La noche se precipitó sobre el día, lucha feroz, lucha sangrienta, lucha sin cuartel, lucha desesperada... el día agotaba sus últimas calorías, desfallecía sin remedio, moría devorado por aquella noche de lluvia que se erguía victoriosa ante los estruendo de los cielos.
Los relámpagos lamían los bosques, las llanunras, la luz ardiente se reflejaba en el riachuelo.
Era una noche llena de espantos, de ruidos, de inundaciones, de tormentas. Nunca el viejo Ambrosio había sido testigo de algo como aquella. Su pequeña cabaña percibía que pronto llegaría su final... el viento herido de muerte azotaba con odio la vieja casita, los árboles caían por todas partes y los frutos volaban por los aires...
El viejo cayó de rodillas, se acordó de Dios una vez más, suplicó por su vida, no quería morir, se había aferrado a la vida, la muerte no tenía suerte ni parte con él...
Sin embargo, aquel temporal no fue del todo mal. Por vez, primera en varios meses, pudo dormir tranquilo sin la presencia de aquella ave de rapiña que lo asediaba todo el tiempo. Hubo calma, ya no soplaba el viento ni caía la lluvia. Hubo silencio profundo... el viejo abrió su ventana y vio el desastre, árboles centenarios tirados por doquier...¡Estaba asombrado! Vio aquel árbol seco permanecer en pie, era la guarida del pájaro negro. Allí lo contemplaba lleno de pavor, le tenía miedo, era un ave pervertida, lo podía percibir, podía ver su mirada de asesino... pero ahora no estaba, se alegró mucho... debe estar muerto o herido...
Levantó su mirada hasta el infinito y pudo distinguir un ave enorme que se acercaba... No, no era el pájaro negro, sino una gran águila.
Era hermosa, su vuelo le causaba maravilla, aquella ave podía ver desde largas distancias, podía volar en círculos por horas, atacar sin piedad y devorar sus presas...
Recordaba las veces que permanecía vigilando su gallinero, aquel era el territorio de estas obras de la naturaleza. El águila se acercó hasta el viejo árbol y se colocó en la misma rama en la que lo hacía el ave de rapiña, el ave del infierno, el pájaro negro.
Pasaron varios día y no apareció el pájaro negro. El viejo estaba feliz, podía dormir en calma, sin preocupaciones mayores. Ahora podía dejar abierta la ventana de su cabaña, así cuando le atacaba el asma se asomaba para aspirar el aire fresco de la montaña. Una mañana se levantó muy enfermo. Sacó su cabeza por la pequeña abertura y empezó a respirar con lentitud, el asma lo estaba matando, pero más lo mataba la soledad y el temor de aquella ave maldita...
Una vez tranquilizado fue a la cocina y preoaró un poco de café, entonces bajó al patio para observar a su nueva inquilina. Aquella águila que lo entretenía volando, volando, volando sin límite.¡Pero el águila no estaba!Sintió pena, una pena profunda, le había tomado cariño, era su compañera, a veces le hablaba desde el patio y el ave parecía que lo escuchaba...¡Pero el águila no estaba!¡No estaba su águila amiga!
Miró de nuevo al árbol seco, su mirada se perdió en el cielo buscándola, pero no estaba... se acercó al árbol seco, miró la rama en la que ambas aves se colocaban. Notó algo raro en la misma y se llenó de pavor cuando sintió una gota caer sobre su hombro. Llevó su mano temblorosa y quedó en "shock"... era sangre, sintió una punzada en su pecho, caminó como un ebrio desesperado... quiso gritar pero tenía un nudo en la garganta, aceleró su paso...allí estaba... allí estaba con sus ojos brotados, su cuerpo destrozado, allí estaba la obra de arte de la naturaleza en medio de un charco de sangre... el viejo sintió que se moría, apenas podía respirar...
El viento soplaba fuerte, el cielo una vez más se vistió de luto...
¡Ten piedad de mí Señor!...¡No quiero morir!
Pudo subir la pequeña escalera y cerrar su puerta. Avanzó a su cuarto y cerró la ventana.
Estaba muy enfermo, estaba acabado, ya la muerte tocaba a su puerta. La había visto la noche anterior paseándose como un puta callejera. La había sentido cerca de su camastro, había percibido aquel olor infernal...¡Pero que no se creyera esa pendeja de la vida que se le va a hacer fácil conmigo!... ¡Si me quiere llevar tendrá que hacerlo sin mi ayuda!
Pasaron las horas, no podía conciliar el sueño. Afuera la luna volvió a asomarse. Su luz tenue arropaba la pequeña casa... entonces llegó el día... el viejo se levantó... asustado abrió la ventana y vio de nuevo al pájaro negro mirando fijamente hacia donde se encontraba... vio cuando abrió sus alas...
Estaba al borde de la muerte...volvió a cerrar la ventana. No estaba muerto, no estaba muerto... él fue quien mató al águila y ahora lo mataría a él también...
Pasaron las horas y el viejo seguía observando al maniático pajaro negro que permanecía inmávil sobre la rama seca. Parecía de piedra, era algo espectacular... El pájaro miraba hacia la ventana, sabía que su presa estaba detrás de aquella vieja estructura de madera... el viejo miraba tembloroso... allí estaba el pájaro negro... se acordaba del cuervo de Alan Poe...le gustaba leer, era lo único que hacía, devorar libros...
Pájaro y anciano pensaban...entonces llegó el atardecer. Se acercaba la noche y todavía el pájaro meditaba, parecía que pensaba, que planificaba algo, que buscaría la forma de entrar a la vieja casucha y acabar con aquel infeliz...
Pero el viejo no resistió más y salió al patio dando voces...¡Ven y acaba conmigo como lo hiciste con mi águila! Ya no temo a la muerte, ni a ti, ni a nadie...Anda granuja atácame ahora que esty indefenso!
El pájaro no se movía, mantenía su postura, simplemente lo miraba...
El viejo agarró una piedra y la lanzó con furia... El páaro seguía inmutable... El páaro miraba al anciano...
En esos momentos el viejo alzó su mirada y vio una enorme nube que se acercaba... Era algo raro, algo que no había apreciado en toda su vida, era algo divino, algo muy hermoso... cientos de palomas blancas aparecían en el escenario...
Muchas se posaron sobre la cabaña y otras volaron hacia el árbol seco... el pájaro negro estaba confundido, no entendía... entonces ante la multitud de palomas alzó el vuelo y desapareció...
Una pequeña paloma voló hacia el anciano y se paró en su hombro derecho. El viejo le pasó la mano y miró al cielo. Una vez más su Dios no le había fallado.