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El pensamiento es el alma de una nuez que bulle detrás de los ojos.
No es animal de zoológico. Prefiere la muerte a la reja. Enseña, como el perro, sus dientes al hierro que ha de partirlos. Y no es valentía, sino necesidad.
El pensamiento o es libre, o no es.
Todos tenemos uno, más o menos inquieto, que se conforma o rebusca, que pace o embiste, que contempla o crea.
Y SE FUGA
Se fuga el pensamiento usurpando el cuerpo de una ardilla, nerviosa, menuda y voltaica, desde la rama última del árbol de mi patio, hacia tejados impropios.
Y bajo cada teja encuentra, un gusano, una araña, un caracol y una aburrida familia.
El resto de mí se espera como una carcasa hueca, como un cántaro volcado, a que el pensamiento vuelva.
Mas un día ha de pasar que el pensamiento salte como una infección: de la ardilla al vencejo, del vencejo a la urraca, de la urraca a la cigüeña y de la cigüeña al ánade, hasta acabar en Africa, quién sabe si en la complicada frente de un anciano cocodrilo.
Igual que los chiquillos que cuando se van haciendo hombres, cada vez que abandonan la casa tardan una hora más en volver, el pensamiento se entretiene en los tejados confiado de sí mismo, distraído e indolente mientras yo lo espero despierto, como siempre con la duda de que tal vez hoy pierda la llave... o no regrese.
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