Había decidido escribir el cuento más hermoso, pero tuve la suerte de que la muerte llegó a visitarme. “¿Nos vamos?”, preguntó. Le dije que no, que antes deseaba escribir mi último cuento. Bajó su oscura mirada, y como una larga sombra desapareció en la oscuridad de aquella negra y silenciosa noche…
Pasaron horas, días, meses, años y años, y, cada hora, día, mes y año, la muerte volvía cada noche, en su frío silencio, a visitarme… No decía nada, tan solo me observaba, solo, sentado sobre una mesa, con una máquina de escribir y una ruma de papeles en blanco.
Pasaron más años, cincuenta, cien, mil… y la muerte, como siempre, volvía a visitarme; hasta que una de aquellas largas y oscuras noches se atrevió a preguntarme: “¿Nos vamos?”. Le dije que no, aún no…. “¿Por qué no?”, preguntó.
- Es que, aún no inicio mi cuento… - le dije.
La muerte desenvolvió sus enormes ojos negros, parecidos al hoyo de un pozo sin final, su oscuro manto empezó a crecer como la sombra de un gigante, y de pronto, comenzó a reír y reír como un loco, y mientras reía vislumbré dentro de esa especie de hocico a millares de rostros humanos que parecían estar flotando en un mar oscuro y sin olas… Luego, cerró aquella embocadura, y se alejó de mi lado para siempre.
Y ahora, que ya he podido terminar mi hermoso relato, soy yo el que le busca y no le encuentra… En mi largo viaje, y con mi cuento en la mano, algunas noches me parece escucharle reír a la luz de una luna como si se estuviera burlando de mi, pero son sólo visiones, pues no le encuentro y ni su sombra le siento. Estoy tan cansado, que anhelo el sueño eterno, el dormir sin soñar…
Lince, julio del 2005