Tenía el boleto ganador. El primer premio era de cien mil dólares. Los números eran los mismos que tenía en el boleto guardado en mi saco. No sé porqué no le dije a nadie de esta buena noticia. Esperé el día en que entregaban el premio y fui.
Salí por la televisión, la radio, etcétera; pero apenas me dieron el cheque, fui al primer banco y lo cobré. No sé por qué decidí no ir a mi casa, más bien durante todo este tiempo pensaba qué es lo que haría con todo el dinero. Después de bastantes noches sin dormir encontré la respuesta; viajaría solo por todo el mundo, conocería a gente interesante, tomaría fotos en los lugares que mas me impactaran y luego me quedaría en el lugar mas tranquilo que encontrase.
Viajé a París. No conocía a nadie ni siquiera sabía hablar francés, pero no me importó, deseaba estar en esa soñada ciudad en donde tantos artistas soñaban en estar... Llegué de noche y parecía que nadie dormía, sentí que algo interesante me estaba por ocurrir. Pedí que me llevaran a un hotel cerca del Arco del Triunfo a un muchacho que hablaba ingles.
Mientras viajábamos en el auto veía que toda la ciudad parecía ser el centro de mi propia ciudad, pero más limpia. No había mucha gente pero sí perros, gatos y closhards (vagabundos) con unos carritos que llevaban botellas y cuanta basura cargaban. Me gustó aquella imagen y les tomé una foto. Llegamos al Hotel Saint Pierre, ubicada en el barrio de Saint Germain, cobraban setenta euros por noche, estaban bien. Después de instalarme decidí salir a pasear, conocer un poco la noche de Paris…
Ya en la calle, me gustó que todas las pistas fueran adoquinadas, que el ruido de la noche fuera como poesía, que el ruido de la gente fuera como esos ecos de un pasado muy grande, me gustó todo, tanto que busqué a alguien a quien contar mi sentir… Por suerte vi a un clochard que caminaba surcando el Sena. Le seguí como a unos quince metros. Vi que bajaba hasta llegar a la parte posterior de un puente. Bajé.
Tras una lumbre le ví escribiendo sobre una ruma de arrugados papeles. Me acerqué y le ofrecí un cigarrillo. Aceptó en silencio, luego, preguntó: “¿Eres latino? Le dije que sí y me alegré que supiera hablar español. Conversamos hasta que llegó el amanecer. Me levanté y ya estaba por irme cuando me ofreció una serie de papeles escritos en francés. Le agradecí y fui a mi hotel. Con la ayuda de un diccionario pude traducir los textos. Me quedé anonadado al leer que era una historia en donde un hombre ganaba una fortuna y abandonaba su familia, todo, en busca de algo, cualquier cosa que le diera sentido a su vida… La historia continuó. Decía que aquel hombre gastó hasta el último euro, quedándose pobre. Luego, se fue a vivir como los vagabundos, pero muy lejos de París.
Aquellas letras me hicieron temblar. Fui hasta la bóveda del hotel y comprobé si aún tenía todo mi dinero, para mi suerte aun estaba, sin embargo había algo dentro de mí que me hizo pensar en el futuro, el presente pero no en mi pasado. Salí nuevamente y está vez caminé por la zona pintoresca de Paris. Subí a la Torre Eifeel, alquilé una moto y me puse a pasear por todas las calles, fue bello… pero cuando tuve ganas de comer, vi un pequeño restaurante y me dispuse a comer. Pedí una copa de vino y una pasta de alcachofa. De pronto, mientras comía, vi a través de la ventana al clochard que con la mano me estaba llamando. Con los ojos y mis manos le dije que me esperase a que terminara mi merienda.
Ya en la calle continuamos conversando de cualquier cosa, menos de aquellos escritos. Como tenía mi cámara le pedí si podía tomarle otra foto, me dijo que sí. Cuando llegamos al Sena nos despedimos y antes de que me fuera me entregó otros textos, iba a rechazárselos pero no pude. En el hotel cogí mi diccionario y después de traducirlo me quedé boquiabierto. Decía que en una vieja ciudad, por el medio oriente yo conocería a dios, en carne y hueso y que me haría su discípulo, y le seguiría por el resto de mi vida. Y por orden de esta reencarnación de dios volvería a mi país y fundaría como un movimiento revolucionario en donde las únicas armas serían el perdón, la claridad, el servicio mutuo y nada mas… Concluía que mi nombre cambiaría, y que mucha gente pronunciaría mi nombre y sería muy feliz, y que moriría lleno de paz y con los ojos puestos en una especie de ojo de dios…
Apenas dejé de leer este texto lo solté pero sentí en todo mi ser como una vibración que me ponía a piel de gallina… Luego sentí como una presencia, como si alguien estuviera cerca de mí. “¿Será cierto todo esto?”, pensaba. Lo cierto fue que traté de vivir disfrutando de mi dinero pero una voz se expandía en mi alma, como si una gota de pureza hubiera caído en el océano de mi inconciencia y estuviera expandiéndose más y más hasta que una noche no pude mas y saqué mi dinero y me fui de Paris.
