EL SECRETO DE FLOR.
El mundo de Flor era tan predecible que de antemano se sabía que iba a estar haciendo a las 11:45, en una metódica rutina, tan metódica como ella, que se decía que era capaz de comerse la sopa de letras por riguroso orden alfabético.
Había vivido todas las vidas saltando de la tranquilidad de un escalón a otro. Casada desde los quince años, madurado a la fuerza por haber huido de unos padres buenos pero estrictos, se dejó adoptar por un hombre maduro que la fue haciendo a su modo hasta conseguir una Flor serena, con la apacible felicidad de un trabajo de docencia, anclada en cuestiones de investigación de Pavlov y de Freinett y a sus treinta y siete a punto de testificar la boda de su hija mayor y navegando en la seguridad de un hogar, un trabajo y un hogar y sexo bueno en ocasiones y despertar y un trabajo y la sopa de letras de los jueves a las 3:45
Total así es como giraba su mundo.
Ahora la pasión imperceptiblemente fue entrando a su vida a través de la imagen de un hombre extraño y cautivador en la pantalla de la PC y cuando cayó en la cuenta ya la terquedad de esta hiedra había trepado por la barda de su vida y entonces quiso saber lo que había del otro lado de la cerca.
Estaba resistiendo, no por la moral ni el pudor sino por hacer más delicioso el momento del encuentro clandestino que seguía planeando con precisiones matemáticas.
El tiempo se le vino encima cuando abrió el sobre que contenía un boleto de avión para unirse con su cómplice sentimental, que detestaba las rutinas, la sopa de letras y era amante de lo impredecible.
…te espero mañana a las 19:00, con tu vestido negro, en el bar de Heminway, en la mesa izquierda junto al cantante de salsa, donde estará tu copa…tú sabrás si la tomas o la dejas.
Pd.- El vuelo sale hoy a las 9:30 pm.
Amor, ¿Qué son cinco mil millas para ir a conocer cómo es el infinito?
Te Desea.
Franco.
Entonces flor corrió a más no poder. Encontró el vestido negro y dos más, entallados por supuesto. Pretextó la enfermedad del lejano Tío Joseph, organizó en media hora sus pendientes de la semana, aún aplicó un examen y se dio tiempo para vender una casa y se dio cuenta de cuantas cosas pueden hacerse en seis horas cuando reclinó el asiento de clase premier del Américan Air Lines, cerró la ventanilla, ató su cabello, tomó su pastilla de dormir y abrochó su cinturón, haciendo un agujero apenas perceptible en la noche, rumbo a la costa celeste del Atlántico.
Ahora amanecía…
Una llovizna suave mojaba el aeropuerto junto al mar.
Un aire de remordimiento por el esposo lejano le llegó levemente mientras bajaba las escaleras.
Echó una mirada a la tibieza del avión y luego se dirigió resuelta para instalarse en el Marriott Ressort dispuesta a dejar que le pasara de todo en los siguientes tres días.
Entonces Flor escondió sus pasados días de ama de casa y se vistió lo más atractiva posible y se bebió 72 horas de lujuria desde el ascensor del hotel, la noche en la playa donde las estrellas explotaban y las olas acallaban sus gritos agónicos, nacientes, sensuales y eternos. Todo comenzó en el bar de Heminway en un sótano donde no llegó nadie. Tan sólo una caja de regalo sobre la mesa con la más fina ropa interior y el recado de…”póntela, ahora y sube a la habitación 37…”
Entonces con un hombre al que acabada de conocer se dejó desvestir y amar y besar en riguroso orden alfabético.. A..no…Boca…Cuello…Dedos…Espalda…Frente…Glúteos…Himen…Ingle…Así hasta qué él se terminó cada una de las mitades de cereza que iba colocando cuando ella estaba tendida en una cama de orquídeas, luego se sintió bañada en ginebra y crema de chocolate y se dejó comer de una manera tan tierna y tan resuelta y sintió el mar tan cercano en su interior con una sensación de una marea desesperadamente dulce, caliente y tortuosa porque las olas no estallaban por fin, porque así lo quería él. Se sintió volar en los arcoiris del Atlántico y cuando por fín él dejó de alimentarse de ella, se sintió penetrada apenas aliviada momentáneamente, porque después estallaron los planetas, las lluvias, los paisajes, su adolescencia pasó en unos segundos en el vaiven de unas sábanas azules. Gritó desesperadamente y pensó que también era posible casi morirse de tanto placer. Quiso abrazarlo pero no pudo porque sus manos estaban atadas con una corbata amarilla y entonces todos los mares estallaron en su bahía. Se rompieron las rocas de su pasado y mientras la respiración se normalizaba deseó ser la más pervertida de sus mujeres, las más sumisa, la más imaginativa, la única.
Otro día supo su verdadero nombre y quiso quererlo bajo una palapa, sobre una toalla en la arena, y también se le concedió, bailaron juntos, se enamoraron por tres días. Hicieron el amor en el asiento trasero de un autobús, en las escaleras de emergencia del hotel y en una mesa campestre junto a un campo de béisbol y se bebieron cada uno de los minutos de los días que se robaron para estar juntos.
Al tercer día Flor despertó y encontró en cuarto lleno de rosas amarillas. El mar estaba ahora quieto. Las gotas de lluvia como un rumor en la ventana y el infaltable recado de fue maravilloso junto a su ropa nueva. El se había ido.
Entonces los astros volvieron a ordenarse…Los planetas tomaron su órbita corregida, los arroyos volvieron a su cauce normal. Los autos siguieron circulando por la derecha. El tío Joseph se mejoró. El sol volvió a salir junto al sauce de la casa donde estaban su hijos. Su esposo volvió a llegar a las nueve pidiendo agua tibia para sus pies y provisión de cerveza en la nevera y Flor llegó en el avión de las siete con un secreto envuelto en los encajes negros de sus medias. No dijo nada. Se durmió pensando en él, a cinco mil millas de nostalgia y dejó que la noche se la comiera, para volver a amanecer en el colegio, en la venta de casas, en los niños, en el amor clandestino consigo y en la infaltable sopa de letras de los jueves a las tres con cuarenta y cinco…
LAURO ADAME. ENERO 2005