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Dulces Quince

Al fin habíamos llegado a nuestro destino. La madre de Joseph nos había acercado hasta el lugar donde se llevaría a cabo la celebración.

- Muchas gracias por el aventón – dije
- Si, gracias ma’ nos vemos luego – balbuceo Joseph
- Cuídense mucho chicos – nos repitió ella, una y otra vez.

Emprendimos el camino hacia la entrada de lo que parecía ser un salón de reuniones, algo pequeño, pero bien decorado. Vimos muchos tipos viejos bebiendo en la esquina, pero a juzgar por sus trajes deduje que no eran invitados. Al entrar fuimos abordados por una mujer de unos cuarenta y tantos

- Hola muchachos, bienvenidos – dijo la mujer. Yo ni siquiera la conocía. Hipocresía
- Buenas noches – contestamos al unísono
- Soy la madre de Monique, pero sigan que ya vamos a empezar
- Muchas gracias. – mi pregunta interna había sido contestada.

Al entrar divisamos a unas nenas de buenos cuerpos escribiendo algo en lo que parecía ser un retrato de la festejada. Inmediatamente deduje que debíamos hacer.

- Oiga Joseph, venga y escribe algo que yo no puedo hacerlo por la caligrafía. – Era cierto, mi caligrafía era pésima. Jamás aprendí a escribir decentemente, pero eso no me preocupaba. Prefería el crecimiento intelectual antes que cualquier cosa.
- Yo tampoco escribo bien – respondió Joseph
- Pero lo haces mejor que yo, hombre – sabia respuesta.
- ¿Pero qué escribimos?
- Buena pregunta, no lo se. – Dije.

Nos dimos a la tarea de leer lo que otros habían puesto en el retrato. Nada interesante. Felicitaciones, palabras de aprecio, algo sobre Dios, a la larga nada bueno. Yo solía escribir, pero en aquel momento traía un bloqueo mental severo, así que las palabras no fluían como solía pasar luego de unas cervezas.

- Coloquemos cualquier cosa – sugerí
- ¡¿Pero qué?! – dijo Joseph con un tono leve de desespero. Tratábamos de poner algo inteligente y único. No lo conseguimos
- Pon que este es solo el principio del camino – Manifesté y así se hizo.

Después sentí que unos brazos rodeaban mi cintura, de manera afectuosa. De momento no logré deducir quien podría ponerse en ese plan. Me di vuelta y mire quien era la autora o autor de tal acto. Era ella, Alice. Aquella niña era un caso especial, con su sonrisa y sus ojos y su boca, todo hecho de manera estratégica para que cualquier hombre cayera a sus pies. Lamentablemente yo había pasado por ahí tiempo atrás, ahora éramos buenos amigos.

- Hola Alice, luces hermosa – dije a manera de cortesía
- Hola. Gracias, ustedes también se ven muy guapos
- Lo sabemos – dije. Mientras tanto Joseph reía y observaba a las otras muchachas pasar.
- Esperen un momento – dijo Alice y salió corriendo hacía Monique, que hacía acto de presencia.

Llevaba un traje rosado hasta los tobillos, a mi parecer innecesario, el cabello recogido por lo que parecía ser un caucho o tiara, no lo logré apreciar bien y unas zapatillas de tirantes dejando sus pies desnudos a la vista. No estaba mal.

Nosotros decidimos acercarnos a ella para saludar. Pura cortesía. Junto a ella se encontraba un tipo de talla baja y espalda algo ancha, regordete y calvo. Era el padre.

- ¡¡Monique!! Feliz cumpleaños. – dije rápidamente mientras el padre me miraba con extrañeza.
- Hola Monique, feliz cumpleaños – repitió Joseph. Dirigiéndome al padre dije
- Buenas noches, mucho gusto soy Calvin
- Como está, soy Andrés – respondió en tono cortes. La misma actitud fue con Joseph.

