Sembré una semilla de amor en el jardín de la vida... Luego de una eternidad de oscuridad y subidas y bajadas, volví a mi jardín... Cuando llegue vi a miles de niños jugando de arriba para abajo... Apenas me vieron, llamaron a un enorme perro que detuvo mi paso... ¿Quién eres?, pregunto el perro... Le dije mi nombre, mi apellido y todo lo demás... Todos los niños se juntaron pues no podían reconocerme...

Les dije de mi paso por aquel jardín sin más nada que arena y piedras, y de las semillas que planté. Poco a poco los niños y el perro empezaron a cambiar de rostro. Aun así, jamás dejaron que entrase en el jardín. Tuve que darme la vuelta hasta encontrar otro lugar seco y sin más nada que piedras. Puse más semillas, las regué por días y noches y esperé, esperé y esperé hasta ver que aquel jardín había brotado. Pasaron los años y años hasta que un día, vi que un perrito llegaba solo hacia donde estaba yo. Le di de beber, comer y un lugar donde descansar. Luego, empezaron a nacer las flores y de sus frutos brotaron muchos niños. Me sentí contento de tener alguien con quien compartir, pero, grande fue mi sorpresa al ver que ni un solo niño, ni siquiera el perro que crecía más y más reconocían mi ser. Tuve que irme de allí hasta llegar a la mar. Allí, eché el resto de mis semillas y supe que jamás recibiría nada a cambio, pues, entendí que mi vida era dar sin esperar más nada que dar hasta el último aliento...