Caminaba hacia el consultorio de mi dentista, antes de empezar mi trabajo. Siempre que camino, me gusta leer. Tenía un libro de Boll, titulado: Billar a las nueve y media; muy interesante, al mismo tiempo que describe una manera de ver la vida desde el punto de un hombre o familia que ha pasado por dos guerras mundiales. Cuando llegué al consultorio de mi amigo que era el doctor, le conté que tenía casi todos los dientes picados; sonrió y me pidió sentarme. Luego, de observarme por breves minutos me dijo que no era nada grave y que tendría que extraerme un par de muelas, y que todo el tratamiento duraría dos semanas. Me preocupé por el precio pero pensé en mi salud y en los dolores de cabeza. Decidí realizar el contrato y embarcarme a mejorar la salud de mis dientes.
Antes de irme de la primera sesión conversamos acerca de su familia, de los libros que leía, pues yo sabía que era un devorador de libros. Cuando uno conversa de temas comunes y gratos el tiempo se hace tu enemigo. Nos despedimos y salí rumbo a mi trabajo.
Ya había caminado un par de cuadras cuando recordé mi libro de Boll. “Lo he olvidado en el consultorio”, me dije. Respiré profundo y aunque tenía fuertes obligaciones regresé al consultorio.
Toqué la puerta pero nadie me respondió, ya estaba por irme cuando una señora me contó que un doctor había salido con un libro en las manos, y cuando cruzaba la pista, un auto lo atropelló. Le pregunté a la anciana a dónde lo habían llevado, y me dijo que a la posta médica del distrito.
Tomé un coche y me dirigí hacia la posta. Cuando llegué, una enfermera me informó que al doctor atropellado lo habían trasladado al hospital central y que su salud era muy delicado. No perdí el tiempo y me dirigí al hospital.
La angustia me destrozaba, me imaginaba de todo, y por supuesto, lo peor. Cuando llegué, pregunte por mi amigo; luego de ir y venir por todo el hospital, una enfermera me dijo que el doctor que había sido atropellado en el distrito en que yo vivía, acababa de fallecer, y que si deseaba, podía verlo en el velatorio. No pude mas y rompí a llorar, pensando que por mi culpa, mi amigo había fallecido, y todo por un libro…
Llamé por teléfono a la casa de mi amigo y les informé de la triste noticia. Fue terrible, escuchar como sus hijos, esposa, padres se desinflaban a través del auricular por tanto dolor y llanto… fue muy duro para todos.
No quise ir al trabajo, ya habían pasado varias horas, pero, al final decidí ir hacia mi casa. Cuando llegué, mi esposa me contó que un señor muy elegante había venido a entregarme mi libro titulado: Billar a las nueve y media; y dijo que lo había disfrutado desde la primera hasta la última página…
JOE 10/05/04