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Categoría: Aventuras

EL ZOMBIE

Ayer, por casualidad, encontré el cuaderno donde anoté mis 'desventuras' con la sirena y, francamente, no tenía la menor intención de seguir escribiendo, válgame decir que he dejado pasar más de tres meses sin acordarme siquiera de la existencia de la citada libreta, sobre todo porque la tenía bien escondida para que mi 'chulapona' madre no lo encontrara; pero, de un tiempo a la fecha, me pasa cada cosa que me saca de mis casillas y he pensado que escribir podría ser una buena terapia. Digo, llevo una relación maravillosa con mi madre (mi encantadora 'dama de hielo'), pero hay cosas que no puedo contarle; no es que sean malas, sino que es muy aprensiva y no quiero preocuparla con mis tonterías de chamaco... aunque, dudo mucho que a los demás chavos les pase lo que a mí.
Todo esto viene a colación debido a que hace un par de semanas, después de haber ido al cine con Marina, una amiga con la que salgo algunas veces, al dar la vuelta en una esquina nos topamos de frente con un amiguito salido de una película de horror:¡un zombie!.
Sé que causará risa a mis nietos cuando lean lo que estoy escribiendo y, la verdad, no me importa, pues a cada uno le toca como le toca (¡guau, qué profundo me oí!). El caso es que esta cosa no se acercaba, ni tantito, a la imagen que nos han creado las películas. Para empezar, antes de dar la vuelta a la esquina ya olía mal, a descomposición -a 'perro muerto', decimos aquí- pero, al volver la calle, la cosa que estaba ahí no era nada de lo que nos imaginamos; eso tenía forma humana, pero su ropa se veía totalmente raída, se caía a pedazos, al igual que su carne que, en algunos puntos, dejaba ver los huesos; sus ojillos brillaban como los de los gatos a la luz del alumbrado público, y ese olor -insisto-, era nauseabundo. Marina, de plano, se dio la vuelta y vomitó.
Lo que me llamó más la atención fue que no se movía como los zombies de las películas. No, éste era ágil, veloz, nada tenía que envidiarle a ningún velocista... y así se perdió en las calles, sin que hayamos podido hacer nada, sin que la policía hiciera acto de presencia. En la carrera dejó caer algo metálico. Al acercarme a ver que cosa era, ví que era una esclava de oro con un curioso grabado.
Tomamos un taxi que nos dejó en casa de Marina, su mamá pensaba que nos habíamos peleado, pero al contarle lo que había pasado, se mostró muy preocuada, aunque no hizo ningún comentario. Nada hablamos de la joya.
Al día siguiente los periódicos no mencionaban nada, excepto el robo a una joyería cercana a donde habíamos visto al espectro. Con la mejor voluntad del mundo fui a ver al periodista que publicó la nota. Tomó mis datos y me entrevistó.
Jamás me había sentido tan humillado como en esta ocasión al oir al tipo riéndose como si le hubieran contado el mejor de los chistes de "Pepito". Dijo que no tenía la intención de ofenderme, pero se pitorreó con lo del zombie.
Picado en mi orgullo me dirigí a la comandancia de la policía muicipal, donde sabía que estaría mi primo Enrique, que es sargento. No estaba, pero le dejé recado.
Al volver a casa sonó el teléfono y, al contestar, una voz cavernosa y bastante distorsionada dijo:
- Ni se te ocurra ir con el cuento a la policía... te puede pesar... -y colgó.
El aviso llegó tarde, pero me preocupó.
Horas más tarde, cuando llegó Enrique, le detallé lo que había sucedido desde el primer encuentro hasta la misteriosa llamada. Arrugó el ceño, pero me dijo, a manera de confidencia:
- Este es el tercer robo a una joyería que ocurre en los últimos tres meses, siempre en luna llena y, hasta anoche, nadie había visto al ladrón... sólo que...
Abrí enormes mis ojos (y, si hubiera podido, también habría abierto más mis oídos). Enrique captó la intención y prosiguió:
- Mira, no sé por qué te cuento todo esto. El caso es que sí se han encontrado huellas digitales en los tres robos...
- ¿...Y? -lo apremié.
Bajó la voz, porque en ese momento pasó la 'Dama de Hielo' camino a la cocina.
- Todas las huellas son distintas y corresponden, según nuestros ficheros, a criminales que tienen dos o más años de haber fallecido y ahora, con lo que tu me estás contando, un caso que podría ser de rutina, se convierte de pronto en un caso para Stephen King...
