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ELLAS, EL Y LOS QUE VENDRIAN

“Poco a poco el velo se ha desgarrado, el horizonte iluminado y podemos esperar que las generaciones venideras no conocerán ya este flagelo". Alberto Calmette.1932

_Aún no dejo de toser, mírame lo demacrada que estoy_ Explicaba ella.
_Lo sé, esta enfermedad ha sido el castigo de la humanidad_ Él contestó.
Ella era una anciana, cuya hija estaba en el último mes de embarazo y con esa enfermedad. Habían tenido los síntomas hace mucho, la enfermedad prevalecía altamente en el lugar. Él era el yerno de ella, y era sano.
_Mañana, iré a la ciudad para ver un negocio_ Explicaba él.
_Bueno, espero que todo resulte bien, ves cómo está mi hija, por la enfermedad._ Respondió ella.
El era un hombre corpulento, había trabajado desde joven en una zapatería cerca de la plaza de la ciudad. La única familia que tenía éste, eran su suegra, su esposa, y aquel niño que vendría en poco tiempo. Al día siguiente de aquel día, todo parecía muy bien. Fue animado rumbo al lugar donde cobraría un pago por un par de zapatos. Descuidose porque escuchó que alguien murmuraba que había un doctor que investigaba el germen que producía aquella enfermedad. Escuchaba y al voltear a quien hablada de esto y cruzando a la vez la pista, lo arrollaron los caballos y la carreta, que iban a gran velocidad. Es evidente que él murió, a pesar de su corpulencia, es mas nadie podría haber sobrevivido a tal accidente.
Paralelamente, ella, cocinada un guiso para su hija que estaba postrada en cama, y tosía mucho. Ella se acercó al lecho con el plato de guiso en la mano, cuando su hija se incorporó de repente y gritando: _¡¡Qué mal sueño!! Madre tengo un muy mal presentimiento._ Y fue cuando empezó a expulsar mucha sangre por la boca, y no dejaba de toser. Habría estado perdiendo mucha sangre estos días.
_Calma, mujer. No te angusties que ves qué pasa_ Replicó ella, y de inmediato le dio una franela, antes por supuesto dejando el plato al lado. Pasaron cerca de 10 minutos y la sangre no cesaba. _Tranquila, ya pasará._ Consolaba ella, en una impotencia evidente. Hasta que al fin calmó.
_ ¿Qué has soñado?_ preguntó ella, acercándole entonces el guiso que preparó, y en un poco más de calma.
_ Soñé, que habría gran muerte en la ciudad por causa de esta enfermedad. La oscuridad era grande, el hambre feroz. Tú estabas sola, y te dirigías a una luz, llevando de tu mano a mi hijo. Él, él (su esposo) estaba vomitando sangre que no paraba hasta que perdió toda y murió. Yo los veía a todos, a todos. El panadero de la esquina de lo gordo que estaba, habría terminado muy delgado. La señora de los vegetales, habría muerto. No habría animales, ni una rata por las calles._ Lloraba al contar el sueño.
_No llores hija, es un sueño. Verás que no sucederá nada de aquello._ Ella, consolaba una vez más, pensando en que aquel sueño se acercaba mucho a la realidad del lugar.
