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Categoría: Mitológicos

EL HOMBRE

El día era hermoso, cogió su caballo y fue en busca de aventura. Cabalgaba tranquilo y sereno por el bosque, cuando de pronto sintiose perdido en medio del canto de las aves y el bailoteo inerte de los árboles, dudó en seguir su aventura, pero aun así continuó adelante. Paso a paso profundizaba en las entrañas del bosque, llegó un momento en que no hubo sonido alguno, ni una brisa ni un canto... Silencio...
Paró y bajó de su caballo, caminó sigiloso y de pronto encontró un pequeño lago de aguas dormidas del color de la noche; su caballo estaba sediento y cansado, y el hombre le dio de beber.
Sentose sobre un tronco y de pronto escuchó una voz:
- Amo, estamos perdidos - volteó a ver quién le hablaba, y no vio a nadie excepto a su caballo.
- No es bueno parar, busquemos abrigo amo - sorprendido pensó que el bosque estaba embrujado - Huele algo muy extraño amo, como a un calor atrayente, o el movimiento de extrañas criaturas que nos miran con no buenas intenciones - continuó hablando el caballo mientras se movía inquieto.
El hombre se puso delante del animal y le dijo:
- ¿Cómo puedes hablar? - recordó el lago, la sed del animal, el agua - ¿El lago?
- No lo sé amo - respondió el caballo - Siempre hemos hablado, mas hoy veo que me miras como tu igual, ¿te pasa algo amo? - la intuición del animal lo alertaba a seguir - Será mejor continuar nuestro camino amo, siento que el calor proviene de aquella pendiente, partamos ya.
Montó su caballo, no sin antes llenar su bolsa de cuero con el agua del lago. Cabalgaron hasta salir del bosque, y luego escalaron una montaña con el ocaso que se asomaba como una ola gigante de mar; cuando llegaron a la cima, vieron que del pico de ella brotaban llamaradas de fuego, bramando sonidos aterradores; se aproximaron lentamente. El caballo le advirtió que tuviera cuidado, pues desconocía aquella atractiva luminosidad; bajó del corcel y se acercó tímidamente. Cuando estuvo al frente, sintió una intensa atracción, aun así dudó en acercarse un poco mas; de pronto recordó el agua del lago, buscó la bolsa de cuero y echó su agua sobre las lengüetas de fuego. Cada gota del agua que caía sobre cada lengua de fuego, las transformaba en bellas mujeres, y el sonido de su bramido cambiaron por dulces cantos:
- Oh hijo de la luz, acércate, permítenos quitarte el velo espeso que cubre de miedo tu solitario corazón. Oh hijo de la luz, permítenos despertar los ojos del hombre, y revelarle la luz del entendimiento y la claridad.
Temeroso, dudaba. Cogió un leño y lo acercó; el leño se encendió de bellas lenguas fosforescentes que iluminaban el ambiente de mágicas y fantasiosas lucecillas. Caminó hacia el fuego y ellas lo acariciaron como a un dios, limpiándole toda oscuridad, dejándole el rostro iluminado; cuando salió, sus ojos veían todo con claridad, sintió que todo estaba vivo y consciente.
Subió a su caballo y cabalgaron hasta llegar a un gran desierto, cuando de pronto sintieron que se acercaba una tormenta, y estaban en peligro; el hombre siguió adelante hasta encontrase cara a cara con un Huracán; el caballo se puso inquieto y nervioso, pero el hombre no, cogió su bolsa con el agua y lo echó sobre el Huracán; de pronto escuchó el cantar del huracán, como si fuera una sinfonía con el sonido de un coro de miles de ángeles:
- Oh hijo del aliento, escucha nuestro cantar, observa nuestro baile; podremos complacerte con la voz de un ángel, las alas de un ave o el poder de los tiempos. Oh hijo del aliento, somos tus sirvientes, tienes la luz del entendimiento.
- Dame la voz de la verdad - dijo el hombre.
De pronto todo el huracán comenzó a contornearse en bellas figuras de viento, y poco a poco se iban depurando hasta quedar en una simple brisa de aire tan pura y fina como el perfume de una rosa, y tal como una mariposa se acercó al hombre y se le ofreció; él la cogió y la respiró profundamente.
El hombre sintió que el poder divino moraba en todo su ser. Cabalgó largo y sin parar, hasta que al fin, a la distancia, vio una pequeña aldea iluminada por las luces de cada hogar que la habitaba. Desde el borde de la entrada, el hombre notó que todos dormían, cabalgó lentamente paseándose por sus calles. Bajó del caballo, y toda la gente del pueblo salieron de sus casas para mirar quién llegaba; cuando lo vieron, todos juntos se arrodillaron y dijeron:
- Alabado seas, el Señor ha regresado...
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 1912
  • Fecha: 02-04-2003
  • Categoría: Mitológicos
  • Media: 5.14
  • Votos: 74
  • Envios: 6
  • Lecturas: 5990
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Juan Andueza G.
invitado-Juan Andueza G. 02-04-2003 00:00:00

Por un momento recordé a Mr. Ed., pero no, era una historia religiosa que viene bien.

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