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EL SEÑOR ARBOL

El señor árbol estaba cansado de estar siempre en el mismo lugar, sosteniendo sus ramas hacia arriba, soportando que las moviera el viento y que los pájaros se posaran en él.

– Quizás ya sea tiempo de tener otra función. – Pensaba. – Que me utilizaran para hacer una silla o algún mueble bonito.

Había visto como todo el bosque se había transformado, muchos de los árboles que crecieron junto con él ya no estaban. Otros nuevos habían crecido, pero allí estaba él, en el mismo lugar de siempre.

– Si tan solo pudiera hacer algo para que esos pájaros molestosos no se me subieran más. – Se quejaba todo el tiempo. – Si se me cayeran todas las hojas y no me creciera ni una más, creo que sería mejor.

Cierto día vio cómo se acercaba a él un leñador, se le paró en frente, lo miro, lo acarició un poco, se sonrío y luego se fue, con su hacha en la mano, en busca de algún árbol seco o podrido.

– Pensé que por fin había llegado mi turno. – Se lamentó, aunque no podía negar que estaba un poco asustado.

– El día en que mi turno llegue, finalmente le daré fin a este suplicio. – Continuaba quejándose el gran árbol.

En eso se dio cuenta de que un niño lo observaba: – ¿Y tú que me miras?. – Le preguntó con voz gruñona.

– Creí que te había escuchado hablar. – Contestó algo asombrado el jovencito.

– Pues así fue ¿y qué?.

– Nada, es que no sabía que los árboles hablaran. – Dijo aún más sorprendido el muchacho.

– Bueno, todos los árboles hablamos, pero no todo el mundo nos sabe escuchar, parece que eres uno de los pocos afortunados. – Contestó el árbol con voz un poco más serena.

– Pues te aseguro que eres el primero que escucho, ¿por qué te estabas quejando cuando llegué?.

– Por nada que te importé. – Le dijo el árbol como volteando la mirada.

– Probablemente si me importe ¿no será por eso que te pude escuchar?.

– Bueno… de todas formas no creo que me puedas ayudar. – Le respondió con notable tristeza el señor árbol.

– Vamos, dime, no quisiera irme sabiendo que estás tan entristecido, tal vez no pueda ayudarte, pero podría escucharte por lo menos.

El árbol lo pensó un momento…

– Bueno, ya que insistes tanto te lo diré. Soy un árbol muy viejo, llevo aquí tantos años que ya perdí la cuenta, mis ramas están cansadas, pero los pájaros no lo entienden, siguen viniendo a mí todos los días. He perdido las hojas cientos de veces y siempre me vuelven a salir, estoy cansado de lo mismo, quisiera ser algo diferente, que algún leñador me cortara y que hiciera algún mueble útil conmigo, que mis ramas sirvan para avivar el fuego en alguna chimenea…, son tantas cosas diferentes las que podrían hacer conmigo, más que estar aquí todos los días, aguantando el viento, el sol y la lluvia, con mis ramas hacia arriba, sin hacer nada más.

El niño lo escuchaba atentamente, esperando encontrar la solución a su problema:

– Quizás podría hablar con mi abuelo, fue el leñador que pasó por aquí hace un momento, si lo convenzo podría cortarte, y tu sueño pudiera hacerse realidad. – Decía el niño mientras sus ojos se iluminaban al plantear su fabulosa idea.

– ¿En serio?, ¿podrías hacer eso? – Preguntó el árbol bastante sorprendido.

– Sí, claro, enseguida vuelvo, iré a buscarlo.

En eso, el niño salió corriendo apresuradamente, pues sabía que su abuelo le llevaba bastante ventaja. Mientras el árbol se quedó pensando en que por fin podría hacerse realidad su deseo.
Horas más tarde ve como el niño se acerca de nuevo, esta vez junto con su abuelo.

– ¿Ves abuelo? Este es el árbol que te mencioné, el que te dije que quiere ser cortado. – Dijo el niño mientras señalaba el enorme árbol.

El abuelo lo mira y se sonríe.

