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Celos enfermizos

Regresaba del trabajo cansado, de malhumor. Las cosas en el empleo iban de mal en peor. Deseaba llegar a casa rápidamente, más teniendo en cuenta que había comenzado una leve llovizna y estaba con mi único terno y además no había llevado paraguas.

Por fortuna vivía cerca de la parada del ómnibus y corriendo recorrí esa distancia.

En la calle, frente a mi casa, observé mientras buscaba la llave, un rectángulo seco al que en primera instancia no presté atención.

Pensaba en mis hijos que invariablemente se me abalanzaban a mi llegada buscando la clásica demostración de afecto.

Siempre trataba de repartir mi cuota de amor equitativamente en tres partes, reservándome una importante para mi mujer.

Introduje la llave en la cerradura, ésta no giró. Extraño, siempre tuvimos la precaución de tener la puerta de calle cerrada. Pensando, miré hacia la calle. La marca rectangular se iba desdibujando por la lluvia, desapareciendo lentamente esos rastros inequívocos de la presencia de un vehículo poco antes.

¡Es cierto! hoy los niños están con la tía en un cumpleaños infantil. Un escozor me nació en los genitales y trepó rápidamente hacia la garganta, hacia el cerebro enviando una señal peligrosa.

Quité la llave de la cerradura.

Pensé.

Todo puede cambiar en este minuto.

Si es lo que imagino, acá se termina todo, yo me conozco, soy tranquilo en apariencia pero de temperamento violento, incontrolable cuando hay celos, y más cuando hay dudas.

Tengo miedo de mí mismo. No sé. Estoy temblando. Mis hijos. Solos. Sin madre. Yo mismo en prisión. Toda una familia arruinada.

Ojalá fuera un sueño. No lo es. El pavimento totalmente mojado ahora. Si me hubiera demorado dos minutos más, esto no me estaría pasando.

¿Y porqué entonces no demorar el derrumbe de mi vida? Si hay algo terrible que me espera, dilatarlo, dilatarlo. Enfrente tengo la solución. El bar. Hace calor, una cerveza. Bien fría. Un cigarrillo. Calma.

Hola Juan, Hola, dame una cerveza bien fría, cómo va el partido, si no me importa un bledo el fútbol, pero me sirve, pienso en otra cosa.

Mucha gente en el bar alrededor del televisor. Yo igual. Miraba la pantalla, pero nada veía. Dos cigarrillos, tres, tal vez más. Las colillas indicaban el paso del tiempo. La cerveza fue seguida por otra y me entonaron poniéndome algo mejor de humor.

Al griterío de gol lo acompañé con ganas, hermosa catarsis. ellos de sus problemas yo de los míos.

Celular. Sí me retrasé un poquito pero ya llego en quince minutos.

Su voz apacible cabalgó en la cerveza hacia la paz que mi alma necesitaba.

Pagué la consumición, miré a los demás parroquianos con tristeza, ellos tal vez no tenían quien los esperara. Sus vidas no tenían este remanso, este reposo que me correspondía. ¿Cómo pude dudar? ¿Qué extraños vericuetos mentales hacen que uno transite caminos de duda, de angustia sólo porque vio algo distinto?

Disgustado conmigo mismo crucé rápidamente la calle y entré en mi casa.

Todo estaba en orden. Los niños habían llegado y corrieron a abrazarme. Sentí vergüenza por el aliento a cerveza que traía.

Mi mujer, hermosa como siempre me recibió con cariñoso beso.

Cenamos, miramos televisión, conversamos de los temas de la casa y nos retiramos a descansar.

No puedo recordar otra cosa por más que me esfuerce le dije al abogado en la prisión.
Datos del Cuento
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