Después de aquello decidimos seguir a buscar alguna mesa para sentarnos. Al observar con detenimiento, había una mesa llena de viejos personajes; hombres y mujeres de edad avanzada. Al otro lado una mesa estaba llena de nenas que no conocíamos, las cuales serían las víctimas de la noche. Era nuestro segundo propósito, después de beber licor gratis. Aquellas niñas se veían muy bien, con sus trajes largos, algunos escotados, zapatos de tirantes y pies desnudos y lindas caras muy bien maquilladas. - No había pierde alguna aquella noche - pensé. Conseguimos una mesa seguida a la de las niñas, donde se encontraban un tipejo de contextura ancha y baja estatura. Junto a él se hallaba una niña de cabello claro, rostro inocente y lindo cuerpo; con unos ojos juguetones y pícaros. Había algo de maldad en aquella nena, pero la disimulaba muy bien.

Nos sentamos y observamos a los hombres que se encontraban en el centro del salón. Todos muy bien vestidos, con sus smoking bien planchados y una rosa rosada en la mano derecha haciendo entre todos algo así como una “U”. Entonces comenzó el acto protocolario. Vals, baile, aplausos, comentarios, agradecimientos, fotos, y demás cosas que en una celebración de quince años no pueden faltar. Yo seguía sentado en la mesa, observando con paciencia y poco disimulo a las muchachas que se hallaban en la mesa contigua.

Había una en especial que lograba capturar mi atención. Una niña de algo así como un metro setenta, cabello claro, ojos miel, una cara maravillosamente angelical e inocente, un traje púrpura que se ceñía muy bien a su cuerpo esbelto y bien conservado. Era hecha a la medida de cualquier hombre superficial, como yo.
Ahora solo hacía falta algo de licor.

La comida llegó y no pude comérmela. Estaba con ganas de beber, no de comer. Así que me senté con algo de impaciencia a esperar que llegara el anhelado néctar. Y se lo tomaron a pecho. Nos sirvieron a todos los jóvenes un granadino (Vodka y 7Up) o algo así, no recuerdo bien el nombre. Estaba malo, muy dulce a mi gusto, pero lo bebí sin demora y me sirvieron otro. La fiesta había comenzado.

Cada dos vasos de licor salía a fumarme un cigarro con Joseph, allí hablábamos de sus delirios amorosos, sus actuales compañeras, cosas por el estilo. Puras trivialidades, como siempre. Luego llegaron más cocteles y con ellos la alegría. El licor muy disimulado por el fuerte sabor dulce del mezclador comenzaba a subirse a la cabeza. Empezamos a bailar, saque a una niña de las de la otra mesa, pero no la que quería. Esta se llamaba Andris. Era un diminutivo, pero no se de que nombre, así que no le di importancia. Hablamos de todo un poco y luego de dos piezas, la llevé a su mesa y me senté a seguir bebiendo.

Ya comenzaba a llegar la medianoche y con ella la loquera de las personas, pero nosotros no éramos tipos fáciles de tumbar. Seguimos bebiendo y hablando. Salimos y liamos con otro cigarrillo. Mientras esto ocurría, llegaron Andris con otra chica y unos cigarrillos. Joseph cortésmente le ofreció fuego y ella lo aceptó.

- Niñas ¿ustedes fuman? – pregunté a manera de preocupación
- si pero no en exceso – contestó Andris.
- ¿Y se podrá preguntar desde hace cuanto? – dijo Joseph cautelosamente
- desde los 14 respondió segura Andris, la otra nena simplemente asintió.
- ¿Cómo se llaman? – preguntó Joseph a las niñas.
- Yo Andris y esta es Maru.
- ¿Maru? – dije gesticulando la sorpresa con mi movimiento de cejas
- Si, porque la expresión rara – me cuestionó la nena.
- Por nada, simplemente me parece un nombre interesante y poco común. – dije salvando mi condición de caballero cortes.

De ahí en adelante la conversación siguió el rumbo común y corriente. ¿Qué edad tienes?, ¿qué haces?, ¿tienes hobbies?, ¿qué música escuchas? y cosas por el estilo que ustedes sabrán mejor que yo. Nos encontrábamos en medio del interrogatorio cuando apareció la festejada con aire contento, de hecho más que contento, estaba ebria. No la culpaba, el trago era mortal.

