~Esa noche, el múltiple pedido de la gente, corrió por todo el barrio. Un niño se había caído al arroyo recién entubado. Todo el mundo corría desesperado, señalando el lugar por donde se deslizara la criatura de no mas de tres años.
Ese entubamiento, que una vez terminado seria una calle mas, tenia cada cien metros y a todo su ancho, una ranura de cuarenta centímetros, donde colocarían un enrejado de contención de la basura.
Estaba lloviendo desde muy temprano; cosa que hacia que la correntada fuera bastante fuerte y caudalosa.
Había que hacer algo rápidamente. El niño había desaparecido por una de esas ranuras en la cuadra anterior y la corriente, seguro lo arrastraría hasta esta. -¡ Una cadena, hay que hacer una cadena humana para rescatarlo !- Algunos hombres comenzaron a reunirse al borde de la ranura. Yo, con mis seis años de edad, comprendí el drama. Desesperado, corrí entre la gente en dirección a mi casa, en busca de mi padre para pedirle que ayudara. -¡Papa, papa !…- nada; solo silencio. Con la angustia apretándome el corazón, volví al arroyo. Ya la cadena humana estaba formada.
Urgidos por los clamores de la madre del niño, agarrados fuertemente de las manos, diez hombres se habían introducido y atravesado el arroyo, luchando denodadamente con la correntada que amenazaba con arrastrarlos; cubriéndolos mas allá de los hombros.
La cabeza de la cadena portaba en su mano derecha, una linterna. Con movimientos nerviosos, hacia zigzaguear la débil luz, sobre las negras y tumultuosas aguas.
Ramas, troncos, basura que como fantasmas pasaban semi sumergidos en el oscuro caudal, hacían mas dramática la búsqueda.
Desde arriba, la gente expectante, con un murmullo que mucho se asemejaba a un rezo, alumbraba también con sus linternas.
Interminables corrían los minutos; cuando el hombre, cabeza de la cadena, sumerge la linterna en las negras aguas al tiempo que un vozarrón, surgido desde lo mas profundo de su ser, cargado de emoción y de bravura, grita -¡tiren, tiren !- … la cadena comienza a elevarse; uno, dos, poco a poco van saliendo los hombres totalmente embarrados, exhaustos; hasta que por fin aparece el ultimo hombre, levantando en sus manos a la criatura, que al ser recogida por la angustiada madre, rompió en llanto.
Voces de alegría se alzan en la noche… ahí esta, de pie, en silencio aquel ultimo hombre emergido del arroyo. Al reconocerlo, mi corazón dio un vuelco. Corrí hacia el para abrazarlo dejando escapar de mis labios, un grito emocionado. -¡papa, papa!-.