Nadie sabía quien era en verdad, pero él creía que era el "Señor de las Llaves". Así, lo conocían todos en el barrio. Vivía solo. Tenía dos hijos que se habían ido al Canadá y nunca volvieron. A quien le preguntaba, le decía que el pasaje desde aquellas tierras era muy caro y que por eso no venían.
La casa era de dos plantas y un altillo. Se caía a pedazos como la cara de una vieja bruja. A él parecía no importarle. Estaba ocupado con otras manías. Una de ellas eran las llaves. Ninguna de las puertas de la casa tenía la llave colocada en la cerradura. El escritorio, un baúl, los placards, nada estaba cerrado. El viejo las tenía a todas en un gran llavero que llevaba siempre consigo. Eran su obsesión.
Un día de tormenta feroz, recibió un llamado urgente. Un hijo estaba grave y lo traían en un vuelo de emergencia a Buenos Aires. Salió de la casa a medio vestir, pasó la puerta cancel y subió al auto. A toda marcha partió hacia el aeropuerto. La lluvia no le dejaba ver bien el camino. En su desesperación no se dio cuenta de que había dejado el llavero y solo traía la gran llave. Cuando se percató de esta situación, regresó inmediatamente. Ni su hijo enfermo tenía más importancia. Bajó del auto, chapoteando en el agua llegó a la puerta principal e introdujo la llave, pero ésta se negó a abrir. Se esforzó, probó una y otra vez, intento tras intento, y la gran llave no abrió. Se sentó en el umbral, desolado, bajo la llovizna, única testigo de su desventura en la semioscuridad de la calle.
Un fuerte viento hizo que la puerta se abriera sola. Mojado hasta el alma, entró mientras otra ráfaga la cerró de un portazo detrás de él. Casi llorando fue a buscar el obsesivo llavero. No lo encontró. Miró las puertas y todas tenían colocada su correspondiente llave. Se acercó a la puerta del comedor y ésta se cerró con llave, quedando el viejo del otro lado. Corre y pasa por la otra puerta que da a la cocina, y ésta también se cierra con llave.
Sale por una tercera que da al pasillo y sucede lo mismo. Así va recorriendo toda la casa, escapando de ese demonio que le está cerrando todas las puertas sin darle opción a él, que es el Señor de las Llaves.
Finalmente termina refugiado en el ático, acorralado, sentado en el piso gime desconsoladamente. Hasta que escucha un ruido y ve a su hijo, ya muerto, que le dice: "Puedo abrir todas las puertas, menos las de tu corazón. Eres libre de ir a donde quieras Papá".
Desde ese día, El Señor de las Llaves se encerró en el ático por voluntad propia. La gran llave, pasada por una cinta negra, colgaba de su cuello. El egoísmo y la obsesión cobraron su precio.
JAZMÍN DEL PAÍS/BE@
Procuraré dejar todas mis puertas sin llave , me has convencido