El campo de fútbol era para él lo que la manchega llanura para el Quijote...avanzaba por todos sus recodos en busca de aventuras: Dragones humeantes, princesas hermosas, caballeros de lustrosas armaduras, enemigos impiadosos y magos poderosos cabalgaban por su imaginación pueril.

El quijote tenía su Sancho... pero él sólo su panza, arrastraba su obeso cuerpo en soledad; por alguna misteriosa ( y hasta hoy incomprensible) razón crecía solo. Sus palabras eran cortas y temerosas, sus pies torcidos no le permitían moverse con audacia y sus cachetes inflados alejaban de sí el amor. No sabía de amistad.

Pero en los sueños de la infancia él era un hidalgo buen mozo, amado por las damas y envidiado por los hombres; valiente, veloz y temerario. Sólo la voz de la abuela que lo llamaba con un sordo alarido lograba abstraerlo de su mundillo feliz... y entonces la realidad lo atropellaba: veía su sudoroso cuerpo disforme en el espejo de la sala, su cara de pastel y sus cabellos desordenados... comprendía entonces, por qué su amada Juliana no le regalaba ni una mirada. Y la conclusión, la única posible: ¡ soy un gordo seboso!

Aún hoy, 15 años después, el pequeño Quijote sigue inmerso en sus fantasías, tratando de olvidar su pobre destino, su avasallante realidad... aquella de la que también busco escapar Don Alonso Quijano: El sin sentido de la vida.

Ah! Y ese pequeño Quijote soy yo.