– Mi querido hijo, no creo que pueda hacer eso.

El niño lo mira notablemente sorprendido: – Pero abuelo, tu eres un leñador, ¿por qué dices que no lo puedes cortar?.

– Lo que pasa es que este árbol es muy especial para mí, y no puedo cortarlo sencillamente porque diga que está cansado de estar en el mismo lugar.

– ¿Y por qué es tan especial para ti este árbol, abuelo?. – Preguntó el niño con mucha curiosidad.

El abuelo mira hacia arriba, respira profundo y lo toca:

– Este árbol lo sembramos mi padre y yo, cuando yo era mucho más pequeño que tú, desde entonces he visto como ha crecido y cuan útil ha sido para todos.

– ¿En serio? Abuelo, nunca me dijiste me habías plantado un árbol.

– En realidad he plantado muchos, pero este es el más especial, pues lo sembré junto con mi padre y le prometí que siempre lo cuidaría.

EL niño baja la mirada, aparentemente desilusionado porque no podría cumplir la promesa que le hizo al árbol.

– Entonces de verdad que es especial para ti, pero ¿por qué dices que ha sido muy útil para todos?.

El señor árbol escuchaba atentamente la historia.

– Bueno, piensa por ejemplo las veces en que muchos caminantes se han sentado bajo esta gran sombra a descansar en un día caluroso. Como sus flores han servido para alimentar a miles de insectos. O piensa en cuántos hogares le ha brindado a los pajaritos que vienen a donde él a hacer su nido, seguro que muchas aves se sienten agradecidas de haber podido hacer su nidito y calentar a sus huevitos aquí. También sus hojas sirven de abono cuando caen al suelo y ayudan a fertilizar la tierra. Sin mencionar que si no fuera por este, y por todos los árboles del mundo, no podría caer la lluvia y no podríamos respirar el aire puro que respiramos ahora.

En eso una suave brisa acarició el rostro del niño y una hojita le cayó en la espalda haciéndole cosquillas.

– Tienes razón abuelo, nunca había pensado en lo importantes que eran los árboles para todos nosotros.

– Sí que lo son, por eso todos debemos cuidarlos y no hacerles daño.

– Abuelo, pero tú eres un leñador, ¿no les estás haciendo daño a los árboles con tu trabajo?.

– No mi pequeño, porque yo solo corto los que ya están secos, además, recuerda que te dije que he sembrado muchos, por cada árbol que he cortado, he tratado de sembrar otro que continúe haciendo su trabajo. Cuando tu padre era un niño, sembré muchos junto con él y si quieres podríamos sembrar muchos otros tú y yo.

– Claro abuelo, ¡me encantaría!. – Respondió el niño mientras levantaba los brazos de emoción.

– Entonces no hay tiempo que perder, vamos, y dejemos que este árbol siga haciendo su trabajo por muchos años más. – Dijo el abuelo mientras le daba unas palmadas al árbol en su tronco.

Entonces levantó el hacha del suelo, la colocó en su hombro y retomó el camino a casa.

El niño también se dispuso a seguirlo, pero entonces recordó que tenía un asunto pendiente, dio media vuelta y miró al árbol con cierta pena:

– Lo siento amigo, creo que esta vez no pude convencer a mi abuelo.

– No te preocupes amiguito, creo que esta vez ha sido tu abuelo quien me ha convencido a mí, vete tranquilo que aún tengo mucho trabajo que hacer aquí. – Le respondió el árbol mientras le guiñaba un ojo.

– Estoy seguro de que lo que lo harás será para bien. – Le dijo el pequeño mientras le daba un buen abrazo. – Te prometo que siempre vendré a visitarte.

– Aquí estaré amiguito, puedes estar seguro.

FIN

– Moraleja de

l cuento: Debemos cuidar la naturaleza, en especial a los árboles, pues ellos dan sombra, oxígeno y contribuyen con el ciclo de lluvia para que siempre tengamos agua.

– Valores del cuento: Respeto por la naturaleza. La buena relación que existe entre un abuelo y su nieto

Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
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