Nadie piensa que después de una relación amorosa de más de siete años las cosas pueden cambiar al extremo de convertirse uno en una mierda, tanto para las mujeres como para los hombres. Estoy hablando de mi vida, por supuesto, que en un momento me dejó de importar al punto de pensar en terminarla, pero gracias a mi cobardía eterna aún sigo aquí. Esto tiene sus ventajas y desventajas, como que estoy vivo, pero a la vez soy fuente de burlas de cuanto personaje me ve por las calles, cada día que pasa más me acostumbro a esas patrañas venenosas, que hasta me suenan tan estúpidas cuando me las gritan, pero por mucho que las repitan —porque no hay demasiada inteligencia en los cerebros de esos personajes—. Tras de cada una de ellas viene siempre un gran estrépito de risas al unísono, todas dedicadas con mucho amor para mí y mis cuernos.
Todavía recuerdo el día aquel en que nació lo más hermoso que me ha dado la vida, después de tener una relación de siete años con la que iba a ser mi esposa. Decidimos tener un hijo, aunque lo concebimos por accidente, pero igual lo deseábamos. Yo tenía un buen trabajo y ella había egresado de su carrera de Técnica Agrónoma y estaba validando su título. No sé por qué diablos había decidido estudiar esa carrera si vivíamos en una ciudad donde jamás habíamos visto un miserable árbol, ya que este lugar es solo desierto. Pero allá ella con sus caprichos, de todas maneras yo no pensaba moverme de mi querida Ciudad, claro está, hasta ahora, que tengo razones gravitantes para marcharme lo antes posible.
Mi hijo no fue muy bonito cuando nació, digamos que yo prefería ver la televisión a tener que mirarle la cara, y cuando mi esposa me rogaba para que le diera un beso, tosiendo me excusaba arguyendo algún resfrío contagioso y peligroso para el crío. Mas esto fue cambiando a medida que crecía. Ya al primer mes se comenzó a notar el color de sus ojos, que no era el de los míos ni el de los de ella que son cafés. También la tonalidad de su piel me llamo la atención, muy blanca al igual que la mía, pero de pelo rubio o castaño claro, siendo que yo y ella tenemos nuestro pelo oscuro. Con las primeras visitas yo captaba como las personas al mirar al bebé se quedaban como pensando y después de mirarse entre ellos decían que era idéntico al papá – Es igualito a ti, mira si tiene hasta la misma nariz.
Mi instinto de padre comenzó a fraguar cosas extrañas en mi mente, aparte que ya mis amigotes me andaban metiendo basura en la cabeza y no era para nada divertido que ocasión que llegaba del trabajo a la casa, los vagos de la esquina me gritaban golazo —Ahí viene el Golazo— o me decían bobadas como —hoy hay "pichanga" pero al Jorge no lo pongan al arco, porque se come todos los goles—. Así me la llevé por un par de meses, ya la molestia llegó al punto máximo cuando hasta en el trabajo me comenzaron a incomodar, hasta que un día todo reventó cuando mi jefe me llamó a su despacho y al llegar vi a todos los infelices reunidos con sus burlonas sonrisas en sus caras, mi jefe me dijo —pasa Jorge, siéntate, te tengo que dar una noticia. –¿qué noticia, don Manuel?- Dije yo. Él me quedó mirando seriamente y luego de un silencio contestó –Le quería informar que entre todos los compañeros de la oficina hicimos un dinero para ayudarle con el niño que estás criando- ¡mierda! y yo que estaba pensando mal de todos ellos. Entonces dije –muchas gracias Don Manuel, no me lo esperaba- y mirando a mis compañeros –Pucha cabros, se pasaron, no tenían que molestarse-. Estaba en eso cuando el viejo de mierda me interrumpió y me dijo –pero lamentablemente se la tenemos que entregar al padre, por cierto, ¿tú sabes donde lo podemos encontrar?- inmediatamente comenzaron las risas y yo no hallé donde esconderme, me humillaron, sentía esos chillidos de hiena en mis oídos, queriendo traspasar hasta mi cerebro, saqué fuerzas de flaqueza y me levanté de la silla y me retiré empujando a cuanto idiota se me atravesó, sin antes decirle a todos que eran unos hijos de puta y que se podían meter el trabajo por el culo, pero esto no hacia mella en las risas y las burlas, aún tengo fresco en mi recuerdo la ultima burla que escuché de ellos cuando ya estaba cerrándose la puerta del elevador –Beckam vino de España a meterte un golazo y de pelota detenida- no sé por qué razón al escucharla sentí tendencia a reír, debo reconocer que muchas de las bromas que se les ocurrían eran muy buenas, estoy seguro que si la situación le hubiera pasado a otro de la oficina yo también hubiera reaccionado igual, mal que mal yo era uno de los mas jorobadores de aquel trabajo y ahora muchos se estaban desquitando por todas las bromas que les hice sobre su masculinidad, gordura o cuernos de sus esposas.