Se hizo tarde, y la hora de venir de él. La anciana oró, como siempre lo hacía por curar su enfermedad y la enfermedad de su hija. El no venía, y la noche asomaba. Hubo entonces preocupación en el corazón de ella. Su hija estaba durmiendo para entonces. Ella salió por un momento en un intento por verlo llegar. Salió y el frío del viento que soplaba en aquel joven julio, era nostálgico. Al fondo unos gatos peleaban, y se oía el llorar de un cachorro de perro. Observaba en dirección de la ciudad, manteniendo la esperanza de que él llegara. Y pronto su desesperación se hizo grande, cuando divisó una sombra en la dirección de la ciudad. Era un hombre, y por su silueta, no era él. Ella desesperaba más, y se le acerco ese. Ella en su corazón tuvo el mal presentimiento, sólo aquel presentimiento que tienen las mujeres por las malas noticias. Efectivamente el hombre venía con la noticia de que él murió. Ella estaba como preparada pues los golpes en su vida, desde la muerte de su esposo, habrían sido poco a poco maestros de su fuerza. No habría llorado en el instante, pero le vino una gran preocupación por aquel que vendría, pues, pensaba: la madre enferma, ella enferma, y quién se quedaría con aquel que vendría. Hizo pasar al hombre a la humildad de su casa. Calentó del remanente del guiso en la estufa, y lo sirvió al hombre aquel. Ella tosió, y de inmediato se cubrió la boca por no expulsar aquella sustancia que enfermaba a todos. El hombre al ver a la mujer en tal actitud, explicó: _Señora, no haga tal, pues yo también padezco de lo mismo que usted, por eso acepté entrar a su casa, pues ya lo sabia._Calló un poco como si el aire le faltara y continuó_ Además en su rostro es evidente la enfermedad._
_Desgraciadamente_ Lamentaba ella.
Hablaron algo más. Y el hombre se despidió. Ella tendría que ir al día siguiente a la ciudad para poder recoger el cuerpo de él. Su preocupación más importante le vino cuando miró a su hija, quien dormía muy plácidamente en aquella oscuridad, pues tendría que decirle la mala noticia. Entonces, en su corazón decidió ocultarle esto, pues conocía cómo era su hija y el obvio estado de la misma; una noticia así, le provocaría la muerte. Entonces ella, fue a descansar por este día. No pudo dormir, daba vueltas en su lecho; se habría parado muchas veces para ir a tomar agua después de pensar. El sudor de esa noche era mayor que otros días, pues aunado al que provocaba la enfermedad, le vino el de la preocupación. Cada vez que despertaba y se levantaba miraba a su hija y su preocupación era mayor, al ver al que vendría. Pronto llegó la mañana. Habría dormido dos horas antes de que los rayos del sol entraran por los agujeros de la oscura casa. Y de inmediato fue al lecho de su hija, quien aún dormía.
_ Buenos días, madre_ Despertó.
_Buenos días, hija_ Ella disimulaba bien. Pero en el fondo, no quería ser descubierta, y esperaba más bien la pregunta evidente.
_ ¿Ha llegado?_ Preguntó su hija.
_No. Ha mandado a alguien decir que se demoraría un día más. Es más me dijo que vaya yo, pues tenía un encargo para nosotras._ Mentía.
_ ¿Encargo?_ Dudaba la hija, con aquella expresión que ponen las mujeres cuando uno les miente.
_ Sí hija, yo tampoco sé de qué se trata. Pero ya, ya no hablemos más. Iré a traerte un poco de leche y pan, para que comas._ Disimuló aun más ella.
Fue entonces a la cocina y preparó aquel desayuno para su hija; ella no tendría hambre. Cada vez la palidez y delgadez de su hija, le ponía más triste. Le llevó el desayuno y se despidió para irse a la ciudad.
En la ciudad, estaba en boca de todos las investigaciones de un médico que estaría por allí. Ella cuando llegó a la ciudad, vio que todos estaban animados por aquel que vendría, por el médico. _ Ese hombre descubrió la vacuna para este mal que nos mata_ Oyó a alguien. La anciana se dirigió a la comisaría donde estaba el cuerpo de él. Cuando entró al lugar, le saludó tosiendo el comisario: _Buenos días señora, ¿en qué podemos ayudarle?_
_Buenos días, comisario. Verá, yo soy la suegra del hombre que fue arrollado ayer._ explicaba ella.
_Ah si, señora, esta aquí mismo el cuerpo. El responsable ha dicho que pagaría el sepelio, así que de eso no se preocupe._ Respondió el comisario.
