EL PARAJE
El hombre se acercó al arroyo y su mano de dedos largos y firmes acarició la superficie de las aguas. Estaba seguro de visitar el lugar por primera vez, sin embargo, una sensación de tranquilidad reconfortante le indicaba su familiaridad. Pensó en el arroyo con sus flores silvestres inclinándose para besar el agua, como una historia referida en su niñez, o tal vez, corno una canción ya olvidada. Su mirada siguió el curso de las aguas, sintiendo aquel discurrir como parte integrante de su espíritu, por un momento experimentó la sensación de ser el pequeño torrente. Convencido de la afinidad de su vida con el paraje, se sentó a la orilla y metió sus pies desnudos entre el agua. Cerró los ojos para escuchar mejor el sonido de pequeñas olas que golpeaban las piedras, y sintió cómo el tiempo pasaba a través de él como por una gota de la quebrada. La impresión de una compañía muy próxima le llevó a mirar las aguas de su viejo conocido.
Sobre la superficie del centro se levantaba la figura alargada y tenue de una mujer que acariciaba su pecho desnudo con minúsculas caídas de agua que formaba con sus manos. No había sobresalto entre el curso del arroyo y el cuerpo de la dama. Su larga cabellera adornada con flores de la orilla, ceñía su talle, bordeándola a la manera de una aureola que se desgonzara por su espalda.
Extasiado, no se cansaba de admirar aquella belleza exaltada por el agua, y una vez más se sintió parte del paraje que lo apremiaba con dulzura. La mujer le extendió sus brazos sonriéndole y, con mirada acariciante, le invitó a su encuentro.
Entrar en el arroyo fue el retorno a lo perdido después de encontrado.
Gozoso se sumergió en las aguas y permitió que la volubilidad lo atrapara.
Cuando tomó la mano de la mujer, la intimidad de tiempo atrás vivida, lo envolvió.
Juntos disfrutaron las exquisiteces de la suavidad, ya en la superficie, ya en las profundidades. Sintió su cuerpo, el de la mujer y el del arroyo en fraternal comunión. Después de mucho confundirse el uno con el otro, retozaron en la orilla. La familiaridad con que la mujer se ofrecía le llenaba de contento y bienestar. Aprovechando un instante de comodidad, el hombre preguntó a la mujer:
- ¿Quién eres?
- El espíritu del arroyo —respondió la mujer —, y desde hace algún tiempo tu amante.
—Nunca te había visto.
—Nunca digas, nunca —. Sentenció la mujer, susurrando un beso en los labios del hombre.
- Es tarde, debo regresar —.Musitó el hombre, no sin sentir un gran pesar.
- Tienes razón, debemos regresar —afirmó la mujer en un eco lejano.
- ¿Regresar? ¿Los dos?
- Nuestro lecho espera, ya volverás.
El hombre quiso replicar, pero el temor de romper el encanto le hizo desistir.
Apoyó su cabeza en el regazo de ella y aspiró el perfume de su sexo, olía a tierra mojada y a hierba seca.
La algarabía de los niños que corrían por la orilla chapoteando el agua con sus pies desnudos, le hizo levantar la cabeza. Trató de saludar, pero observó que no le miraban. Esperó a que estuviesen cerca, pero aún cuando uno de ellos casi rozó sus cuerpos, notó que no le veían.
- Este es el lugar del suicida —dijo el niño dirigiéndose a sus compañeros
- Dicen que aquí desapareció bajo las aguas —completó otro.
-¿Por qué lo haría? —preguntó un tercero a los demás.
- Tal vez amaba demasiado el arroyo —contestó el primero. Y todos muy alegres prosiguieron su carrera por la orilla del arroyo. El hombre los vio alejarse con la certeza de que no estaba triste y de que jamás había sido tan feliz. La mujer se levantó apoyándose en la brisa y ofreció su mano al hombre. La mujer, el arroyo, su éxtasis, le parecieron claros, diáfanos como el agua que los acogió y cubrió cuando ya el sol se ocultaba lejos, muy lejos.
no es urbano, quizas deberia ser romantico al estilo e intento que por casualidad se parece o me evoca a G.Becquer?