Fui directo a casa decidido a terminar con mi sufrimiento y saber la verdad de una vez, ahora me daba cuenta porque esta desgraciada se iba a estudiar siempre de noche donde sus compañeros de clases y llegaba al otro día Y yo el muy idiota confiaba en ella y la dejaba, como iba a permitir que anduviera sola de noche. Por mi mente pasaban muchos pensamientos, trataba de hallar algún parecido entre sus amigos y el niño, pero solo encontraba a personas con rasgos indígenas.. Pero ya no interesaba, lo verdaderamente importante fue que yo no era el padre y que en estricto rigor me habían pasado el mejor de los goles y como dijeron mis coleguitas, lo hicieron de pelota detenida, de seguro toda la barrera estaba mirando hacia el arco para no perderse semejante obra de arte, fue tan bueno el tiro que ni siquiera yo lo vi, fue al ángulo o fue de arco a arco, me acordaba de Chilavert que le gustaba andar metiendo goles al igual que yo, ya que no he sido un santo, pero descuidaba su propio arco y de vez en cuando le hacían goles de mitad de cancha, esa no se le había ocurrido a nadie y me reí.
Al llegar a mi casa antes de poder abrir la puerta lo primero que escucho proveniente de la esquina fue –Buena po Chilavert, ahora te toco a vo- eso termino de matar el poco autoestima que me iba quedando.
No voy a entrar en detalles, lo cierto es que entré a la casa y me desquité con ella, la insulte, la traté de puta barata, de perra caliente, libidinosa, que no podía mantener las piernas cerradas, que ya antes me habían dicho que era una ramera pero no hice caso, que estaba arrepentido de haber perdido siete años con ella y que si quería dinero para alimentar al bastardo que buscara al rubiecito que le puso los ojos blancos, si es que sabía quién mierda era el padre. Ella me juró y rejuró llorando que la criatura era mía, pero ya no había vuelta atrás, cuando un hombre está decidido no hay quién lo detenga. Cerré la puerta de un golpe no sin antes terminar diciendo —y no me importa que me hayas corneado porque mi novia anterior también lo hizo, así que estoy acostumbrado— Hasta hoy me sigo preguntando por qué dije semejante estupidez, para peor ahora todo el barrio sabe que me han jodido dos veces.
Así transcurrieron los meses, en los cuales no quise saber nada de ellos. Aunque por medio de mi madre me enteré que ella me andaba buscando, pero no me interesaba. En esos momentos pasaba por el episodio más oscuro de mi historia, hasta me pasó por la cabeza atentar contra mi vida, pero la cobardía pudo más. No trabajaba, no me bañaba, sobrevivía con el dinero que mi progenitora de vez en cuando me dejaba, más yo lo gastaba en alcohol y otros elíxires para la mente. Mi madre, más madura y sabia, me decía que siempre es bueno perdonar y agregaba que aunque yo no lo creyera a veces la naturaleza nos traía ciertas sorpresas que a la vez raras son maravillosas, en abierta alusión al niño tan distinto a mí. Me dejaba mensajes de ella que decían que aún me amaba, pero yo no, la despreciaba, la odiaba desde el fondo de mi corazón por lo que había hecho y pasarían reencarnaciones y yo la seguiría odiando. Incluso me aseguraba que ella estaba dispuesta a que nos hiciéramos la prueba de ADN. ¡Pero nada!, la suerte ya estaba echada.