_Gracias por todo señor._ Ella, hizo una venia. Se dirigieron a ver el cuerpo, estaba destrozado. Pronto hizo los trámites. Y dejó encargado todo sobre el entierro.
_Él no tenía más familia, que nosotras. Entiérrenlo en el cementerio de la ciudad, yo hablaré con el padre de la iglesia, para que haga lo correspondiente._ Explicó ella, y se despidió. Ya era hora del almuerzo, y pensó en su hija. Apresuró su paso.
_Ese doctor, nos ha venido a salvar._ Oyó a otro, rumbo a la iglesia.
Habló pronto con el padre, de sobre las cosas que harían. Y le contó la realidad de la situación, su realidad. Se despidió y fue a su casa cerca de las 2 de la tarde.
Llegó y su hija, habría estado durmiendo. Pronto hizo una sopa, y se la llevó a su hija. Y sabía que al despertarle tenía que responder.
_Madre, ¿cuál era el encargo?_ Preguntó su hija.
_Ah, tenía que hablar con el padre sobre un par de zapatos que quería que le haga tu esposo._ Mintió otra vez.
_Ah, pero que raro. Él hubiera hecho eso._ Dudaba otra vez la hija.
_No, estaba muy atareado. Es más demorará un día más. Y se ve que necesitaba ayuda pues. Pero ya no hablemos de eso. Vamos toma tu sopa porque se enfriara._
Ella estaba viendo en aquel hombre del que murmuraban, una esperanza, pues aquello que toda mujer siente en el corazón sobre las cosas, se lo decía. Y oró a la hora de siempre por que esa esperanza sea real.
Ya de noche, ella se asomó por la ventana y sintió aquel frío de comienzos de julio. Al día siguiente sería enterrado él. Cuando pensaba, pronto oyó un gran grito que provenía del lecho de su hija: eran los dolores del parto. Pronto fue a ver a su hija, y puso a calentar agua en la estufa, y prepara las telas para recibir al que ya vendría. La jornada fue grande. Sola ella atendía el parto y por otra parte, el sangrado abundante que salía por la boca de su hija. Esta vez el sangrado era grave. Ella se preocupó entonces, y pensó: “El niño, ha de salvarse, pero mi hija ha de morir, pues no podrá resistir. Es mucha la sangre que esta perdiendo por arriba y por abajo.” Pronto, el expulsivo llegó y el niño salió. La madre cansada y con el sangrado abundante de su boca, al escuchar el lloro del niño, sucumbió. Ella hizo los primeros cuidados por el que vino; y por su hija, no hizo más que cerrarle los ojos, cuyas pestañas largas estaban hermosas, así bañadas en sudor. El niño, era varón, vigoroso. Ella puso al niño en la cuna, y oró por el alma de aquella que fue su hija. Esta vez la desgracia era grande, por lo cual las cicatrices no dolorosas del corazón de la anciana no aguantaron el dolor, y entonces lloró.
La tarde de aquel día, el padre tuvo una conversación con el médico de la ciudad que pasó por la iglesia una hora después que la anciana. El padre le contó la situación de ella, y tanto el padre como el médico lamentaron tales hechos. Y como era parte del tema, el médico habría informado al padre sobre el doctor eminente que vendría por aquel lugar. El médico lo conocía muy bien, y estaba en cierta forma feliz porque él se presentara en aquel lugar. El padre preguntó:
_ ¿Y ese Señor ha estudiado esta vacuna por tanto tiempo?_
_ Si, estuvo haciéndola y mejorándola por este tiempo. La ha estado probando en animales, y ha sucedido que hasta ahora es efectiva._ explicaba el médico.
_Ojala sea la vacuna para esta enfermedad, pues el clamor del hombre es grande por esta enfermedad_ Exclamó el padre, dirigiendo la mirada a los cielos.
