(Titulo original: El Encuentro)
Lloraba porque ya no sólo me consideraba un monstruo físico, que lo era, sino un monstruo espiritual, un engendro moral. No entiendo como pude cometer esta abominación tan grande, la de embaucar a una chiquilla tan adorable como Pilar a base de mentiras y disimulos. Y además, como escribirle de nuevo, después de lo de esta noche. La había perdido para siempre. Desperdicié la única oportunidad de mantenerme atado a este asqueroso mundo.
Sin contener las lágrimas abrí el portón del aparcamiento, estacioné el vehículo, subí a mi habitación y como un autómata fui directo a la cómoda donde guardaba la pistola que adquirí unos años atrás, después del accidente, para utilizarla con los mismos fines que ahora. Me aseguré de introducirle un peine que no le faltara una bala. Me acomodé en el sillón de lectura, manipulé la pistola, asegurándome de que un cápsula se introdujera en la recámara, elevé el cañón de la misma apuntando hacia mi sien derecha, y me dispuse a apretar el gatillo. El suicidio era mi única salvación.
Yo era físicamente un monstruo, de 76 años, ella era una chiquilla intelectual de solo 17 que en ocasiones me escribía párrafos tan hermosos como éste: “Me estoy durmiendo pese a que es tan tarde –debes ser tú- que me estás llamando a soñar con algún lugar inalcanzable para el resto de los seres humanos, pero no para nosotros” A veces me contestaba una carta expresándome: “las dulces palabras que producen tus bellas manos me transportan a Praga, la ciudad de las cien torres, específicamente al río Moldava y a su apacibilidad. Tus pensamientos me llenan de nostalgia, de nauseas que se convierten en inspiración”.
Pilar, que es su nombre, a quien conocí en una de esas páginas de chateo literario del Internet, específicamente en una discusión sobre la obra de Frank Kafka. Rápidamente coincidimos en muchos razonamientos respecto de la labor literaria de aquel gran visionario, pero ella, por supuesto, desconocía que yo era un monstruo que escribía palabras hermosas, porque en los tres años de nuestras relaciones a través del correo electrónico, siempre supe evadir las tantas veces que me solicitó le enviara una fotografía de mi persona, como lo había hecho ella, o le conectara una cámara digital a mi PC para que interactuáramos de manera real.
En su búsqueda de penetrar mis intimidades, me explicaba que se reunía cada Viernes con varios chicos de su edad para comentar lecturas, autores, estilos, favoritos, no recomendados, entre los que se encontraban Poe, Bukosky, Maupassant;, Cortazar, Borges, . Me afirmaba que ella era más afín a los rusos, a los escandinavos, Tolstoy, Kundera, Kierkergaard. Yo le mentía de la manera más simple y descarada, contestándole que me reunía cotidianamente con amigos para discutir las obras de Nietsche de Sartre, Borges, Sabato, Kant, cuando en realidad nunca había pasado de novelitas de Corin Tellado y Western de Marcial Lafuente Estefanía.
La mentira fue mi refugio para poder compartir la realidad que brutalmente me circundaba. A veces me escribía para confesarme: “esta noche me voy a embriagar con el jazz de Chet Baker, de Ella Filtgerald, del Duke Ellington, y cuando este completamente extasiada entonces danzaré con (Chopin Rachmaninov, Grieg y Gershwin. Y por supuesto tarareare los tangos de (piazzola, homero manzi, luego dormiré placidamente escuchando las dulces notas de los pianos de Mariano Mozzo y Cesar Vernieri. Yo le contesté que justamente cuando leía su mail acababa de programar mi computador con una mezcolanza de wagner, Bethoven, Tchaikovski, y Stan Getz, y que habia dispuesto un solo de trompeta de armstrons, para finalizar mi velada con el piano de Clayderman, y las melodías románticas de Alfredo Kraus Trujillo..
Me era imperativo falsear mis realidades, esta relación me era indispensable para vivir. Yo era un monstruo real, rechazado por todos, incluyendo mi propia familia. Fue un accidente automovilístico tan brutal que necesité de cinco operaciones quirúrgicas en mi rostro para continuar existiendo, pero los cirujanos no pudieron enderezar del todo mi cara, ni devolverme el ojo izquierdo, ni la nariz, ni el labio superior de mi boca, tampoco pudieron devolverme la locomoción de un hombre normal, porque le era imposible usar bisturí en la parte de la columna vertebral que fue afectada, por lo que al caminar se contorsionaba todo mi cuerpo, y los golpes en la parte baja de la cabeza, sentenciaron mis manos y piernas a una convulsión eterna. Para ser más explícito, caminaba como si bailara música tropical.
