EL recado
…En ese instante y sin pensarlo alzó la bicicleta y partió despavorido, desesperado y apresado por el tiempo que lo consumía, con la mente puesta solo en cumplir su recado, tenia que encontrar a esta persona, la cara pálida; por momentos parecía un tótem en plena reminiscencia, los ojos fijos y apagados como quien soporta la tortura de una picana o una colosal paliza callejera.
La bicicleta parecía se de acero con piezas en aluminio y detalles en baquelita biselada en los espejitos ; una de esas que nunca falta en la casa de un tío o de un abuelo, el dinamo y el freno a varilla lo confirmaban todo, lo curioso de todo es que parecía haber recibido un golpe o una gran caída. Martín ni siquiera se daba cuenta que iba conduciéndola, eso denotaba su bloqueo mental; pobre en un acto de solidaridad a cualquiera le puede pasar.
En la segunda cuadra que transitaba se intereso por averiguar la hora, la niebla que lo asediaba no formaba parte del clima real; era solo una micro-atmósfera huérfana de toda geografía, un halo descascarando amor reseco, rojo brillante sumamente estridente, como si hubiese fracasado en su propia alma.
En ese momento divisó a cincuenta metros un hombre en bicicleta, llegó hasta el y le pregunto si tenía hora, el ciclista volteo la cabeza y giro con aplomo como si estuviera resignado por algo – no tengo reloj contesto.
Martín se desesperaba cada vez más por que sabía que si no llegaba a tiempo podría ser fatal, no se lo perdonaría. Se vio asimismo y en la misma situación y pensó -¿alguien en verdad me ayudaría, en que condiciones me encontraría, en donde sucedería y si alguna inesperada mañana a una inesperada hora se apagaría el brillo de mis ojos?, que pena me da pensar en esta secuencia… Pero en definitiva no le daba mucha importancia por que no era el momento, solo debía llegar a esa casa antes de cumplirse los quince minutos que se estipulaban.
Tomo por la avenida Ituzaingó hacia el este, solo estaba a trece cuadras del lugar en el nudo de su propia sudestada persiguió a otro conductor de bicicleta, este llevaba anteojos de sol y una cajita que posiblemente tendría alimento para gatos. Volvió a acercarse y pregunto la hora nuevamente, el joven con indiferencia y un toque de desdén le dijo que no tenía. De esa manera siguió a cuatro o cinco personas más, lo cual fue en vano por que nadie llevaba reloj. Era increíble ¿como nadie podría tener reloj? cuando el mas lo necesitaba.
A solo cuatro cuadras antes de llegar comenzó a oír sonidos como cántico, que al parecer por la rítmica y la confusa maraña de voces se asemejaba mucho a un guiño, o quizás también a una canción de cuna aborigen, pero no podía percibirla con claridad, era como un vaivén de rorros que lo mecía y le transmitía una importante serenidad. En ese pequeño letargo recordó un verano en el colorado en la casa de tío tuco, - me acuerdo las siestas a sol abierto, tirados en las reposeras a la entrada del campito que lleva a la cancha de fútbol de mis primos, escuchábamos siempre los mismos casetes: las obras cumbres de Invisible, y uno de Charlie Parker que no recuerdo con exactitud cual era, pero los escuchábamos hasta que quedábamos dormidos; dormíamos hasta que tía Lupe nos llamaba para tomar la leche. Yo había comenzado a leer una necrología de J.S. Bach, la editorial ya no existe, las paginas estaban amarillas y olían a tierra húmeda, estaba en la biblioteca central de la casa; ya a nadie le interesaba. Era de Carmen una de las ultimas empleadas del lugar; carmen tocaba el piano, recuerdo que me encantaba pedirle invenciones de Bach a dos voces y alguna suite también,- pero claro después falleció y termino de ejecutarse música en la casa por completo.
En la última curva de la rotonda, metros antes de llegar a la casa no advirtió que en su mismo carril ( en contramano), venia una pareja seguramente confundida y desubicada de las calles y el transito en general, y por si fuera poco su infortunio viajaban a gran velocidad, colisionando con Martín instantáneamente cayendo este exhausto a siete pasos del boulevard , el estrépito que se produjo fue implacable, horrendo!, el conductor de la moto y su acompañante se deslizaron por el pavimento y quedaron anclados en la acequia de la calle C. Dorrego . De las solo tres personas que cercaron a Martín solo una un oficial de obra con conocimientos en primeros auxilios advirtió la gran hemorragia que estaba sufriendo y que debía ser atendido antes de quince minutos por que de lo contrario podría complicarse ya que la herida era bastante contundente. Una de las tres personas era un joven que rondaba la edad de Martín aproximadamente; este se ofreció para buscar al doctor. Se miro la muñeca y había olvidado su reloj; ese seria su mayor impulso… en ese instante y sin pensarlo alzó la bicicleta y partió despavorido, desesperado y apresado por el tiempo que lo consumía, con la mente puesta solo en cumplir con su recado…
11/02/04
Pablo Barbera.
hey!! pablo de Argentina , tu cuento en verdad me gusto mucho y y me dejo un mensaje, me gustaria comunicarme e intercambier material contigo... jorge.