucio y largo con una prosa envenenada que pedía euros y pesetas, con el que crucé un par de miradas... Las suficientes para saber que, ni yo era su amigo ni su hombre de petroeuros con bolsillos, y, ni él mi amigo, ni más yonki que yo a la caza de un pitillo.

Ha hecho un frio endiablado. Más que en Santander dónde el frio cala en los huesos. En Santiago hay un poco de fe, de lujuria, de aburrimiento y ganas de echar un polvo en cualquier lado, que también se clava en los huesos si vas sin compañía.

Algunos dicen que Santiago es bonito, otros que es una maravilla, unos que es aburrido. Yo nunca llamaría Santiago a mi hijo. Los Javi que conozco son buena gente, los Carlos leales, Mario es un cabronazo y está loco, a Gonzalo se le puede llamar amigo, Pero... ¿Y Santiago? Creo que sería maduro, responsable, de fiar, pero gris. Demasiado para un niño que ha de educarse sonriendo.

Llegué helado a esa pensión de mala muerte (no hay que olvidar ese tópico de mierda para alojamientos de mierda) con el teléfono de Silvia en el bolsillo. ¡Hace un año pensé que no volvería a verla! Pero, esa imbécil, se dejó seducir por el Destino que nos llevó, a ella desde Nerja y a mí desde Santander, a la misma ciudad. Ese Destino cabrón y salvaje nos condujo a la misma ciudad de peregrinos para continuar una discusión que nunca terminó ni comenzó. Me armé del valor suficiente para que me colgase el teléfono y ella, parece, se armó de las ganas suficientes para atreverse a cogerlo.

Hemos vuelto a terminar en, esta vez otras, sabanas cubiertas de sudor. Dice que nadie se lo come como yo. Tal vez sea por el piercing o por que tengo hambre, tal vez porque ella sabe como una sinfonía que compongo con la lengua, porque le gusta que se lo coman, porque me apetece, porque a pesar del odio nunca dejé de amarla, o porque me gusta comer con pasión...

Aún sigo sin dar mucho crédito a lo que pasó. Creo que es otro capricho del mismo cabrón que disfruta viendo terrorismo, incestos, hambre, infidelidades matrimoniales, lapidaciones, zoofilias, pobreza, violaciones y demás nimiedades que se apellida Dios.

Le dije que volvería a llamar a su teléfono, que iba a volver en breve, que no me olvidase, que viviríamos juntos como planeamos una vez, que aún soñaba con ella y más mentiras que me inventaba para ver sonrisas con luces y caramelo en su cara.

La verdad es que me he subido en el autobús, he puesto mi cara de "te echo de menos" mientras pensaba: "Esta vez te jodes tú". Borré su teléfono, me reí de los malos ratos y me sentí, al fin, libre de su recuerdo. Pasé tantas noches echando de menos sus labios, sus caricias en mi pecho, sus besos, sus mamadas, su sonrisa, sus mentiras de hada, sus puñaladas... Que por fin he soñado que no tengo ataduras ni en su cama ni en sus uñas pintadas.

Seguro que ella pensó algo parecido, se relamía pensando en volver a machacarme y disfruta no volviendo a verme. Esta vez, creo, los dos estamos contentos.