No recuerdo por cuantos países estuve pero si algo sentí en todos ellos fue aquella vibración que se hacía mas fuerte en el silencio de la noche. De pronto sentí un llamado, como si estuviera soñando pero estaba despierto, al menos eso me pareció. Salí de Bruselas y tomé el avión hacia la China. Cuando llegué, tomé un auto que me llevará a un hotel y en el transcurso tuvimos un fuerte accidente. Mi auto se volcó y mi chofer murió. Yo quedé casi sin cerebro, pero aun podía vivir. Pasó mucho tiempo cuando aquella misma voz se hizo fuerte y le escuché a través de un ensueño que me parase y viajara a la India. Me paré y cuando traté de revisar mi dinero, ya no tenía nada…
Estuve vagando por un lado a otro, por mas que pedí a mi consulado que me ayudaran lo unico que conseguí fueron tiketes de comida, pero solo por un tiempo. Con suerte conocí a un chino que hablaba español y le pedí si podía darme un trabajo. Me lo dio y estuve trabajando por un año hasta conseguir dinero para retornar a mi país. De pronto cuando ya tenía mi pasaje en la mano, y mientras caminaba hacia el aeropuerto escuché nítidamente la misma voz interior que me hablaba, pero esta vez a través de un niño de doce años. Sin pensar le seguí hasta llegar a su hogar que estaba repleta de personas de todos los lugares del mundo.
Me atendieron y me invitaron a vivir en aquella casa que era grande y llena de vegetación. Aquel niño cuyo nombre no puedo pronunciar me llamó a su cuarto y mientras me hablaba sentí en mi alma que se trataba de dios en la forma de un niño de doce años. Lo supe pues apenas sonrió, mis ojos, mi alma, todo en mí, se puso a sus pies… Mi alma lloró al haberle encontrado, y me quedé junto a él por muchos años… Hasta que una noche, sin que nadie se diera cuenta, me pidió que le siguiese. Lo seguí y caminamos hasta llegar a un río. Nos sentamos y me dijo cosas muy bellas, luego calló y me pidió que cerrase los ojos. Le obedecí. De pronto sentí que como un aire puro limpiaba toda la oscuridad de mi interior y pude ver un universo lleno de astros… Escuché como si en aquel universo una gran orquesta tocara una bella sinfonía de ángeles… Cuando abrí los ojos, estaba solo, el niño dios estaba regresando hacia el hogar.
Al día siguiente me dieron un pasaje para regresar a mi país. Antes de irme le pedí a niño si podía quedarme con él, y el me respondió: “Mientras respires, a tu lado estaré”.
Tomé el avión y mientras retornaba a mi país pensé qué era lo que debía de hacer… de pronto sentí aquella vibración interior y supe que tan solo debía hacer una sola cosa: Cerrar los ojos y sentir aquella belleza, nada más…
Han pasado muchos años, y he conocido mucha gente y a todo les he hablado del niño dios. Muchos me han creído otros no. Todo seguiría normal sino fuese que me llegó una carta en donde el niño, que ya era un hombre, me anunciaba que muy pronto vendría a visitarme… No hubo día en que no esperase la carta de llegada, hasta que llegó.
Mis ojos al verle bajar del avión rompieron en lágrimas. Me eché al piso y él me dio su bendición…Fue hermoso, y fui feliz. Paseamos por todas las calles y él hizo muchas conferencias, y en todas ellas vi que mucha gente se identificaba con sus palabras, con su voz que parecía ser como el gran poeta de la vida y del corazón… Cuando se fue, me dijo algo que nunca olvidaré, “Volveré”. Han pasado muchos años y no ha vuelto. Y aunque ya soy un anciano nunca he perdido la esperanza de volverle a ver… Es que es hermoso encontrarse con alguien como él, que cambia la oscuridad en claridad, la noche un día, el odio en amor…
Ahora que estoy en mi lecho de muerte, me llega el recuerdo de aquel clochard que vi en el Sena, en Paris, en toda la gente que he conocido y recién ahora he podido vislumbrar que todos era uno mismo, que cada cual era una parte de toda esta sinfonía que, en esta parte de mi vida, es mi existencia… Mientras veo como mi vida se me va, siento que tras la esquina de la existencia se encuentras aquella voz tan amada por mí… y yo la espero con todo mi corazón…
San Isidro, febrero del 2005.