- ¿ Alguna vez has soñado que sueñas un sueño fantástico y te despiertas pero sigues soñando ese sueño?. ¡ Despierta!, no es un sueño, será tu realidad si decides perdonar al que te hirió y olvidarlo- me dijo un día mi conciencia, mientras yo intentaba volver en mí, tras haber probado una vez más el amargo sabor de la derrota y el picante de la ira, sin éxito.
Sus palabras habían pasado por mi cabeza como el sonido de las cuerdas de una guitarra en medio del caos de la agitada ciudad: casi como el silencio. Era injusto que él continuara viviendo, mientras yo dedicaba todo lo que me restaba de vida para acabar con la suya, en vano.
Lo había intentado todo, pero el destino no estaba de mi parte, tal parece que disfrutaba ver como él continuaba haciéndole daño a mujeres ingenuas y destruyendo corazones. Ya no me quedaba más que esperar que una bala perdida atravesara su pecho, se lo llevara una enfermedad, o simplemente que mi muerte llegara antes que la suya.
Esa noche, como todas las noches, destapé una botella de tequila, me senté frente al televisor y bebí tres o cuatro copas. Me fui a la cama e intenté dormir, pero no lo conseguí; entonces no tuve más remedio que dedicarle mi insomnio al que me había robado el alma y la sonrisa, ideando como librarme del tormento de su existencia.
Pensé toda la noche, repasé todos mis intentos frustrados, por mi cabeza rondaron mil ideas para asesinarlo: mi mente imaginó la expresión de súplica y desesperación en su rostro mientras lo estrangulaba con una cuerda de piano, dibujé una sonrisa de venganza en mis labios mientras lo veía contaminándose tras tomar una copa de vino adulterado durante una cena con una de sus mujeres, mis oídos escucharon atentos los gritos de pánico que emitía cuando lo lanzaba de un edificio tan alto que se perdía entre las nubes, mis labios sintieron el calor y mi lengua el sabor de las gotas de sangre que fluían por su espalda después de apuñalarlo mientras dormía con la rubia del bar.
Cuando amaneció estaba completamente segura de querer liquidarlo, así que me levanté, me vestí, preparé un par de huevos fritos con tocino y salí hacia su apartamento, con el mismo propósito de todos los días, pero esta vez con el valor suficiente para llevarlo a cabo; los nervios y la ansiedad que sentía me dominaban por completo, sentía como me miraba desde su muerte y estaba tan feliz que sonreí de nuevo.
Faltando pocas calles para llegar a su edificio corrí frenética hasta allí, subí las escaleras, sudando y respirando cierta prisa; pensé encontrarlo desnudo, dormido y feliz. Me mantuve inmóvil frente a la puerta de su apartamento, temblando y sintiendo que el corazón se me salía del pecho... giré la perilla lentamente, y entré.
No estaba en la sala, así que entre a su habitación, pero tampoco se encontraba allí, sólo encontré sus libros de antropología deshojados sobre el suelo, la cama destendida, las sábanas tibias y el espejo roto.
Supuse sin asombro que mientras estaba en la cama con ella hubiesen discutido por cualquier motivo, él le gritara, ella le dijera que no quería volver a verlo y saliera de la habitación... pero ¿dónde estaba él?
Ni siquiera eso me importaba en ese momento, sólo quería irme de allí, con mis planes de venganza destrozados, mi ira desbordada y otro intento fallido de acabar con su vida; empezaba a pensar que nunca lograría matarlo y también empezaba a resignarme. Azoté la puerta con furia y al entrar al ascensor vi con horror su cuerpo frío y sin vida tendido en el suelo, ahogado en su propia sangre que brotaba con frenesí desde una herida profunda.
Sentí nauseas y huí confundida y desconcertada, esa noche serví una copa de tequila y la bebí tan rápido que sentí morir mientras atravesaba mi garganta, bebí otra y sentí que volaba, una hora más tarde y con media botella de tequila en la cabeza, olvidé que lo odiaba a él y a aquél que le dio muerte, arrebatándome el placer de aniquilarlo con mis propias manos y recordar por siempre la expresión de agonía que se le hubiese marcado en el rostro, incluso olvidé quien era, y por primera vez en mucho tiempo cerré los ojos y pude dormir.
Estaba tan contenta que pensé que no necesitaba más para tener una vida perfecta, pero me había aferrado tanto a la idea de tener que soportar su existencia que extrañaba la sensación de ansiedad e ira que me producía, hasta que un día entendí que mi vida sólo era posible si cada mañana, bebiendo el café del desayuno, o en las noches, intentando dormir, tuviese el gusto de imaginar que él era muerto por mis manos.
Con el tiempo, volvió mi angustia, su recuerdo cobró vida y día a día me convertía en una paranoica que ya no quería asesinarlo a él sino atentar contra sí misma. Odiaba el mundo, odiaba el espacio; odiaba la vida, odiaba la muerte; odiaba la soledad, odiaba la compañía; odiaba la ansiedad y el sosiego; odiaba el insomnio, odiaba soñar con desvanecerme en le viento como un puñado de arena u otras fantasías absurdas relacionadas de salir de este mundo y nunca regresar.
Ya no escuchaba a mi conciencia, o ella se había cansado de gritarme que lo olvidara y fuera feliz, aún me susurraba con debilidad e intentaba darme la fuerza que ambas habíamos perdido.
Pero mi soledad y el sonido de mi propio silencio me permitieron escuchar su voz casi desfallecida que ansiaba ayudarme a recobrar la calma y la cordura; ese día comprendí que no había sido el destino, sino yo misma, quien me había impuesto por condena cargar eternamente sobre mis hombros el peso de su recuerdo, de aquel hombre insignificante... y desperté, abrí los ojos y aquella pesadilla infinita desapareció de mi vida. Ya no lloraba por él pues sabía que en mi está la fuerza y el valor para sonreír hoy y siempre con tigo, mi salvador.