Fui arrojado de todos los clubes, mis alumnos, mis propios y queridos alumnos de Cultura Física solicitaron mi remoción, en una carta magistral, la cual el Director tuvo la gentileza de obsequiarme una copia: “…porque la presencia del profesor Ricardo nos produce la sensación de que somos extraterrestres, no lo soportamos, compréndanos bien, lo aborrecemos, nos indigesta…”, entre otras degradaciones, y respecto de mi familia, para evitar el fin de Gregorio Samsa, decidí mudarme solo al apartamento en el que ahora resido.
Yo nunca fui mentiroso, es mas reprobaba los mentirosos, pero en esta ocasión, para conservar mi supervivencia espiritual tenía que mentirle cotidianamente a esta chiquilla. Jamás había oído mencionar a Abelardo Castillo, y al principio de nuestra relación, cuando me preguntó sobre su obra le dije que junto a Rulfo, Gogol, Turgueniev y Bosch, era mi autor de cuentos predilectos, y me envió dos cuentos de Abelardo: la fornicación es un pájaro herido, y aquel que me confeso era su favorito: El Candelabro de Plata; me pidió que los leyera y le hiciera llegar mi opinión:
La Fornicación trataba de la relación de un profesor de 36 años, Bender, con una chiquilla de 17, Agustina, y con el Candelabro de Plata, un Vagabundo le pulverizó la cabeza a otro Pordiosero, Franta, con el fin de ayudarlo a reunirse con su familia. Al leer la fornicación, mi subconsciente, o no sé si mi consciente elaboró la teoría de la posibilidad. Y automáticamente, reduje mi edad a 34 de manera que cuando me fue obligatorio confesarle mi edad a Pilar le dije que era mayor que Agustina pero más joven que Bender. De esta forma podría recrear un amor tormentoso e inverosímil entre nosotros. Esa idea sola sosegaba mi alma y me hacía olvidar mi condición grotesca. Creo que ella pensó lo mismo, porque a partir de aquel momento pude leer párrafos de tanta belleza como estos:
”No te voy a mentir, pero creí que te había herido y ofendido más de lo acostumbrado, entonces pensé en la posibilidad de escaparme, caminar todo el continente para ir a tu encuentro; morir; llorar; tengo miedo de perderte”.
Y estas: “Esta nevando, hace frío y recién terminó de llover- recordé a Agustina (la chica de Bender) con el chupetín en forma de cono en la boca”
“¿Cómo podría agradecerte este sentimiento y esta nueva manía que
consiste en sentirme totalmente complacida y a la vez angustiada, cada vez que leo una palabra que sale de tu voz, aunque no la sienta, aunque no la escuche? lográs emborracharme con facilidad… sería peligroso tenerte demasiado cerca”.
Y fue ella, quizás sin quererlo, quien acrecentó mis fantasías de la posibilidad cuando en una ocasión, en una de su mas encantadoras misivas me observó “El tema es que no quiero compartirte con nadie, sos una cosa hermosa que me está pasando a mí que no quiero compartir”
Me consideré por mucho tiempo el hombre más feliz de la tierra, hasta leer el siguiente mail:
“Querido Ricardo, como te había expresado anteriormente mis padres son diplomáticos, y alégrate: fueron invitados por tu Gobierno a una serie de eventos que se celebrarán en tu país. La agenda de mis padres no les iba a permitir estar presente, pero yo insistí por las ganas que tengo de verte, de abrazarte, de darte un beso que te dure para toda la vida. Todo está arreglado. Si es que no deseas ir al aeropuerto, me espera en el lobby del Hotel Sheraton, a las 7:00 PM. Hora de tu país. Yo llevaré una blusa verde claro, unos pantalones Jean Crema marca SKCR, unos zapatos crema sin tacos, una bufanda negra brillante, y el arete de gitana que conoces en mi oreja izquierda. Siempre tuya. Pilar”.
Llegó la hora del sufrimiento, fue la idea que pude elaborar, y un escalofrío como de muerte me recorrió el cuerpo entero. La única verdad que esta chica sabia de mi era que existía. Para ella yo era un hombre corpulento de 32 años, cuando en realidad era un anciano corpulento de 76, mi estatura de 5’4 se la había elevado a 6’2, mi piel negra la había convertido para ella en una piel blanca tropicalizada, y mi nariz, cuando en realidad no tenia nariz ostentaba los rasgos griegos de mis antepasados. Toda esta falsa, estas simulaciones habían llegado al final, pero tenia que ir, no para presentarme a ella, sino para verla, para observar desde un rincón apartado la chiquilla que tanta felicidad había suministrado a mi vida desdichada.
