Esta historia se sitúa hace siglos, antes de que los españoles acabaran con el poderoso imperio inca.
Había un lugar sagrado al este del imperio, el Cerro Blanco, y aquel territorio era vigilado por el hermano menor del Inca, el gran Aipamky.
Vivía con su hija en un suntuoso palacio blanco construido enteramente con bloques que envajaban perfectamente entre sí sin necesidad de argamasa. Su hija Phuyu, que quiere decir "Nube", era una preciosa muchachita de apenas quince años. Sus ojos semejaban dos aceitunas negras y su largo pelo caía sobre sus hombros como una cascada de azabache. Su padre le quería más que a sí mismo, ya que era la única hija que tuvo con su esposa antes de la muerte de ésta, y hacía todo lo posible para protegerla, llegando al extremo de mantenerla vigilada permanentemente.
Sin embargo la joven era muy lista y, siempre en compañía de una doncella tan traviesa como ella, escapaba a la vigilancia de los guardias y de las cortesanas para corretear libre como una vicuña por las praderas de la puna.
Un buen día, mientras jugaba junto a su amiga con el agua helada de un lago al pie del Cerro Blanco, un joven chaski (mensajero) pasó por su lado, camino de la fortaleza. Se llamaba Jampuyki, y no se conocían, pero para el muchacho fue amor a primera vista. Tenía diecisiete años, y apuesto y audaz como era se acercó a Phuyu y dijo:
- Urpi, rimakusk ayki (déjame hablarte, paloma)
Ella le respondió:
-¡Manan!, ¡ama rimawachu! (¡no!, ¡no quiero que me hables!)
Desde aquel día el enamorado muchacho esperó incansable a su dulce amor en la orilla del cristalino lago donde se vieron por primera vez. Días y noches enteros pasó Jampuyki acompañando a la Luna en lo alto de la montaña mientras la joven princesa, divertida al principio y enamorada después, le contemplaba desde la ventana de su habitación. Su corazón saltaba de alegría cuando sobre las alas del viento le llegaban los ecos de las canciones que él entonaba para ella:
¡Ay, picaflor!
Ya no horades tanto la flor.
Alas de esmeralda,
no seas cruel
y mírame llorando
junto al agua roja...
La joven princesa cedió por fin a los ruegos de su enamorado y, aún sabiendo el peligro al que se exponían, se entregaron a la aventura maravillosa de encontrarse cada noche junto al lago. Los dos jóvenes corrían sobre las cumbres nevadas y los arroyos critalinos de la puna. Todo parecía un hermoso sueño.
Pero un día llegó a oídos de Aipamky la noticia de los amores de su hija con el chaski, amores prohibidos por no pertenecer el muchacho a la nobleza.
El gran jefe hizo encadenar a Jampuyki y lo hizo encerrar en la más profunda mazmorra del palacio hasta que llegasen los grandes hielos del invierno. Phuyu imploró una y otra vez a su padre la gracia de perdonar al muchacho, pero el descendiente de los incas no cedió a los ruegos de su hija.
Cuando la nieve comenzó a cubrirlo todo, Jampuyki fue atado a una roca de la cumbre más alta del Cerro Blanco. Nadie podía acercarse a él, bajo pena de sufrir la misma suerte.
Phuyu, que no tardó en conocer la sentencia, corría desesperada de un lado a otro en la prisión de su propia estancia, y cantaba:
¡No te olvides, mi pequeño,
no te olvides!
Cerro Blanco,
hazlo volver;
agua de la montaña,
manantial de la pampa,
que nunca muera de sed.
Cóndor, cárgalo
en tus alas
y hazlo volver.
Aquella misma noche Phuyu escapó del palacio y escaló hasta la cumbre del Cerro Blanco. Llegó hasta Jampuyki cuando el joven estaba a punto de morir, tendido sobre la roca viva y cubierto de nieve.
- ¡Mamay! (¡querida!, ¿qué haces aquí? Huye antes de que te descubran los guerreros, mi pequeña Nube... - apenas acertó a decir con un hilo de voz.
- No, Jampuyki. Moriré contigo.
Y así fue. La historia termina con el sacrificio de los dos muchachos sobre el Cerro Blanco, que desde entonces fue tomando la forma de media luna, y los indios del lugar comenzaron a llamarle Rumikilla (Luna de Piedra, lo mismo que al valle, y a la hacienda, más tarde.
Es una historia muy romantica, con un lenguaje digno de un peruano, me hiso encontrar muchos sentimientos que el algun momento habia olvidado...gracias