La mañana habría sido llenada por los gritos de hambre del que vino. Ella habría calentado un poco de leche para el niño, y de inmediato lo alimentó. El que vino después, dormía en su cuna. Ella se habría puesto a buscar ayuda por el cuerpo de su hija. Habría hablado con el panadero de la esquina, para que le ayudase. El hijo del panadero la saludó y lamentó mucho lo sucedido, pero no podía ayudarle pues se dirigía a la ciudad porque ese día vendría aquel médico del que todos hablaban. Finalmente el panadero la ayudó, llevando el cuerpo cerca de la carpintería. Ella, coordinó para hacer el sepelio y lo que se necesitaba.
El hijo del panadero llegó justo a tiempo, cuando la multitud rodeaba a aquel gran médico. Se asomó, y buscó un buen lugar. Justamente por aquel lugar pasaba el padre, y reconoció al joven.
_Buenos días_ Saludó el padre.
_Buenos días padre. ¿Esta aquí por el médico también?_ preguntó el joven.
_Sí. Supongo que tú también, pero no ha sido coincidencia pues quería preguntarte por ella._ el padre interpuso.
_Ah si padre, ha ocurrido una desgracia. La madre del que vino murió, justo al darlo a luz._ Explicó el joven.
_Desgracia grande es._ Miró al cielo el padre.
En ese momento pasó junto al médico esperado, el médico del pueblo, y saludó al padre. Y se le acercó con aquel gran médico, para presentárselo.
_Buenos días padre, le tengo el agrado de presentarle al Dr. Calmette._
_Buenos días, es un gran gusto._ El padre saludó con mucha tristeza en su rostro.
El Dr. Calmette tenía una gran sensibilidad y preguntó:
_Padre, he notado gran tristeza en su rostro, y disculpe la pregunta:¿Cuál es la causa?_
El padre, entonces vio que era hombre de confianza, y contó lo sucedido con aquella familia. El Dr. Calmette vio la desgracia de aquella familia, y más de aquel que vino. Entonces en su mente le vino la idea de practicar algo que nunca habría hecho. Era la oportunidad en su investigación y era justa. Habría hablado entonces con el médico de la ciudad, y fue pronto a la casa de ella.
Ella, oraba al lado del niño. Las lágrimas se le secaron. Cocinó algo para el almuerzo, casi inconcientemente, como si hubiera olvidado que su hija ya no estaba viva. Lloraba y su preocupación era por aquel que vino: “Yo no lo podría cuidar, pues adquiriría esta enfermedad que nos matará.” Oró otra vez, por algún milagro. Y al terminar de orar, llamaron a su puerta. Estaba el Dr. Calmette con el médico de la ciudad, y saludaron:
_Buenas tardes_
_Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarles?_ Ella preguntó.
_Señora, le presento al Dr. Calmette._ Presentaba el medico de la ciudad.
_ ¿Es usted del que todos hablan?_Preguntó ella.
_Así es señora, y sabiendo de la situación del que vino, le vengo a proponer algo._ Explicaba el Dr. Calmette.
_Así, ¿y qué me propone?_ Preguntó ella.
_ Como verá…_
Y el Dr. Calmette explicó a la anciana cómo hizo la vacuna y de la efectividad que había mostrado. Se firmó el consentimiento de practicar la vacuna en el niño. Ella en su sabiduría y experiencia, habría visto en el Dr. Calmette un hombre de confianza, así que aceptó. Pronto el Dr. Calmette dio las tres dosis al niño, de la vacuna que había hecho. Y era hora de esperar.
Pasaron dos años y el niño, varón, vigoroso, creció y nunca enfermó de Tuberculosis. Pronto se dio a conocer la noticia, y pronto se empezó a practicar la vacuna. Ella reflexiono: aquella luz que habría visto su hija en sueños era la esperanza de esta vacuna, para salvar al mundo de esta enfermedad.
Hoy día casi 90 años después, con una cobertura completa, se sigue usando la vacuna del médico Calmette y del veterinario Guerin, previniendo así las formas graves de esta enfermedad que según la OMS se encuentra en la tercera parte de la población mundial.
Rau Magdiel.
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 4.6
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