Su sonrisa permanecía dibujada en su cara redondeada, dando la impresión de ser una de esas modelos a las cuales les inyectan algo para mantener la expresión.

- Niños y ¿que hacen aquí afuera? Vamos a bailar – decía mientras una de sus amigas le ayudaba a sentarse en el piso frío de la calle.
- Estamos refrescándonos del calor que hace adentro – dije tratando de justificarnos. No ponernos en evidencia.
- Ah! que bien, jejeje, y que me cuentan, de que hablan, jejeje. – tartamudeaba cada vez que decía algo y meditaba mucho las palabras. Esta ebria.
- Nada, estamos conociéndonos – replicó Joseph quien miraba con firmeza el estado alcohólico en el que se encontraba.
- Imagínate – dijo dirigiéndose a la niña que se hacía llamar Maru – que terminé con Manuel.
- ¿Como así? –dijo Maru mientras abría los ojos como si se le fueran a salir. Yo trataba de escuchar las razones, pero sin dar muestras de interés.

Las niñas cruzaron algunas opiniones y comentarios mientras nosotros nos terminábamos la primera cajetilla de diez. Monique no demoró mucho pues una amiga la entró a la fiesta. Nosotros seguimos hablando con las nenas. Tiempo después, llegó la madre de la festejada. Yo era un tipo de memoria temporal, luego no recordaba como se llama aquella dama.

Cuando se acercaba a nosotros daba pequeños tumbos pero los sabía disimular. Finalmente llegó a nosotros y con la voz dulce y un poco enredada por el alcohol nos dijo

- ¿Muchachos porque no entran?
- Ah muchas gracias – respondí inmediatamente – pero estamos descansando un poco
- Yo no se porque se cansan tan rápido ahora – intervino la dama. Yo presentía una tertulia sobre los viejos tiempos. – en mi época… - ahí estaba la tertulia a la que me refería -… cuando ponían música, nosotros nos parábamos a bailar y no nos sentábamos hasta la salida. Aunque la música era diferente entonces. Ahora esta ese… techno y reggaeton y esas cosas que no parecen baile.

En ese punto la señora tenía toda la razón. Yo soy un tipo de la vieja escuela. Salsa, Merengue, en ocasiones muy especiales vallenato, 70’s, cosas que en verdad se bailaban. Ahora simplemente zapateas con los pies al ritmo de un chis pum chis pum que te termina por idiotizar.

- Es muy cierto – dije – la música ha cambiado mucho, pero es parte del desarrollo humanístico de la sociedad – y di una calada estilizada al cigarrillo.
- Muy cierto – respondió la dama mientras se ponía en pie – pero vamos adentro a bailar como se debe – finalizó como refiriéndose a todos los presentes. Yo personalmente fui obediente y seguí pero no precisamente a bailar, mi trago me esperaba adentro.

Al cruzar de nuevo la puerta corrediza, Alice la cual había estado bebiendo pero no lo suficiente para representar algo perturbador, me tomó de la mano y me sacó a la pista. Bailamos lo que mejor sabía hacer después del merengue. Salsa de la vieja escuela. Sonaban los Éxitos de la Fania. Bailé como ningún otro en aquella sala podría hacerlo, exceptuando a Joseph pero el estaba afuera.

Cuando terminamos de bailar me senté en mi mesa y bebí otros dos tragos, pero siempre con la mirada fija en aquella mujer de vestido púrpura y cuerpo de diosa. La nena sabía moverse pero no lo conseguía hacer como Alice. Sin embargo aquella mujer era todo un deleite para los ojos deseosos de carne fresca y virgen. Seguí bebiendo.

Salí de nuevo a buscar a Joseph pero, primordialmente, los cigarrillos. Lo encontré sentado en un rincón hablando con la que se hacía llamar Maru. Parecía que habían compaginado realmente bien, lo cual me agradaba. Me gustaba ver que a Joseph le fuera tan bien con las mujeres.