¡Santa Petra la Callosa!, diría mi madre, se me fueron los tanates al suelo... sinceramente, jamás esperé semejante revelación, aún cuando haya visto semejante aparición... ¿Y la prensa?, ¿cómo es que no saben nada?.
- Como siempre -dijo-, se emite un parte que se da a los reporteros acerca de los robos, pero nadie ha dicho 'esta boca es mía' en cuanto a lo otro... tu sabes, cuestión de no ser el hazmerreir... aunque ya se ha reportado a los superiores, que ellos asignen a alguien...
Me dejó un muy mal sabor de boca lo dicho por Enrique, pero peor me sentí cuando, al día siguiente, ví la nota en el periódico que en tono burlón comentaban lo que yo había dicho y daban mis datos con pelos y señales. Al llegar a la prepa muchos de mis cuates no podían reprimir una sonrisita al verme. Por fortuna nunca mencioné a Marina en esto, ella es más sensible y no le hubiera sentado mejor que a mí.
Los días pasaron y, poco a poco, fui olvidando. Veintiocho días después, es decir, durante la siguiente luna llena caminaba por las calles del centro, esta vez acompañado de dos amigos, Freddy y Neri, con quienes acudí a un bar para mirar un partido de la selección por televisión.
Ibamos bromeando y jugando cuando mi nariz percibió un aroma bastante conocido y me quedé helado (Nota: le recuerdo a mis descendientes que nunca me he distinguido por mi valor y coraje), mis amigos hicieron lo mismo...
- ¿Qué pasa, brodi? -preguntó Freddy.
- Seguro tiraron un animal muerto por aquí cerca -comentó Neri.
- No -dije-, ¿se acuerdan que se rieron de mí por lo del zombie?, pues anda por aquí cerca...
No bien acabé de hablar cuando vimos pasar una sombra escalofriante que, veloz, intentaba ampliar la distancia con nosotros. Solo que no contaba con que Freddy se pinta solo para eso de las carreras y salió disparado tras la sombra fugitiva, y nosotros tras ellos dos.
Pero Freddy no resultó ser tan raudo como el monstruo y, en un esfuerzo supremo, se arrojó sobre él. Logró prensarlo de una especie de bolsa que colgaba de su hombro, misma que le arrancó.
Cuando le dimos alcance, Freddy golpeaba el pavimento con los puños, lleno de frustración. Neri gritó:
- ¡Le arrancaste la mano, we... le arrancaste la mano!
Me incliné para verlo que señalaba mi cuate.
- No, 'mano'-le dije-. No, ésto es un guante de látex... aunque muy bien hecho... se ve muy real, hasta los huesos están bien pintados, los músculos...
No seré el príncipe valiente, pero sí se reconocer un trabajo bien elaborado y éste guante era de una calidad (yo diría) cinematográfica y, a la luz del encendido público, cualquier cosa pasaría por verdad... ya solo quedaba pendiente el asunto del hedor que desprendía el sujeto..., porque ninguna duda cabe de que era un ser vivo y no la cosa que nuestra imaginación había creado.
En eso estábamos cuando una camioneta patrulla se paró junto a nosotros y nos pidió identificarnos. Al preguntarme por el guante les expliqué cómo lo habíamos encontrado. En eso estábamos cuando llegó otra patrulla y tras esta un "vocho" maltratado, en el que venía el reportero que se había reído de mí.
- ¿Qué, de cacería? -dijo, pero tenía esa risita que no me agradaba nada de nada...
La verdad es que no estaba de humor para soportar a ese patán, así que me alejé unos pasos y me recosté contra una pared. Desde ahí miré a reportero mientras entrevistaba a mis amigos. Independientemente de mi parecer sobre el tipo, el verlo agitado, sudoroso y ese aire prepotente que lo hacían lucir, a mis ojos, más desagradable aun.
Nos llevaron a la delegación a que prestáramos testimonio de lo ocurrido. Luego, mi primo nos llevó hasta la casa de Neri, que quedaba casi enfrente de la mía.
- Tienes un imán para estas cosas -me dijo. Neri y Freddy estuvieron de acuerdo, pues a ellos sí les conté lo que me había pasado en Veracruz.
En fin, que fue otra de esas noches en las que apenas pude conciliar el sueño, por suerte al día siguiente era domingo y no había obligación de levantarme temprano.
Al despertar, lo primero que hice fue hablarle a Enrique:
- Tengo una sospecha, ¿puedes ayudarme?
- ¿Qué pasa?, ¿puedes contarme algo?
