Nunca cae el sol sobre mis espaldas, porque la noche es un eterno peso en mis párpados. Las sombras de las farolas me son ajenas, huyen despavoridas por los callejones empedrados, ocultando el miedo a la oscuridad.
Nada me complace, porque lo fácil se ha hecho carne en la cotidianeidad. Pero el instinto, mi nato instinto, me lleva a seguir buscando porque sé, que en algún lugar, en algún momento, te he de encontrar.
La madrugada es de los hombres, no la mía. La mía está embadurnada de eclipses; soles y lunas haciendo el amor provocándome la envidia, aumentando la ira de mi espera, sesgando mi ajeno sentir. Cuando una lágrima seca me moja, siento la cercanía de un cuerpo, siempre ardiente, siempre provocativo. . ., y lo tomo, así sin más, lo tomo, esperando encontrar el sabor que mi ávida lengua necesita. Intento un adagio, procuro ese baile nupcial, estimulando mis sentidos. Dejo el poro abierto para que drenen mis olores, para que se adueñen de él. ¿Ha de ser mi caricia tan mortal, que tan pronto se quedan inertes? Al primer beso, siento el labio muerto, siento ese frío que no quiero, y yo deseo siempre una caricia más, ¿es que tanto le cuesta a mi rostro, dibujar una sonrisa?
Siempre buscando, alterando el orden natural para satisfacer mis deseos, pero no encuentro ese juego que me haga participar, que me haga un instante olvidar que soy objeto de miedo, que sólo espero del juego, un beso que me haga llorar.
Espero sea esta mi última lágrima seca, y que mis madrugadas sean menos oscuras, aliviando aunque sea un momento, este peso enclavado en mi alma. Tu sonrisa sabe dulce, y me ofreces un paseo por esta noche encarnada en mis cueros y que tanto conozco. No me puedo negar, tengo tantas sensaciones a flor de piel, que cualquier aliento me excita. Pero el tuyo, no es cualquier aliento, el tuyo es céfiro de mar. Tantas vueltas que me diste, tantos roces me ofreciste, que parecieras invitarme a jugar.
La placidez del momento me envuelve, se hace dócil la piel empapada en la melodía de la música y la adrenalina de tanta velocidad. Las líneas que demarcan la carretera, son la guía al infinito. . ., y provoco el instante, ese eterno instante en el que varados, tú y yo, nos damos el primer beso. Ese beso que es el portal de todas las sensaciones. Siento tu carne urgente de mí, siento el placer de tus manos al tocarme. Mi lengua te recorre, bebo el manantial de tus sabores, y todos y cada uno de los olores, se hacen parte de mí. No me temes, tu entrega es absoluta, pocas veces sentí esa sensación, pero estas aquí, esperándome, rogando mi beso y esa caricia de tantos eclipses que yacen en mí.
Todo fue un instante, un efímero instante que quedará por siempre. En mi piel, la mayúscula de tu nombre, en tu piel, mi hálito eterno.
Quizá. . ., sin querer mi capa cegó tu vista. Tal vez. . ., dejé la guadaña puesta de revés. Lo único que sé, es que después de este instante. . ., ya no habrá más prisa, sólo mi aroma en la brisa, de aquella curva en que te besé.
Si el escorpión no puede con su naturaleza. . ., ¿por qué, debería hacerlo yo?