Era una mañana lluviosa y fría, las gotas de agua chocaban contra los cristales de la casa de la familia Martínez de la Reguera y Barcena, produciendo una música que por su monótono compás era capaz de adormecer hasta al más recio de los guardias encargados de la seguridad del presidente en las ceremonias multitudinarias del 15 de septiembre.
Solo una persona se encontraba en esos momentos en la antigua casona de la zona residencial más exclusiva de la parte septentrional del país, doña Margarita, la octogenaria abuela de la familia más importante de la ciudad de Sombrerete, observaba el paso de los automóviles, los que a pesar de lo mojado del pavimento circulaban tan rápido que hacían recordar que la vida no es más que un suspiro que cuando uno se da cuenta ha quedado atrás. Ella, a pesar de los estragos que en la mente produce el inexorable transcurrir de los años, sabía que sus días en aquella lujosa casa estaban contados y que pronto tendría que mudarse con todo y sus recuerdos al asilo para ancianos situado en los límites del pueblo.
En ese mismo instante el resto de la familia se encontraba reunida en la casa del general retirado Braulio Antonio de la Reguera y Barcena Colín Machado, discutiendo el momento más oportuno para enviar a la abuela a la casa de retiro. Entre humeantes tasas de café y chocolate recién preparados así como de apetitosos pastelillos, las mujeres proponían que fuera para el día 3 de octubre, fecha en la que la mayoría de ellas estaban libres de los compromisos propios de su clase social; sin embargo, el sexo opuesto proponía el día 5 como el más idóneo ya que en esa fecha regresaban de Europa dos integrantes de la familia que se encontraban atendiendo algunos de sus negocios instalados en el viejo continente. En eso estaban cuando Don Braulio quiso que antes de decidir la fecha más idónea, escucharan una historia ocurrida hacía unos 20 años en esa su tan amada ciudad. Quisiera contarles, dijo, antes de que decidan el día, algo que ocurrió en este mismo pueblo y que me hace recordar lo que ustedes quieren ahora hacer con su abuela.
Corría el año de 1958, continuó diciendo don Braulio, cuando una viejecita fue llevada al asilo "El edén", como se le conocía en aquel entonces, a la casa de retiro "Los años dorados" donde quieren mandar a su abuela. Dicha persona a la que llamaré Delfina era corta de vista pero con una lucidez poco común para su edad por lo que se daba cuenta de que dicho lugar sería su última morada. Al principio su familia la visitaba diariamente y le llevaban infinidad de presentes, al grado de que era la envidia de todos y cada uno de los internos de aquella institución, sin embargo poco tiempo después las visitas y los regalos se hicieron cada vez más escasos quedando como su única compañía el álbum fotográfico familiar y todos los recuerdos agradables que había pasado con ellos. Un día, después de más de un año de no recibir visitas, las damas voluntarias organizaron una serie de festejos para conmemorar el aniversario número 50 del asilo, para lo cual invitaron a los niños de primaria y secundaria de la entidad a pasar el día con los ancianitos ahí recluidos. Se llevaron acabo concursos de baile, pintura, poesía y una miniolimpiada en la cual compitieron equipos compuestos por un adulto mayor y uno de los niños invitados. Doña Delfina y Genaro ganaron 4 medallas y se convirtieron en el equipo que mayor número de preseas obtuvo aquella mañana; sin embargo, doña Delfina después de la competencia y mientras todos se divertían se apartó del grupo y se dirigió al huerto, donde sentada en una rústica banca de madera dejó escapar dos lágrimas tan tristes y tan suyas que el mismo sol se ocultó tras de una pequeña nube como muestra de respeto hacia ese dolor tan grande. Uno de los médicos del asilo se le acercó y después de sentarse a su lado con voz pausada le preguntó la razón por la que se había apartado de los demás en el momento en el que era considerada una mujer muy afortunada por los triunfos obtenidos hacía escasos minutos, a lo cual contestó con una voz salida del fondo del alma "ay doctorcito es que los triunfos saben a derrota cuando se festejan en soledad" y usted sabe muy bien que los cambiaría todos por que una sola vez, antes de que me muera vinieran a visitarme mis familiares. Ante aquellas palabras y sin saber que responder se puso de pie y se dirigió hacia el lugar en donde una cinta magnetofónica reproducía los acordes de la marcha a Zacatecas con gran bullicio y en el trayecto no pensó en otra cosa en que aquella buena mujer estaba afectada por una de las enfermedades incurables más frecuentes que aquejan al anciano, la ingratitud y el olvido.
Con lágrimas en los ojos el nieto mayor de doña Margarita, se puso en pie y dijo con voz fuerte y quebrada por la emoción, no sé ustedes pero mi abuelita, mientras yo viva, no irá a parar a un asilo ya que no deseo por ningún motivo que sufra el dolor y el abandono que padeció la señora del relato del tío Braulio, por lo que a partir de hoy vivirá en mi casa con mi esposa e hijos. Todos guardaron silencio y se despidieron; lo que nunca supieron es que doña Delfina era en realidad su bisabuela a quien doña Margarita recluyó en un asilo para evitar cumplir con el deber que tiene los hijos de retribuirle a los padres lo que en su tiempo les dieron.
Al salir todos miraron que el sol se asomaba, como no lo hiciera desde tres días antes, a través de una solitaria nube y era como sí doña Delfina desde el cielo agradeciera lo que su bisnieto haría por su querida hija a la cual seguía aguardando con el corazón abierto y su gran amor de madre.
El cuento muy bien escrito. Lo malo es que no es nada sorprendente. Pero da para meditar que hay que sembrar para no terminar botado en un geriátrico.