Pasaron dos años y un día mi madre después de mucho insistir me convenció de que viajara a la casa de mis abuelos, que quedaba en Bulnes, un pequeño pueblo bastante distante de donde yo vivo, ella argumentaba que ahí podría rehacer mi vida con mayor tranquilidad. Mi ex novia ya había encontrado una nueva pareja y yo debía intentar hacer lo mismo. Dicho y hecho, me fui.
La tarde que me bajé del bus y vi todo verde, rebosante de vida, el cantar de los pájaros, el clima sin contaminación y el aire fresco que acariciaba mi rostro me hicieron notar los dos mil kilómetros que me separaban de mi hogar y pensé que quizás todo fue para mejor. Caminé hacia la casa, es un pueblo pequeño, me detuve afuera y golpee la puerta algo nervioso. Después de un minuto se asomó una mujer de avanzada edad que me miró y como insegura y tímida me dijo —¿Jorge? — yo respondí—Sí abuela, soy yo, Jorge— y me abrazó con la poca fuerza que los muchos años le permitieron. Entramos y me contó que justo estaba limpiando y ordenando los cachivaches de años atrás que tenía tirados en una habitación del segundo piso. Además me comento que habían unas fotografías de mi padre fallecido de joven, de la época en que había hecho el servicio militar. Yo encantado la acompañe, jamás había visto a mi padre con atuendo militar y tanto que hablaba de esos tiempos cuando vivía. Al momento de verlas me brotaron lágrimas, todavía me encontraba muy sensible a pesar de la dureza que aparentaba y ver esas imágenes de él cuando tenia menos edad que yo me hicieron emocionar sobremanera, era mi progenitor y esa palabra en ese instante significaba mucho para mí, progenitor, que bella palabra y qué maravillosa experiencia ha de ser.
Algo me llamó la atención en un rincón, se veía solo un extremo ya que estaba cubierto por otros trastos, me acerqué y comencé a moverlo hasta sacarlo. Era un retrato pero estaba totalmente envuelto en polvo, no se veía nada. Le pregunté a mi abuela por él y me respondió —No sé, debe ser tu abuelo o algún tío, pásamelo para limpiarlo—. Con un paño comenzó a sacar poco a poco el polvo, cuando para mi sorpresa vi ante mi a la criatura, un tipo de cabello castaño claro y ojos azules, la única diferencia aparte de los rasgos típicos de la edad era que tenía bigotes. Me sentí morir, cuántos sentimientos encontrados vinieron a mi mente, casi me caigo de la impresión, tuve que sujetarme contra la pared, mi abuela que ni siquiera se dio cuenta de lo que me pasaba, me dijo –uh cuantos años, este cuadro pensé que me lo habían robado, te presento al padre del abuelo de tu padre— Cada vez me derrumbaba más, pero ella aun no terminaba –Qué pena que ninguno de mis hijos haya salido parecido a él, mira si era tan bonito, quizás algún hijo de sus tataranietos tenga sus genes- ahí se me nubló la vista.
Volví a mi ciudad y para terminar, antes de tomar el avión que me llevará a mi nuevo destino donde espero rehacer mi existencia, les cuento que me sometí a la prueba de ADN y efectivamente Dieguito es hijo mío, logré reconocerlo a duras penas ya que el marido de ella ya lo había reconocido como propio. Ella no quiere saber nada de mí, cree que soy una completa mierda y tiene razón. En el barrio aún soy conocido como “El golazo” y por más que traté de explicarles lo que realmente pasó, nadie me creyó, mi reputación se fue por el caño y para todos soy el cornudo que le metieron un golazo de media cancha. Despreciado por las mujeres y material ilimitado de bromas para los hombres. Esta es mi vida y todo provocado por mi estupidez y mi inseguridad, más que golazo yo me autodefino como el huevonazo.
El avión esta elevándose, y me acomodo para dormir una siesta. Antes de cerrar los ojos miro por la ventana y veo un inmenso lienzo que está tendido entre dos vehículos donde está escrito en grandes letras negras: Adiós Golazo.