Siempre hubo una diferencia radical entre Joseph y yo. Él era un tipo de buena pinta, impactante a primera vista. Yo por mí parte no lo era tanto, a pesar de tener uno con ochenta y cinco de altura y cabello largo y barba mal crecida; mi fuerte siempre había sido la conversación. En conclusión, él entraba por los ojos, yo por los oídos; pero lo mejor era que juntos lográbamos conseguir un excelente resultado en las mujeres.

Me acerqué a la parejita y pedí mi cigarrillo. Joseph me sirvió el último que tenía y lo encendí. Mientras tanto trataba de poner atención a lo que allí se hablaba. Finalmente el licor y el aburrimiento me estaban matando así que intervine en la conversación

- No mis amiguitos, el amor no es para tomárselo a la ligera. Si uno de verdad quiere a la otra persona y con esto hago referencia tanto al atractivo físico como mental, es entonces que podemos hablar de amor, de lo contrario o es deseo o es amistad.
- Pero no siempre tiene que ser físico – repuso la nena
- No nos engañemos – dije con aire prepotente y autoritario – el físico es importante, pero es mejor que a ese atractivo sumemos un intelecto medianamente aceptable.
- Me imagino que tú tienes novio – preguntó Joseph a manera de comentario. Y es aquí donde no recuerdo la respuesta de la nena. Era mejor dejarlo así, ella estaba recibiendo mucho conocimiento experimental que era necesario que digiriera primero antes de contestar.
- Ahora – intervine – no logro entender el concepto del “cuadre”. A que se refieren cuando alguien se cuadra con otro. ¿Es acaso por su atractivo físico o por lo intelectual y buena persona?. A mi modo de ver este concepto es un caucho entre el amor sincero, verdadero y el simple deseo físico. – Y fue aquí que la nena quedó muda. No se si fue por las palabras que en ese momento brotaban de mi boca, o si simplemente no estaba de acuerdo, no logré distinguir aquel silencio.

En ese momento una dama que no recuerdo bien se acercó y dijo que los padres de Maru habían llegado. Nos pusimos de pie y caminamos en busca de los zapatos de ella y de paso por nuestras chaquetas. Entramos y aparté a Joseph diciéndole que le pidiera el teléfono a aquella criatura. El asintió levemente y se dirigió hacía la nena. Yo fui en busca de mis pertenencias.

Al llegar al asiento que había ocupado me llevé una gran sorpresa. Algún chico borracho del los que había recibido algo de licor extra había tomado mi chaqueta por confusión. Ahora era yo quien estaba en problemas. Mi celular y mi chaqueta habían desaparecido por completo, pero no hice mucho barullo al respecto. Comencé a revisar cada chaqueta del lugar, pero sin hallar la mía. Fue entonces que entré en cólera y pedí otro trago.

La nena se fue y yo seguía buscando mi maldita chaqueta por todo el maldito lugar. No estaba. La habían hurtado. Seguí bebiendo.
La gente que quedaba comenzaba a mirarme extraño. No entendían como podía seguir bebiendo. Yo tampoco lo sabía, simplemente bebía.

Pasaron como veinte minutos y otros dos tragos antes de darme por vencido. Me senté en mi asiento y me relajé un poco. Allí llegó Joseph, Alice y Monique. Preguntaron que había pasado y yo les dije del robo. Seguimos hablando mientras el mesero, ya harto de mí y yo harto de él, traía lo que sería el último de la noche. Monique en tono franco nos dijo

- Bueno muchachos, ¿quiénes les gustaron? – yo, aún sorprendido por su franqueza respondí
- Todas estaban muy bellas – mentí – pero la más impactante fue esa nena de púrpura
- Es cierto – dijo Joseph – ¿cómo se llama?
- Dianis – replicó Monique
- Vaya vaya, quien lo hubiera imaginado – y recordé mis tiempos con otra fulana del mismo nombre pero mucho más fea y apestosa que aquella deidad.
- Si quieren el teléfono, anótenlo – dijo Monique en tono amigable y seguro
- ¡Perfecto! – dijo Joseph mientras desenfundaba su celular.

