UNA CARTA
Recibí una carta. Me la mandó una persona que yo no conozco. La chica que la ha escrito envió con el mensaje una fotografía; una chica muy bonita, pero en la fotografía parece tener menos de quince años. Está su nombre escrito claramente, y el mío también, lo que significa que la chica sabe bien quién soy; hasta sabe mi apodo. ¿Cómo es esto? ¿Porqué una chica de quince años, o menos, se toma el tiempo de escribirme?
Ahora, usa en la carta un léxico como si se dirigiera a un amigo de mucho tiempo, ¡la chica podría ser mi hija! A menos que la fotografía sea de tiempo atrás, y seamos aproximadamente de la misma edad; porque nunca he tenido amistad con alguien a quien le lleve ventaja de más de tres años. Pero no es eso muy probable; una chica de tal elegancia y belleza se recuerda para toda la vida.
Dice que soy una gran persona y que me recordará siempre, y que el verano que conmigo pasó fue muy divertido. Si de hecho es una persona de mi edad, y hubimos de pasar un verano juntos, ella no pensaría que soy una gran persona; en aquellos días de mi adolescencia yo era un jovencito estúpido, niño necrófilo y farsante. Un día crecí a favor de la vida. Primero fue la naturaleza, y me olvidé del masoquismo moral y preferí disfrutar de todo.
Al cumplir quince años entré en una gigantesca confusión sentimental; ya me elevaba para caer terriblemente y romperme los huesos contra el suelo, ya era ligero para terminar siendo más pesado. Sí, una confusión que me hundió en mi mundo interior -del que aun no logro salir porque no deseo hacerlo- que me alejaba de la humanidad corriendo a través de ella, era algo interesante pero doloroso. Ahora tengo marcas de aquellos días, pero no he olvidado lo que aprendí; y eso es lo más importante. Y así continuó mi vida después de los quince; aprendiendo dolorosas lecciones que me hicieran olvidarme de esos placeres juveniles de tontería.
Pues no, definitivamente no, no puedo recordar a esta chica de alguno de aquellos veranos. No puede ser parte de alguno de aquellos veranos anteriores a los quince, pues en ese tiempo ninguna persona me pensaría agradable, debe de haber sido después de los quince. No recuerdo nada anterior a los quince.
En el feliz tono de sus palabras noto un momento de tristeza –el que mayor impresión me causó, y en el que yo me enfoco- , en el que habla de su estado de salud. “Estoy bien” dice “, pero me preocupa mi corazón porque en ocasiones me duele.” Observo la foto e imagino cómo será ella ahora y es triste imaginar que su enfermedad sea cosa seria, y así lo presiento.
Pues trato de pasar mis días sin pensar mucho en ello, pero en realidad pienso muchísimo en el caso, es que es de una belleza increíble. No le he escrito y estaba decidido a no hacerlo, ahora le escribiré, ahora mismo.
El correo no es algo muy seguro aquí. Espero que reciba mi carta y conteste como se lo he pedido.
La fotografía fue cortada de un extremo para que se acomodara en el sobre. Viste de negro; pantalón y blusa, la blusa adornada con corazones a la altura del pecho, uno de los tres corazones, el del medio, está roto. La fotografía fue cortada con tijeras y sin mucho cuidado. Está sentada en una silla que no es visible por la oscuridad de las sombras de la parte de debajo de la foto.
LA SEGUNDA CARTA
He recibido otra carta, me dice que su salud empeora cada día. Ya no sale a la calle para evadir emociones y pasa todo el día en cama ¡pobre jovencita! Se priva de la vida siendo tan mágicamente juvenil por causa de una enfermedad cardiovascular.
Me cuenta sus sentimientos, teorías y proyectos. Es una chica inteligente. Me alegra, pero al mismo tiempo me entristece. Me hace también recordar mis días lejanos de juventud; esos días que ya se quedaron muy atrás; mis amigos, nuestras aventuras, mis amantes, y tantos lugares que conocí. Ya no sé ni qué edad tengo; debo ser muy viejo.
