¿No había un trabajo peor? – Dijo la mujer con cierta ironía – No sé, bien podría ser de lavar ventanas por fuera de un edificio de cincuenta pisos. O lavando un ano de los elefantes en el zoológico – Entiendo tu contrariedad – le dijo su amiga – Pero ya verás que no es tan malo. Yo llevo años realizando tal oficio y no es tan malo – la mujer hizo una mueca de enojo y tras unos breves momentos de duda, por fin se decidió – Está bien – expresó la mujer – Pero si el oficio no me agrada, que estoy segura que no me agradará, entonces ni aunque me rogases volveré a realizarlo – la amiga le dedicó una sonrisa, y aceptó el trato.
Llego el día acordado en el que la mujer se presentaría a su nuevo trabajo. Y ese primer trabajo consistía en arreglar a un hombre que había fallecido de una enfermedad terminal. Sí, en eso consistían sus nuevas labores; en arreglar muerto. La mujer se puso tensa, pues le era de los más incómodo, por no decir nefasto, el tener que arreglar a un muerto. Su amiga la miró y trató de darle ánimos – No te preocupes – dijo la amiga – lo mismo sentí yo cuando arreglé a mi primer “cliente”. Pero ya lo verás, pronto te acostumbrarás a ello. La amiga, luego de unos momentos de duda, se acercó a donde el muerto. El hombre ya sin vida que se encontraba ahí frente aquellas dos mujeres levantó la cabeza y dijo – Pero que quede bien arreglado ¿he? No me gustaría que mis familia me recordara desaliñado.
Fin