Mientras él anotaba los números de tres nenas, yo me percaté que la mujer de púrpura no se había ido. Ella estaba saliendo del baño y musitaba algo a otra nena que había afuera. Me dirigí hacia el mesero, pero antes fui detenido por Monique y Joseph.

- Muchas gracias por haber venido, de verdad – decía Monique mientras miraba con sus ojos vidriosos a causa del alcohol previamente ingerido.
- No gracias a ti – dije a manera cortes – muchas gracias por la invitación
- Si, en verdad muchas gracias y esperamos hayas estado contenta – anexó Joseph.

Entonces la nena de púrpura pasaba a nuestro lado y yo giré la cabeza como era de suponer. Al ver mi extraño movimiento, Joseph se percató de la nena y también volvió a mirarla.

- Hasta luego niñas – dije lo más cortes y fluido posible
- Hasta luego – dijo Joseph. Y de aquellos dos actos solo hubo una respuesta
- Hasta luego – dijo la nena de púrpura mientras nos miraba de arriba abajo.

Luego nos abordó la madre de Monique.

- Muchachos muchas gracias por haber venido, esperamos se hayan divertido – dijo muy cortes y borracha
- ¡Oh no! – dije – gracias a ustedes por la invitación. Ha sido una velada encantadora – mientras esto salía de mi boca, mi mano se disponía a darle un cálido apretón de manos; súbitamente la idea cambió completamente y dirigiendo mis labios hacía el dorso de la mano de la dama y apoyándome en una de mis rodillas, le besé como se hacía a finales del siglo XIX y anteriores. Todo con suma caballerosidad.

Es entonces que no logro recordar la cara que aquella estilizada dama habrá articulado, pero de seguro fue una gran sorpresa. Y esa era la idea principal, que fuera lo más natural posible. Me despedí del padre de Monique como todo un caballero, de hecho comenzaba a pensar que me estaba excediendo en la cortesía.

Cuando hubimos terminado de decir adiós, caminamos a lo largo de la calle hasta la avenida principal más cercana. Pedí un cigarrillo a Joseph el cual se negó pues ya no había. Me resigné y esperamos un taxi. El frío, el licor, el dulce, el exceso de comida y la falta de tabaco me estaban comenzando a marear. Finalmente subimos a un taxi y le ordenamos que fuera para la casa de Joseph.

Al llegar allí, le dije a Joseph

- Quiero un cigarrillo, vamos a ese sitio donde siempre hay.
- Está bien

Caminamos la media cuadra que implicaba. Yo comenzaba a balancearme sobre mis pies y me era difícil conservar el equilibrio pero lo lograba, eso si con ayuda extra de Joseph. Llegamos a lo que era una caseta fea, atendida por un cuidandero flaco. Compramos una cajetilla de Marlboro y volvimos con dirección a la casa de Joseph. En la portería del conjunto de casas donde vivía Joseph estaba un fulano del cual no sabía su nombre, pero era un buen tipo. El hombre, abusando de mi estado de semi-inconciencia, me pidió un cigarrillo al cual no me pude negar. Nos sentamos en unas escaleras a fumar y a hablar sobre las nenas que vivían allí. Ahora la cortesía había desaparecido y era un hombre netamente carnal, viril y con ansias de joderme a la nena de púrpura. Toda la caballerosidad y modales se habían quedado en aquel lugar.

Cuando hube terminado mi cigarrillo fuimos a la casa de Joseph y entramos en silencio. Me tendí sobre la cama de huéspedes y me cambié de ropa y traté de dormir pero el recuerdo de todas las cosas ocurridas allá; la caballerosidad, los modales, la nena de púrpura, la dama estilizada, el robo de mi chaqueta, el exceso de comida, el exceso de licor; todo aquello me dio nauseas y lo devolví todo en el piso de la habitación. Finalmente dormí.

Soñé con Oscar Wilde, con el siglo XIX, con la nena de púrpura y con sexo bestial, puramente carnal; sin modales, sin apariencias, sin mi chaqueta, sin mi celular, sin nada con lo que a aquel lugar había llegado.
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 6
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