Y la vi, y mi corazón saltaba ansiosamente por salir del pecho. Era tan o mas hermosa, mas jovial que en las fotografías. Estaba mirando a todos los lados, buscándome afanosamente por todos los rincones del lobby del Hotel, mientras las lágrimas humedecían mi chaqueta. Conversaba con todas las personas, hacia la misma pregunta, luego se dirigió a mí: -------Escúcheme Caballero, -¿no ha visto, por casualidad a un señor de unos 30 a 35 años en actitud de espera, de tal y cual cualidades? --No señorita, no lo he visto, quizás se confundió de hotel, eso pasa, así le dije y sentí un sacudimiento en todo mi cuerpo y toda mi alma y las lágrimas empezaron a salir a borbotones. ¿Porque llora, Caballero? --Lloro por la realidad, Señorita, que es cruel, brutal inhumana, ¿a cual realidad se refiere, Señor? --A aquellas que golpean rudamente cuando se despierta, señorita, cuando se despierta de un largo sueño, cuando se desvanecen todas las teorías, incluso la de la p.......
Un rayo de luz iluminó mis sentidos. Iba a mencionar la palabra vedada: “Posibilidad”, palabra ésta que si llego a pronunciarla me hubiera reconocido, hubiera conocido no al monstruo físico con quien ella, en toda su sencillez, se encontraba conversando sino al otro monstruo, al mentiroso, al embaucador, al que le estuvo robando sus sueños por tres años. -Usted nunca conocerá señorita el significado de estas lágrimas, y me retiré con la decisión íntima. La solución final.
Con el cañón de la pistola aprisionando mi sien derecha y el dedo índice empujando el gatillo, giré la cabeza hacia el PC, no por el PC en si, sino mas bien como para darle el ultimo adiós a Pilar, y fue en ese momento fugaz que decidí, antes de martirizarme, escribirle, decirle toda la verdad y luego ejecutar el mandato de mi destino.
Encendí el PC y me fuí directamente al Correo electrónico, donde me encontré con esta sorpresa:
Querido Ricardo, El remordimiento me acuchilla; mi último engaño rebozó la copa de mi deshonor. He sido injusta con vos, la chica que conociste no soy yo, es la de las fotografías, mi sobrina, ella conoce al dedillo nuestra correspondencia y aceptó estas jugarretas por mi felicidad, porque sólo ella sabe que después del accidente de aviación en donde fui una de los cuatro sobrevivientes, sólo he conocido la felicidad a través de tus letras. Aquel accidente me dejó con el rostro marcado, un monstruo en el más alto sentido de la palabra y en una silla de rueda. Te conocí el día de mi muerte, y mi sobrina lo sabia, el ritual estaba listo para la inmolación. Conocerte salvó mi vida. Así es Ricardo, tú salvaste mi vida.
No soy la niñita caprichosa de 17, soy una anciana de 76, Te engañé, me creíste una chiquilla porque mi profesión es escribir argumentos, cuentos y guiones para teatros infantiles. El 90 por ciento de las cosas que te he confesado no responden a la verdad. Lo estrictamente auténtico, irrepetible, es la felicidad maravillosa que siento cuando te escribo o viceversa, cuando recibo esas hermosas imágenes que producen tus dedos aterciopelados.
Sé que me vas a odiar por este engaño, pero disfrutaré tu odio, el odio es el camino para aprender, según Aristóteles. Lo importante es que salvaste mi vida e hiciste feliz a una desventurada. No sabes cuanto te quiero y cuanto anhelo tu perdón. Tuya siempre, Pilar.
Bajé lentamente la pistola, separé el percutor, abrí el tocador, la acomodé como estaba, y me dejé caer en el sofá, entonces reflexioné, guardando la distancia, como aquel vagabundo que extrañamente no había vendido, empeñado o trastocado aquel candelabro de plata, como hizo con todos los bienes relictos que heredó de sus padres, porque al parecer su final último era hacer feliz a un hombre. Hacer feliz a Franta.
Me sentí como él, un hombre intrínsecamente bueno, un monstruo orgulloso de su condición de monstruo.
JOAN CASTILLO.
25-02-2004
La verdad, este cuento me tuvo atrapada, tal vez por la profundidad y la monstruosidad del tema, en pocas palabras y como Kant hubiera dicho en su ensayo "lo bello y lo sublime", tu cuento estaría clasificado en la sublime monstruosidad.