- Mira -le dije-, ya van dos veces que me encuentro con el 'mono' ese; ayer le frustramos el robo y, por detallitos que me gustaría comentarte en persona, creo que el zombie (ya lo había yo bautizado así) atacará, otra vez, esta noche... mañana, tal vez, cuando mucho...
- De acuerdo, ven a la comandancia y aquí platicamos.
Una vez ahí escribí un nombre en un papel y lo deslicé hasta mi primo. Lo leyó y...
- Debes estar bromeando.
- Tengo mis razones para creerlo. ¿Qué dicen los análisis del guante?, ¿encontraron huellas? -Enrique hizo una cara bastante cómica-, dime ¿trabajó para esta corporación u otra parecida?
- Pues... sí, a decir verdad sí lo hizo, pero creo que fue dado de baja por corrupto -lo miré con sorna-... bueno, hombre, le cayeron en la movida y eso es lo único que no se perdona en estos lares...
Sonreí. No cabía duda que mi primo era buena bestia, sólo que la cara no lo ayuda...
Más tarde fui a buscar a mis amigos y les expliqué el plan, aunque sin decirles todavía lo hablado con Enrique. Por la noche, aproximadamente a la misma hora de las otras ocasiones, patrullábamos las calles -cual vil 'policletos'- en unas flamantes bicicletas con radio incluída.
No hacía ni dos horas de estar en eso cuando percibimos el característico hedor del zombie. ¡Megachispitas!, ¿por qué al tipo no se le había ocurrido usar desodorante?
En fin que, más pronto de lo que lo platico, el zombie pasó con su clásica carrera y esta vez soltó una carcajada al vernos. ¡Diablos, cómo lo estaba disfrutando el imbécil!. Rápidamente radié nuestra ubicación y salimos como vil estampida tras sus huesos. Sí, señor, había que ver cómo corría, parecía conejo, aunque pronto dio muestras de cansancio. Ante esta eventualidad, el zombie nos plantó cara -su horrible cara- y sacó una pavorosa navaja con la que nos amenazó. Sólo que Neri no pudo frenar a tiempo y se fue de bruces contra el tipo, rodando ambos por el duro pavimento.
Lo que salvó a mi amigo fue la oportuna llegada de dos coches patrulla y una camioneta. Tres de los polis se le fueron encima, esposándolo y subiéndolo en una unidad. Nosotros fuimos tras ellos en la camioneta.
Ya en la comandancia, y al amparo de los reporteros, Enrique le quitó la máscara y, la verdad, no fue una sorpresa para mí ver el rostro del tundemáquinas que se había reído en mi cara.
Freddy y Neri, una vez que pasó todo, me preguntaron los detalles.
- Elemental, par de guasones -dije-, primero: después de ir a ver al reportero recibí una llamada advirtiéndome que no fuera con el chisme a la policía y sólo a él le había dado mis datos recientemente. Luego que nos encontramos al zombie, en donde le arrancaste el guante, Freddy, ¿no notaron el mal olor del reportero cuando lo entrevistaron?
- Bueeeno -rebatió Neri-, pero tu sabes que el sentido del olfato es el más fácil de engañar y, una vez que te acostumbras, pasa desapercibido cualquier olor, por malo que sea...
- Vale -respondí-, pero, ¿qué me dices de por qué llegó todo agitado y sudoroso, si venía en coche...?
- Pero eso es meramente circunstancial... -atacó Freddy.
- Sí, solo que (y aquí sonreí, sacando mi as de la manga) yo le pedí a mi 'primazo' que me averiguara un par de cositas, una de ellas que el fulano trabajó para la policía municipal y luego fue 'judas', de ahí que tuviera acceso a las huellas digitales de todos los fichados...
- ¿Y cómo le hacía para grabarlas en los guantes...?
- Ah, eso... antes de ser 'poli' trabajó en una imprenta que también hacía sellos de goma y conoce bien el proceso... de ahí a pasarlo a los guantes fue 'coser y cantar'. El mal olor, ustedes lo vieron, carne echada a perder en los bolsillos de su ropa... hábil disfraz...
Por supuesto que se recuperó el botín y a cada uno nos tocó un buen anillo, como recompensa. Lo único que nunca se pudo localizar fue una esclavita de oro que, por cierto, le luce tremendamente bien a Marina. ¿Mi madre? ella sigue soñando que su bebé es un angelito. Dios guarde su inocencia.
¡Oh, sí! Al primo no le fue tan mal, ya es teniente.
Datos del Cuento
  • Categoría: Aventuras
  • Media: 5.41
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