Carlos se sentía muy optimista esa mañana, porque cumplía veinticinco años de casado. Apenas se despertó, vio entrar en la habitación a su mujer, con el desayuno y el diario.
"Feliz aniversario, mi amor", le dijo ella, y Carlos respondió: "Muy, muy feliz, mi vida". Se besaron y abrazaron como dos chicos, alegres y conmovidos. En ese momento, sus dos hijos entraron al dormitorio en tropel. "¡Felicidades! ¡Felicidades!", gritaban, mientras se arrojaban sobre sus padres para abrazarlos y saludarlos. Todos terminaron revolcándose en la cama en medio de risas y bromas.
Aquélla era una familia muy unida.
Luego de un momento, se restableció la calma, los hijos partieron a sus escuelas y Carlos se levantó. "¿Qué le regalo a Dorita?", era la pregunta que lo acuciaba desde hacía varios días. Dorita, su mujer, había sido una gran compañera. Carlos la amaba de verdad, y sentía que estos veinticinco años sólo habían logrado que la quisiera cada vez más, así que debía encontrar un regalo que realmente expresara todo ese cariño, algo realmente cargado de significado. Pero no podía pensar en nada adecuado.
"Es terrible", pensaba Carlos mientras se afeitaba. "Esta noche, cuando vengan todos a cenar, tengo que darle un regalo.¿Qué pensaría Dorita si supiera que todavía no sé qué comprarle?" Los amigos le habían aconsejado que le regalara cosas tales como un secarropas, una máquina de coser, un horno a microondas, pero Dorita era muy delicada, muy elegante, y aunque era buena ama de casa, Carlos no podía imaginarla recibiendo un artefacto doméstico como expresión de amor y agradecimiento por toda una vida juntos ..... Decididamente, no era una buena idea.
Carlos salió del baño, y comenzó a vestirse.
"¿Y una joya? No. Ya lo pensé, pero con todos los robos que hay en este barrio, las mujeres no pueden salir a la calle con alhajas. Ya tuvimos que llevar al banco las otras joyas de Dorita ...... ¿Para qué le voy a regalar más?"
Carlos se despidió de su mujer, y salió del departamento. Hacía frío. Camino a la cochera, tuvo que subirse el cuello del sobretodo, y eso le dio una idea: podía comprarle a su mujer un tapado de piel ..... Aunque, mejor no, porque ahora ella trabajaba en una sociedad protectora de la ecología, y se iba a negar a ponerse un tapado de piel natural. ¿Y uno de piel sintética? "Son horribles", se dijo Carlos, y desechó la idea.
Subió al auto, lo puso en marcha y salió a la calle. Era como salir a la jungla. Bocinazos, frenadas, gritos, tipos que iban con las radios de los autos encendidas y a todo volumen .... "Dios mío", pensó Carlos, "Y yo que hasta había pensado en comprarle un autito .... ¿Para qué? ¿Para que se mate? Dorita nunca manejó. Si empieza ahora, que tiene cincuenta años, la van a hacer picadillo estos animales." Dejó de lado la idea del auto, y siguió pensando.
Mientras recorría una avenida flanqueada de negocios con toda clase de vidrieras atractivas, Carlos repasaba mentalmente la lista que había recorrido una y otra vez: "¿Una cartera de cocodrilo? No, por lo de la ecología ... ¿Un juego de platos? Es igual que un lavarropas ....¿Una alfombra? No es de uso personal ....¿Una raqueta? Dorita ya no está tan entusiasmada con el tenis como antes ...." Así llegó al trabajo, y fue directamente a la playa de estacionamiento donde dejaba siempre el auto. Caminó hasta la puerta de la Comisaría, pensando en el regalo. "Si no se me ocurre nada, voy a terminar comprando algún artefacto doméstico, nomás", pensó resignado. "Podrá decirme que soy aburrido, o prosaico, pero por lo menos será un regalo importante."
"Buenos días, mi comisario", le dijo el agente de guardia, al verlo llegar.
"Buenos días, contestó Carlos, y entró al edificio.
Pasó directamente a su despacho por un corredor especial, para no atravesar las oficinas, ni tener que acercarse a las celdas. En el vestíbulo, lo estaba esperando el oficial Gómez, alias "El Mocho", porque una bala le había arrebatado la punta de la nariz.
El Mocho estaba tirado en un sillón, con señales evidentes de haber pasado una mala noche.
No se había afeitado, y tenía la ropa en desorden.
"Buen día, Mocho", lo saludó Carlos, con mucha familiaridad.
"Buen día, comisario", respondió el Mocho, con respeto, pero sin la formalidad con que se saluda a un superior. Es que Carlos y El Mocho tenían una relación muy estrecha.
"Pasá", dijo Carlos, y una vez que entraron a la oficina, cerró la puerta y preguntó: "¿Y? ¿Cantó el preso?"
"Sí, comisario. Cantó todo, pero tuvimos un problema, porque al Lobo se le fue la mano ......" El Lobo era otro policía, experto en torturas.
"¿Qué pasó?", preguntó Carlos, con tono muy calmo y profesional, mientras se sacaba los guantes de cuero y pensaba que, tal vez, no sería una mala idea regalarle una prenda de cuero a su mujer. En la esquina de la comisaría había un negocio muy bueno, con modelos muy elegantes.
"Mire, comisario"', le explicaba el Mocho, "Le bajó varios dientes, y le hundió las costillas. Parece que el tipo tiene hemorragias internas, y ahora está inconsciente. ¿Qué hacemos?"
Carlos meditó un momento. Tal vez era mala idea lo del tapado de cuero, por lo de la ecología.....
Miró al Mocho.
"¿Alguien sabe que está aquí?", preguntó.
"No, nadie. Lo trajimos escondido", contestó el Mocho.
"Entonces, liquídenlo, y tírenlo donde ustedes saben.", ordenó Carlos, mirando los avisos del diario para ver si se le ocurría algo.
¿"Lo liquidamos acá?", consultó el Mocho.
"No sé. Es más fácil sacar a un tipo vivo que a un tipo muerto. Mejor lo tapan un poco, lo meten en un patrullero cuando oscurezca y se lo llevan a pasear."
"Entiendo", dijo el Mocho. "Usted quiere que lo mandemos de viaje."
"Sí. Andá", contestó Carlos, que deseaba terminar con el asunto para seguir tratando de resolver su problema.
"A la orden, mi comisario." El Mocho saludó, y se fue.
En ese momento, Carlos llegaba a la sección "Turismo" del diario, con titulares que ofrecían excursiones y viajes a todo el mundo.
Simultáneamente, volvieron a su mente las palabras del Mocho:"Usted quiere que le mandemos de viaje."
¡Sí! ¡Un viaje! ¡Por supuesto! ¡Esa era la solución! ¿Cómo no se le había ocurrido antes? ¡Un viaje a Europa!
"Este Mocho es un genio", pensaba Carlos, contento, mientras discaba el número de la agencia de turismo, y trataba de imaginar la cara de alegría de Dorita cuando, delante de toda la familia, sacara los pasajes del bolsillo y le dijera:
"Aquí tenés, amor: una nueva luna de miel"