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EL CANTOR

En la medida que se acrecentaba el inicio del calor del verano tropical, en derredor de aquel frondoso y extraño árbol se multiplicaba la presencia de colibríes, gorriones y ruiseñores, así como otras tantas especies de viejas aves canoras, provenientes de apartados y remotos lugares del planeta, buscando en la Naja, la fruta de aquel árbol milenario llamado Anajasstia, su última oportunidad para continuar ejercitando las cualidades de expresión armónica con que las proveyó la madre naturaleza; Esta vez se mostraban extremadamente inquietas y nerviosas por la presencia de una sombra humana., ya que sólo ellas y las mariposas a través de los siglos, habían tenido acceso a sus entornos.

El hombre que estaba acurrucado debajo del árbol el 21 de Junio a las 09:39 GMT no era otro que Tenorio Trino, el cantor, a quien le llamaban el Gran Divo y a quien ningún otro intérprete del bel canto lo había superado en éxito y popularidad. Su personalidad lírica era una mezcolanza de la potencia de Caruso, de la dulzura de Alfredo Kraus, la humildad de Carreras, la preparación musical de Plácido Domingo y la energía y el entusiasmo de Pavarotti; según los expertos, desde Ferrucio Tagliavini, nadie se había acercado a la perfección como él, ya que también le adornaba la calidad de actor de Mario Lanza, por lo que había realizado infinidades de filmes cinematográficos.

Cuatro años atrás había bajado del podio del New York Opera House, con el conocimiento íntimo que sus días esplendorosos habían llegado a su final, los tibios y piadosos aplausos de sus incondicionales fueron sofocados por las rechiflas y abucheos de la gran multitud. Había sido su peor noche no obstante las cirugías que a petición de Ana Maria, su esposa, se había realizado para recomponer los músculos cansados de su garganta; su aparato fonatorio ya no le permitía exhibir la belleza de aquella voz arrobadoramente dulce de antaño. En esa infausta noche quedó demostrado que ya no quedaba ni el eco de aquella voz maravillosa que prestigió los escenarios líricos del mundo. Sus amigos le indicaban que la huella que había dejado su maravillosa voz y su personalidad lírica no se borraría por mucho tiempo, que era hora del retiro con todos los honores, lo que no fue aceptado por Ana Maria, su joven esposa.

Un poco atontado por los chirridos de las aves, recordaba que fue Tangolé el cocinero y edecán africano de Ana María quien, presionado por ella le confesó la leyenda de este árbol de hojas del mismo tamaño y forma de las orejas de los elefantes y cuyas flores del mismo color de las hojas sólo son percibidas por las mariposas debido a que produce un néctar que abrillanta sus colores, y fue Tangolé quien también le explicó que la Naja madura cada 20 de Junio y al día siguiente, inicio del solsticio de verano alrededor de las GMT00:12:00 mediodía caen todas al mismo tiempo para ser engullidas en fracciones de segundos por los millares de viejas y olvidadas aves cantoras, como la que ahora le quitaban el sosiego, ya que su pulpa limpia y revitaliza sus músculos siringeos, ofreciéndoles las energías necesarias para volver a cantar.


Reflexionando sobre la advertencia de Tangolé respecto de que ningún ser humano jamás había probado esta fruta su reloj tintineó las 12:00 MGT, y a seguida las frutas desplomaron cronométricamente y miles de aves se abalanzaron sobre ellas, El cantor tomó dos de ellas y entre plumas, picos, patas y el griterío de los pájaros las tragó con la vehemencia propia de aquel que no se rinde ante la realidad del tiempo e inexplicamente empezó a correr, a saltar, como un jovenzuelo, entre los bosques circundantes interpretando a capela al Nemorino de L’elisir d’amore de Donizeti con una dulzura inigualable. Su voz como un espejo, entrechocaba entre los arbustos y los árboles y el eco la llevaba hasta las llanuras y montañas contiguas donde los indígenas se liberaban de los machetes, arados y demás instrumentos de labranzas para cantar, danzar y solazarse bajo el efecto alucinante de esa voz exquisitamente radiante, alegre y poderosa que parecía venir del cielo.

El cantor había nacido de nuevo y Ana Maria, eufórica, no tuvo reparos en firmar cuantos contratos llegaron luego de producir una rueda de prensa donde Trino asombró a los crítico especializados al interpretar los segmentos más difíciles de algunas de las arias de Wagner, de Verdi y de Donizeti, para recordar que, a pesar de su edad, 89, seguía siendo el más grande lírico y dramático a la vez de todos los tiempos, añorando, de paso superar a Giacomo Lauri Volpi quien ejecutó un do de pecho a los 87.
Se dispuso el escenario, interpretaría a Don José, de la Opera Carmen, de Bizet, en el Teatro Nacional de Santo Domingo, la capital de la República Dominicana. La expectación creció extraordinariamente, sus viejos entusiastas agotaron las boletas, personajes del jet set internacional y famosos del deporte, de la música, de la política, agotaron los tickets VIP, Ana Maria se paseaba oronda pensando en el antiguo oropel de la moda, las joyas, los perfumes, las personalidades amigas de la vieja Europa que le habían confirmado su presencia.

