El peor perro guardián del mundo vigilaba un precioso palacete a las afueras de la ciudad. Se hizo famoso no porque no ladrara a los ladrones, que no lo hacía, sino porque, al ver a alguien con aspecto de delincuente, le abría la verja y le invitaba a pasar.
Así, con la ayuda de la oscuridad, casi todas las noches podía verse alguna sombra entrar al palacete y salir poco después cargada con sacos llenos de joyas y objetos de valor. El rumor de una casa llena de riquezas tan fácil de robar se extendió entre los ladrones de la zona, y estos incluso crearon un listado para reservar la fecha en que podría ir cada uno.
El encargado de hacer la lista y controlarla era Pocopaco, un joven ladrón con cara de tontorrón. No llevaba la lista por ser el jefe, claro, sino porque como después del robo cada ladrón desaparecía durante algún tiempo, solo podía llevarla el último en robar. Y ese puesto le había tocado a Pocopaco por ser el más tonto del grupo. Pero el pobre Pocopaco no le daba importancia y esperaba con ilusión el día en que le llegase el turno.
La noche en que por fin le tocaba robar a Pocopaco, este se acercó caminando al palacete, pero cuando se disponía a cruzar la puerta, por primera vez el peor perro guardián del mundo se puso a ladrar con fuerza.
- Está bien, está bien, Sansón. Esta noche me quedaré contigo y no saldré con ningún saco. Ya los hemos atrapado a todos.
Y es que Pocopaco no era ningún ladrón, y mucho menos tonto, sino el nuevo jefe de policía de la ciudad. Este, aprovechando que los ladrones se dedicaban a robar porque no querían esforzarse trabajando, les había tendido una trampa poniéndoles tan fácil robar aquella casa que no se habían podido resistir. Y cuando cada noche entraba un nuevo ladrón, pensando que iba a ser el robo más fácil de su vida, era detenido al instante por un montón de policías. Y al rato era el mismo Pocopaco quien salía de la casa cargado con el saco, haciendo creer a todos que el robo había sido un éxito y se habían escapado con el botín.
Y así fue, pasando una temporada en la cárcel, como aquellos ladrones descubrieron que cuanto mejor es algo, normalmente cuesta más esfuerzo conseguirlo, y no al revés.