El edificio estaba casi desabitado ya que pronto sería echado abajo para construir en su lugar una moderna torre y un conglomerado de departamentos. Dos o tres residentes le daban vida a esa condenada mole grisácea, un anciano que no tenía adonde dirigirse, un matrimonio ya maduro que demoraba su estadía, más por tozudez que por algún cariño expreso hacia el antiguo edificio y una agraciada muchacha que permanecía en su departamento del sexto piso gracias a su simpatía que le abría todas las puertas y también por el hecho irrefutable de ser la sobrina regalona del dueño de la residencia.
Erica, que de ella estamos hablando, terminó de conversar con aquel muchacho que parecía tan dulce, tan comedido, tan apuesto. Fuese como fuese, no existía la más mínima posibilidad de relacionarse con él a menos que encendiera el computador, abriera el Messenger y ya desplegada la lista de contactos, el nick de Chamberlain se destacara entre todos los demás. El hombre, un treintón residente en Cuba, le enviaba encendidas misivas que la muchacha leía al borde de la silla y con el nerviosismo haciéndole equivocar los vocablos.
Esa noche, Erica soñó con su Don Juan y se veía en sus brazos, mientras la contagiosa música caribeña aguzaba sus sentidos y aumentaba su sensualidad. Despertó a las cuatro de la mañana y sintió el irresistible impulso de encender el computador, buscar el chat y restaurar la cita virtual con el hombre que le absorbía el seso.
-Hola- tipeó con sus dedos delgados y trémulos. Sabía que le encontraría. Chamberlain siempre estaba disponible para ella.
Un segundo más tarde destelló en su pantalla un reguero de letras que enardecieron su fogosidad: -Hola muñeca preciosa. Aquí está papá.
Temblando de pasión, la mujer comenzó a contarle las alternativas oníricas que la incitaron a comunicarse con él. El tipo, un moreno musculoso de amplia sonrisa –a juzgar por la fotografía- le lanzó una serie de libidinosas palabras que aumentaron la pasión de Erica, quien comenzó a gemir como si realmente estuviese en el apogeo de una relación amorosa.
La muchacha estaba obsesionada con el joven. Tanto así que lo involucraba hasta en sus más rutinarias conversaciones, sus conocidos pensaban que se estaba volviendo loca puesto que les hablaba de Chamberlain como si fuese su novio o esposo.
Una tarde su felicidad fue completa al recibir un mail en el que Chamberlain le anunciaba su viaje a la ciudad de la chica. Allí le mencionaba que ansiaba encontrarse con ella para hacer realidad todas las promesas y ojalá concretar algo hermoso para ambos. Fueron semanas maravillosas las que antecedieron a la cita.
Erica regresaba de su trabajo aquella tarde y antes de beberse una taza de café, conectó el computador para ubicar a su bienamado. – Estoy llegando pasado mañana en la noche. La dirección que me has dado está correcta? El corazón de la chica casi se detuvo. ¡Sólo dos noches y estaría en sus brazos de bronce! Faltaban escasas horas. Riendo, gritando y también sollozando, se preparó para la gran ocasión. Buscó su mejor tenida, luego partió corriendo donde el peluquero para que al día siguiente le hiciera el más hermoso y sentador peinado. Se dio cuenta que exageraba, que a lo mejor nada era como pensaba, quizás todo era un embuste. Pero nada le importaba, lo realmente valedero era que su sangre bullía por ese amor desesperado que en muy poco tiempo se iba a transformar en una maravillosa realidad.
El reloj marcaba las diez de la noche. Erica esperaba el telefonazo que le indicaría que Chamberlain estaba en el vestíbulo. El cubano no quiso que ella acudiese al aeropuerto. –Otra extravagancia suya- se dijo la chica, -pero no importa. Lo que si tengo claro es que dentro de muy poco tiempo, estaremos juntos. Se veía hermosa enfundada en ese ligero traje azul que destacaba sus curvas. Su cabello enmarcaba bellamente ese rostro aún juvenil y de facciones delicadas. Se imaginó al arrullo de unas palmeras junto a su Apolo caribeño, recibiendo la caricia de ese aire afrodisíaco.