Cuando Trino empezó a cantar con tanta fuerza, firmeza y naturalidad el propio maestro Carlos Piantini, director de la Orquesta, se sorprendió. El público aplaudió delirantemente por más de cinco minutos. El majestuoso teatro se cubrió de una alegría desbordante y por doquier se observaban ojos llorosos. Tangolé, desde su palco no cabía en su pequeño traje, Ana Maria a su lado chocaba sus manos cada dos o tres minutos con cualquier extraño que le pasara cerca. El cantor desahogaba alegría, tristeza, sentimientos inconmensurables en la melodía, Cantaba como un ruiseñor, su melodía podría alcanzar al cielo y conversar con los ángeles, la tersura de su voz no podría compararse con nada conocido, la fuerza de sus mayores podría descomponer los medidores de sonidos de altas y bajas de los componentes musicales; los músicos retozaban con sus instrumentos.

Repentinamente la muchedumbre empezó a conversar, se veían perplejos, interrogantes, se miraban unos a otros, hacían Oes con las bocas, se notaban desesperado, y el tenor seguía allí cantando las melodías más diáfanas que jamás imaginó, la gente continuaba charlando como si no lo oyera, Ana Maria danzaba en su asiento con los ojos cerrados, jamás había oído a su esposo tan colmado de sensibilidad como esa noche, Tangolé estaba extasiado, aunque oyó una rechifla, y otra, luego el abucheo se hizo incontrolable, pero el maestro seguía cantando y su voz resonaba como nunca, salía por las rejillas de los balcones y se perdía en el aire tibio de la noche, no había duda que era una voz nueva, increíblemente hermosa, los músicos estaban extasiados, ahora no había dudas de su superioridad sobre Caruso, Fleta, Gigli, Bjoerling, Lanza y los cuatro grandes tenores de su generación.

Su voz se hacía más vibrante y sutil, pero la gente seguía charlando, riéndose y abucheándole, empezando finalmente a tirar objetos al podio. El primero en comprender fue Tangolé, quien se puso su sombrero viejo y salió inadvertidamente, Ana Maria lo vio, entendió, e hizo lo mismo. Piantini, el director aún no comprendía, por eso, emocionado, no dejaba de agitar sus manos y dedos dirigiendo unos músicos, que como él lucían extasiados y el Tenor no paró de cantar hasta llegar la Policía.

De tarde en tarde, la gente que pasa por la mansión de los Trinos sonríe con un poco de lástima al observar a Ana Maria arrodillada, con los ojos absortos como encandilada delante de aquel hombre con el cuerpo aún atlético, vestido de gala, recorriendo alegremente los jardines en marchas heroicas, o retrocediendo, parando y girando como si danzara y cantara valses inaudibles a la vez que ejecuta mímica que podría rivalizar con el propio Marcel Marceau; En la cocina, Tangolé abre las ventanas para extasiarse en las soberanas melodías que días tras días musita el Cantor, y en la ceiba gigantesca que adorna la entrada de la mansión un ruiseñor y una alondra, empechugaditos, disfrutan, al igual que Ana Maria y Tangolé de aquellas tiernas y hermosas melodías.

Joan Castillo
08/01/2005.
Datos del Cuento
  • Categoría: Mitológicos
  • Media: 5.23
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2 comentarios. Página 1 de 1
CoquíCoquí
invitado-CoquíCoquí 09-05-2008 00:00:00

Verdaderamente te felicito. Por más hermoso que sea, el cantor debe detenerse antes de que el cansancio nuble la admiración. Un gran aplauso para el cantor. No le cambies nada. También disfrutamos del canto de nuestras aves, pero si siguen cantando y cantando ya no tendrémos deseos de volver a escucharlos. Pero si paran un momento de cantar, los volveremos a escuchar con la misma admiración. De verdad que está muy bien proyectado. Oye ..... no sé si verdaderamente era hermoso su canto, pero escuchar nuevamente a un gran cantor en su vejez, es más que motivo de admiración y aplausos. al simbamhue que comentó: Es como los comentarios poquito gana votos, pero si es mucho se convierte en latoso, aunque tenga esencia.

ITZIHUAPPE ESCALERA
invitado-ITZIHUAPPE ESCALERA 07-05-2008 00:00:00

La narrativa, la variedad del lenguaje, la descripción, ... ¡guau! todo es esplendido y realmente bello. Pero siento que le hace falta darle un mejor cierre, más claro, porque me parece confuso el por qué de la rechifla del público y no es realmente patente el que el famoso cantante interpretaba bellas melodías con tonos inaudibles (¿es así?) a los oídos torpes y duros de los humanos. Si te animas a darle ese necesario cierre, para que la mente torpe y tarda de nosotros los pedestres hombres se aclare, tu cuento será perfecto. ¡Felicidades!

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