Lo que más me impresionó de esta segunda carta es que la chica me ha enviado otra fotografía, una fotografía idéntica a la anterior. La forma en que fue cortada para que cabiese en el sobre es la misma, y hay más, unas manchita que yo había causado en una de las manos de la chica de la foto se encuentra en esta foto también; y estoy seguro que esta foto yo no la manché, pues apenas había abierto el sobre y lo noté; cayó la foto al suelo, así que yo ni siquiera la había tocado aun. Fue una gran impresión para mí. ¿Pudo la joven haber cortado las fotos de manera exactamente igual en dos ocasiones distintas? Pudo haber puesto las fotos una sobre la otra para cortarlas, mandó una, y la restante la guardó para esta ocasión; hasta puede tener algunas más de reserva para las próximas cartas. ¿Pero cómo es que su letra es idéntica también en ambos mensajes al reverso de las fotos? Y más inexplicable aun: la manchita de la primera foto que aparece también en la segunda… idéntica y en el mismo lugar. Es un asunto que merece mucha atención. Bueno… después de todo quizá no debiere preocuparme tanto. Tal vez en realidad no son idénticas como yo creo; aun no las he comparado viendo ambas a la vez, pero lo haré ahora.
¡No está! ¡La primera foto ha desaparecido! La he buscado por toda la casa. Ahora no puedo siquiera asegurarme de que son iguales. Mi memoria me dice que son exactamente iguales, y mi memoria no falla; por eso me di la libertad de emocionarme y sorprenderme prematuramente. Ahora ya no sé, no puedo comprobar nada.
Ahora me abro el camino hacia otra teoría: la primera y la segunda foto son la misma. Y prefiero detenerme con esta proposición para no martirizarme pensando en lo que estoy obligado al proponer semejante locura.
Le propongo en esta carta que escribo que nos veamos en donde ella quiera; yo puedo encontrarla donde ella plazca.
LA TERCERA CARTA
Gracias me da por ser un buen amigo. Personas como yo no encontrará entre sus compañeros, dice. Quiere que nos veamos en invierno, pero no en su hogar; nos encontraremos en un café.
EL ENCUENTRO
Aquel día se ha ido. Ha sido el segundo día más grande de mi vida. La encontré ahí desde que llegue, y estuvimos, después de saludarnos con un abrazo y un beso, conversando sobre cualquier cosa. Hablamos por muchas horas, compartimos muchos pensamientos que a otros oídos parecerían crímenes.
Es, en efecto, una esbelta chica de pelo corto, sedoso y muy oscuro –en la foto su pelo es largo- , es alta y de mirada melancólica, de sus ojos negros y grandes parecía, hasta cuando reía sinceramente de alegría, que en cualquier momento brotarían las lágrimas de tristeza. No tiene quince años, ahora tiene diecisiete, mas de hecho al tomarse aquella fotografía, que ahora veo en mi escritorio, tenía quince; acababa de cumplirlos.
Estuvimos en el café desde la mañana hasta la noche. Ella insiste en que nos hemos conocido, pero yo no la puedo recordar. Le conté muchas cosas demasiado personales, pero al contrario de lo que siento con cualquier otra persona, no me arrepiento, de hecho me alegro.
-Te quiero- dijo mirándome con esos grandes ojos, portales para un mundo al que no me atrevo a mirar.
-Te creo- le contesté- , pero no entiendo el porqué de ese cariño.
-Es que tú y yo compartimos algo muy especial. Tú sabes sobre mi enfermedad y yo sé sobre la tuya. Me alegra y al mismo tiempo me duele mucho decirte que sufrimos de lo mismo; del corazón. Mi corazón y el tuyo están igualmente dañados; se dañaron en el mismo instante aquel verano que no quieres recordar.
Sólo un detalle me sorprendió aquella noche más que las palabras de ella: Ya cuando partíamos de aquel café pasamos junto a un espejo, hacía tanto tiempo que no miraba uno. Era una noche clara. El dulce viento de invierno jugaba con nuestros cabellos, así me di cuenta que aun no perdía el pelo, hasta sentí tenerlo algo largo y desordenado.
Ella notó mi asombro y la manera en que observaba mi figura en ese cristal. Cerró sus ojos, luego los abrió lentamente y mirando al suelo dijo:
-Sí… eres joven. Tienes también diecisiete años. Eres algunos meses más joven que yo.
No puedo creer que he ignorado cosas tan grandes. Ella me dice que ha pasado por lo mismo, dijo que estoy igualmente enfermo. Ahora me dirijo a ver a un buen amigo mío que es médico, pero no me siento capaz de llegar hasta allá; me siento débil, se me doblan las piernas y me duele la cabeza, siento algunos piquetitos en el corazón, cada vez más dolorosos. Y mi compañera debe sentir también que nuestro fin ha llegado.