El teléfono sonó a las diez y veinte. –Chica ¿Estás allí mi vida? Erica creyó morir. Abriendo su puerta de un sopetón, corrió hacia las escaleras para sentir los pasos de su hombre. Fue entonces, cuando se apagaron las luces de la residencia. Erica se sobresaltó porque si temía a algo era precisamente a la oscuridad. Temblando de miedo se apresuró a ingresar a su departamento. Allí esperaría a Chamberlain. Cerró la puerta con cerrojo y se aproximó a la mesita en donde relumbraba suavemente su teléfono. Buscó en un mueble cercano una caja de fósforos, un encendedor, velas, algo que sirviera para espantar ese terrible nido de sombras en que estaba envuelta. Sus dedos escarbaban entre papeles y objetos diversos. De pronto, sintió algo así como el aliento de alguien soplando su nuca. Espantada, lanzó un grito desgarrador e intentó huir, pero sintió que una mano férrea apresaba su muñeca. Se desmayó como lo hubiese hecho cualquiera en esa misma situación.
Despertó segundos, minutos o un siglo más tarde. Se encontraba atada de pies y manos en su lecho. La penumbra era casi total y sólo la luz mortecina de una vela alumbraba la otra habitación. Sintió unos pasos pesados y más tarde vio dibujada en el dintel la silueta fornida de un hombre.
-Okey chiquitita. Aquí está su hombre caribeño para hacerla feliz como usted lo merece.
Erica trató de distinguir al tipo con sus ojos desorbitados. Temblaba como si todo el terror del mundo se hubiese aposentado en su frágil cuerpo. ¿Era acaso una broma de su galán? ¡Había sido tan crédula! El tipo comenzó a desnudarse y la muchacha se revolvió tratando de deshacerse de las ataduras. Sintió un pánico que nunca en su vida la había asaltado. Los latidos de su corazón se aceleraban a cada momento. Como pobre resultado de todas estas sensaciones, sólo se dejó oír un grito ahogado de su garganta mustia.
-No te preocupes amorcito. Esta noche estamos solitos en el edificio. ¿Qué te parece?
-¿Quién…es…usted?- preguntó Erica ya al borde de la agonía.
-¿Cómo que quien eres? ¿Acaso no me reconoces vidita por Dios? He aquí a tu galán, al ser que vibra por ti desde que te conoció, el mismo que te escribe esas encendidas proposiciones que tú atesoras como si fuesen bendiciones del cielo.
-¡Chamberlain!
-¡Ajá! Si y no. Déjame hacerte un poco de historia. Una tarde que fuiste al ciber de la esquina, tuviste la poca precaución de dejar abierto tu correo. Entonces me enteré de tu dirección mail y desde entonces te he cortejado como el famoso Chamberlain que –por lo que veo- te robó el corazón.
Se sintió el chasquido de un fósforo y un rostro patético apareció fantasmagórico sobre la precaria lumbre.
-¡Tomás!
-Si. El mismo. O Chamberlain, como prefieras. El mísero tipo que barre los pasillos. El poeta frustrado que te ha asediado con una serie de proposiciones que esta noche se harán realidad. Luego, como puedes prever, la fogosidad de nuestro encuentro será tal que provocará un lamentable incendio. Pero te prometo, mi vida, que no sentirás nada, yo procuraré que cuando las llamas te devoren estés profundamente dormida.
Y el tipo le mostró un frasco de cloroformo, el cual colocó luego cuidadosamente sobre un mueble.
-Ahora a amarnos y a no desperdiciar estos bellos momentos.
