Los bosques estaban tranquilos. Los ciervos, coatíes, ardillas y demás animalitos paseaban alegremente por sus arboles y campos. Era una mañana dorada de Sol. Cuando de pronto escucharon los pasos ligeros de alguien que huía como de sí mismo sin saber a donde ir. Todos los seres del bosque guardaron silencio y curiosamente se acercaron. Vieron a una mujer que corría a través del bosque con las manos en su rostro. Mudamente lloraba. Con la mirada al piso paró, y se puso a reposar. De pronto los animalitos se le acercaron tímidamente y preguntaron:
- Mujer. ¿Porqué lloras?
Levantó su rostro bañado de lágrimas y sintió que aquella pregunta encendía el fuego interno de su dolor, y entendió que en aquellos seres no encontraría ni consuelo ni alivio. Se tapó la cara y mudamente siguió llorando. Los animales muy tristes, entendieron que nada podían hacer y poco a poco se alejaron; salvo algunas aves que en su vuelo contenplaban aquel triste lamento.
Partió corriendo con su mudo llanto y su dolor insondable; rociando de lágrimas el bosque, que poco a poco comenzó a recogerse ante el paso de aquella mujer. Salió del bosque dejando una espina en los corazones de todos los seres que la habitaban.
Corrió desoladamente hasta tocar con sus pies la orilla del mar. Las gaviotas, cangrejos y tortugas la miraron; y aquella solitaria y triste imagen los conmovió, y todos ellos preguntaron:
- Mujer. ¿Porqué lloras?
Se tapó la cara y cerró su alma tratando de esconder aquel terrible dolor. Poco a poco las aves se fueron volando y las tortugas y cangrejos se enterraron por la arena, mirando aquella triste imagen de cuando en vez.
La tarde ya se ponía y la mujer se encontró sola delante del mar. Sus lágrimas llenas de dolor habían caído sobre la arena, y las faldas del mar las habían absorbido sustrayendo el sabor salado de aquellas lágrimas. Conmovido y perturbado el mar vio ante sí a una mujer bañada de dolor y quebranto, y apaciblemente le dijo:
- Mujer ven a mí. Déjame escuchar de tus labios aquel dolor que brota en lagrimas a través de tu alma, que ha inquietado mi corazón. Mujer ven a mí. Ven a mis brazos que te consolaré. Ven. Cuéntame tu terrible secreto...
La mujer se paró y la paz del mar la sedujo, y sintió que sólo él podía ahogar su llorar, y con toda libertad se enroscó en los inmensos brazos del mar; y allí empezó a gritar y llorar y a desahogar todo el agrio secreto de su hondo dolor. Era tan terrible el dolor que conmovido el mar se le abrió el corazón y dejó brotar unas gotas de sangre que entintó y cambió el sabor de todas sus aguas. Los seres que moraban en él se conmovieron tanto que se juraron silencio eterno y así guardar aquel terrible secreto...
La mujer salió del mar y caminó por la arena en paz sintiéndose consolada y escuchada. El mar aún anonadado le dijo:
- Mujer, es la última vez que hablamos, dime tu nombre...
La mujer volteó, y con una sonrisa dulce y triste le dijo:
- Eva...