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Categoría: Misterios

EL JARDÍN

Siempre quise ser un escritor consagrado. Asistía a eventos, recitales y todo lo concerniente a las letras, tratando de cromarme en su belleza... Año tras año me presentaba a diferentes concursos literarios, y nunca salía ni siquiera en los puestos meritorios, pensaba que el fracaso sería mi fiel destino...
Un día, leí los consejos de un gran escritor que iluminó mi esperanza: Un artista debiera buscar un lugar apartado y tranquilo, consagrando su pasión a su arte, comulgando así con su espíritu de escritor...
Emprendí la búsqueda de un lugar solitario para mi total dedicación a las letras, y encontré una casa situada en las afueras de la ciudad; tenía un lindo jardín que ocupaba la mitad de toda su área, me encantó su frescura y verdor; su calma y simpleza me fascinaron, y gustoso me instalé; traje a Homero, mi perro, mis libros y mis bártulos... Desde el primer día comencé a escribir, sin producir nada interesante, siempre fui muy riguroso conmigo mismo. Contemplábamos por horas, Homero y yo, el jardín que, con su frescura extinguía el fuego de mi impotencia…, parecía que respiraba, como la panza de un gigante cetrino dormido; reflexionaba si había conciencia y movimiento en cada punto del universo; y el silencio absoluto disolvía mi inquietud, empujándome a expresar su belleza en mis escritos... hasta dormirme sobre mi escritorio...
Un día en que trataba de expresar una idea, escuché una voz:
- ...Ignacio... Amigo... Ven...
Dejé de escribir, y me pregunté, quién podría ser, y cuando repitieron su llamado, Homero salió raudo hacia el jardín, y comenzó a ladrarle... Entendí el lugar de donde provenía la voz… Nos quedamos contemplándolo, y nada sucedió... Quizás me esfuerzo demasiado, pensé, y por ello desvariaba. Me acosté, y mientras dormía, sentí la presencia de alguien, un hielo por la medula espinal me entró por mi cuerpo, poniendo mi piel como la de una gallina... Bruscamente desperté, y no vi a nadie excepto Homero, que miraba el jardín desde nuestro cuarto. De pronto, escuché de nuevo aquella voz:
- ...Ignacio... Amigo... Ven...
Salí hacia el jardín, y como si fuera un poseso, sentí el impulso de abrirle la verde panza, como si el gigante estuviera gimiendo; y tal como una partera, me puse a escarbar y escarbar con una pala, sintiendo dentro de mí, un gran placer, como si estuviera a punto de rasgar el telón de mi propia oscuridad. Cuando la profundidad del hoyo rebasaba mi altura, sentí de nuevo aquel escalofrío en mi medula, levanté los ojos y, con susto y alegría, vi a Homero con sus inquisidoras orejas, mirándome desde el borde del agujero, preguntándose: ¿Qué está buscando Ignacio?.. Reí de mi locura; y de pronto, Homero se puso enhiesto y comenzó a aullar a una familia de indios que fijamente me miraban desde el otro borde del hoyo en que me encontraba...
- ¿Qué desean de mí?… – les pregunté y no respondieron...
Asustado, salí como un chiflado del hueco, y como alma en pena volé hacia mi cuarto, cuando llegué, los indios me esperaban… Creí que la locura me había rebasado… Corrí hacia mi sala de escritura, y también los encontré... Me quedé inmóvil, y cogí a mi Homero para sentir que aún estaba vivo... Uno de los indios se me acercó, y con su mano señaló mi escritorio, y yo, obediente como niño le obedecí; me senté, y luego apuntó mi lápiz y papel. Entendí que deseaban que escribiera… y escuché:
- ...Ignacio... Amigo... tenemos algo que contarte...
Fervientemente escribía lo que el indio pausadamente me contaba, y noté que a medida que terminaba su historia, poco a poco se iba desvaneciendo, como si estuviera siendo chupado como tinta a través de mi pluma hacia el papel... Y así fue como cada indio, y sus voces de caverna me narraron sus historias que, apasionadamente escribía, en el sibilino teatro de la noche, con temor y aquiescencia al mismo tiempo...
Cuando terminé la última historia, todos se habían borrado, pero aún sentía que latían sobre el papel de mis escritos... Homero dormía apaciblemente sobre la sala, y pensé que quizás, todo fuera solo un sueño… Caminé hacia el jardín, y el forado enterró mi certidumbre. Todavía no amanecía, y sin dudar ni un segundo, comencé a rellenar el hoyo, preocupado, pensaba en que quizás pudieran salir más indios, y, si así ocurriera, nunca acabaría de escribir sus historias...
Llegué a mi cuarto y me tumbé sobre la cama, y como un muerto me dormí... Los lamidos de Homero me resucitaron; siempre los perros tienen eso de mágicos, te lamen o besan, sabiendo que despiertan aquello que siempre uno espera... El afecto...
Soñoliento, fui a mi oficina, y allí estaba la ruma de hojas escritas a través de mi puño… Aún incrédulo, una a una las leía, y me deslumbré… pues eran brillantes, geniales, mágicas... No perdí el tiempo, y comencé a corregirlas, y a darles estructura literaria a cada relato... Pasaron tres meses, y luego de leerlos y releerlos, me sentí totalmente satisfecho. Me entrevisté con una casa editorial y presenté los relatos... Dos semanas después, el gerente de la casa editorial, me llamó para felicitarme, pidiéndome editar los relatos, ofreciéndome un cheque importante y, un porcentaje por cada nueva edición... Previa firma de un contrato... Por supuesto que acepté y, al día siguiente emocionadamente firme, entre aplausos y abrazos.
Me hice conocido en el ambiente literario, recibía muchas invitaciones, premios en varios concursos, así como dinero por las ediciones vendidas, y también por las traducciones y ediciones en otros países... Sí. Me volví famoso, un consagrado... Un día mi editor me llamó y me exigió, los avances de otro libro de relatos, o novela inédita, pues, en el contrato que alegremente firmé, me comprometía a escribir un libro de relatos o novela en el plazo de dos años...
El tiempo pasaba, y, por más que cavaba y cavaba en mi jardín, no aparecía ningún indio... ni siquiera encontraba un hueso... Frustrado por mi desazón, salí a pasear por las calles, pues no sabía como hacer para encontrar otra veta que me inspirara a escribir; vencido por mi gris destino, regresé a mi casa, y cuando entré, vi a mi perro tirado en la mitad del jardín, me acerqué asustado, sintiendo que Homero se me iba... Lo cargué hasta mi cama, y con lágrimas en los ojos lo besaba y acariciaba…
- Homero... Amigo... no me dejes... – le decía, viendo que el brillo de sus ojos se apagaba, mientras me lamía mis manos…
- ...Ignacio... Amigo... tengo algo que contarte...


Joe 30/07/03
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 3803
  • Fecha: 04-08-2003
  • Categoría: Misterios
  • Media: 4.1
  • Votos: 31
  • Envios: 1
  • Lecturas: 5833
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