El tipo se abalanzó sobre la chica y antes de comenzar a manosearla y a besuquearla, la liberó de sus amarras. Luego fue un hartazgo de groseros besos y palabras soeces mientras la voz de Erica se desgarraba en ese silencio repleto de sombras. Antes que el hombre consumara su vil acción, ella alcanzó frenéticamente una figurilla de bronce que adornaba su velador y la descargó sobre la cabeza del individuo. Se escuchó un quejido ronco y luego sintió que el pesado cuerpo se derrumbaba sobre ella. Intentó usar el teléfono pero estaba desconectado. Como pudo se liberó del tipo y huyó escaleras abajo. Todo era oscuridad pero pudo orientarse para encontrar la salida. Cuando llegó a la planta baja, reparó con angustia que esta se encontraba cerrada con llave. Buscó otra alternativa, recorrió toda la planta baja y cuando estaba a punto de escapar por una minúscula ventana, se sintió una vez más apresada por esas manos poderosas que tanto terror le provocaban. Una risa espantosa llenó las oquedades mientras la arrastraba a su madriguera.
-Ahora tengo otro motivo para matarte, chicuela mía. La voz llegó a sus oídos como una consigna terrorífica. La muchacha, ya agotada y resignada, se preparó para sentir como esas manazas se aferraban a su cuello para sumergirla en un pozo de inconsciencia. O acaso fuese un afilado puñal el que traspasaría su carne trémula para obligarla a rendirse. Fuese lo que fuese, acaso ya le daba exactamente igual, el terror la había sobrepasado y la muerte podría ser un pasaporte a la paz. El tipo acercó su cuerpo voluminoso junto al de ella y acercando sus groseros labios a los suaves y bien delineados de ella, le murmuró con voz ronca: -Nunca debiste confiar en ese aparato. ¿Te das cuenta lo que conseguiste? Sintió entonces que las manos endurecidas del tipo, en efecto, se aferraban a su cuello palpitante. Poco a poco se fue sumiendo en un coma profundo, se percibía a si misma manoteando acaso por inercia o talvez para irse sin sentimientos de culpa de esta vida por haber intentado asirse a ella aunque fuese con esos infructuosos ademanes.
Pudo haberlo soñado, pudo ser una imagen agónica, acaso un milagro, nunca pudo explicárselo. El asunto es que de pronto, la penumbra comenzó a dar paso a una iluminación rosácea y a través de sus ojos semicerrados, distinguió a un mocetón atlético, moreno, de gesto resuelto, que abalanzándose sobre el miserable, comenzó a golpearlo con una pericia y fuerzas sobrehumanas. Tomás intentó escapar por una de las ventanas pero el muchacho le dio caza y le dio una paliza que lo dejó nockout.
Poco después llegó la policía para llevarse al desalmado, puesto que el joven ya la había alertado. Desde lejos, Erica pudo contemplar a ese hombre tan parecido al de la fotografía, que le decía adiós con sus manos esculpidas al parecer en bronce.
-Gracias a Dios que llegaron a tiempo. Si no hubiese sido por el joven que los llamó, quizás que hubiese sucedido.
-Si. Me parece que llegamos en el momento preciso, pero tengo que decirle que no fuimos avisados por ninguna persona. Sólo pasábamos por el lugar y nos llamó la atención que todo estuviese a oscuras. Este bribón siempre mantiene una luz encendida en el cobertizo y esta vez, al no hacerlo, preparó su propia trampa.
-¿Pero no fue el joven moreno quien los llamó?
-No sé de que me habla, señorita. Cuando ingresamos, sólo estaban usted y ese tipo a punto de estrangularla.
-¡Pero si fue él quien tomó el teléfono y marcó el número de ustedes! Cuando se despidió de mí, ustedes estaban aquí, esposando a ese hombre. ¡No pudo haber sido mi imaginación!
-Me temo que eso haya sido, señorita.
Erica desde entonces teme abrir su Messenger. A decir verdad, ya no desea volver a ocupar su computador, el mismo que le permitió introducirse en un mundo misterioso, un mundo de almas que parecieran haber encontrado el medio propicio para adquirir fisonomías múltiples y personalidades diversas y que están a la caza de almas incautas…