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Categoría: Hechos Reales

EMPUJANDO PENAS PARA CRECER

A manera de introducción


Dibujóse en el centro de mi memoria, ese misterioso punto de partida, en el que se mezclaban: mi barriada, mis quince años, mis ilusiones, mis incipientes ideales, mis frustraciones, mis miedos, mis esperanzas, mis tareas de cabro chico, mis amores, algún profesor jodido y todos los amigos paletas de niño y de adulto, mis compañeros de oficina y mis siempre adorables amiguitas; mi padrino y sus helados con galletas, las peleas de cabro y las emocionantes confidencias de esas niñas que enredaron sus hermosos rostros en mis ojos, en un simulacro de fuegos artificiales y de arco-iris.

Cruzaron, con esa rapidez que angustia, probablemente, para no encontrarme en la esquina del error, nombres de tías, de novias, de primas,(Yolita en particular) de abuelos, de colegios, de calles, de almacenes, de lugares, de banquetes. Relampaguearon en mi cabecita mis paseos en bicicleta, los clubes de fútbol y el color de sus camisetas, los pacos que nos hinchaban las pelotas cuando el viejo Bascuñan se quejaba de nuestras pichangas nocturnas y por más que hurgueteaba en mi futuro pretérito, me dio la impresión que mi vida se detuvo a los treinta años, cuando mis ilusiones, mis ideales y mis fantasías me esperaban en la gran escena, cada una con su melodía, dispuestas a iniciar el más hermoso concierto que un alma romántica pudiera dirigir.

Sin embargo, aquí estoy sentado, a cientos de kilómetros de mis sueños, esperando, con cara de huevón, que los maricones que envenenaron mis esperanzas se vayan a la gran chucha y que me vuelva el deseo oceánico y elemental de volver.

Esperando que amanezca de nuevo en el suelo de mi patria y que el viento de la muchedumbre libere el cielo de esas nubes vestidas de uniformes y que yo como miles de compañeros, diseminados por el mundo, tengamos la fuerza necesaria para empujar nuestras propias penas, sino para volver al terruño, al menos para crecer.


Monsieur James


( La escena ocurre en la terraza Dufferin, en la ciudad de Quebec, Canadá, allí por los años 80, mientras, un par de compadres, esperan a sus mujeres a la salida del trabajo (camareras en el Chateau Frontenac)

· Sabe compadre, (mirando al cielo) existen nubes hermosas, ¿verdad?
· - con un dejo de tristeza- Sobre todo a esta hora de la tarde
.
· - sin dejar de mirar el cielo- Si, compadrito, sobre todo a esta hora de la tarde, tiene toíta la razón
· -con un hilo de voz- ¿Será lo mismo en Santiago?
· ¿Quién sabe compadre? pero éstas me da la impresión que empujan algo, qué se yo que huevá compadre, no me pregunte, pero si usted se fija. -tratando de dibujar algo desconocido con las manos.
· ¿Empujar, empujar qué? Déjese de melancolías huevonas compadre mire que con esa cara de apenao a mi también me le bajan las penas iñor ¡por la cresta!
· Eso es compadre, le acaba de dar en el clavo, -con la cara húmeda- penas pues mi compadre, penas, esa huevá es; "penas para crecer" para crecer, pa que otra cosa compadre.
· ¡Salud! será mejor compadrito.
· ¡Salud!



CAPITULO I


Ahí, estoy escondido en la sombra, con un ojo en un barril y el otro en una garita en que hacen guardia un par de milicos. No tengo miedo, sin embargo, un cierto recelo me recorre el cuerpo. La guardia siguiente está a cargo de un par de milicos amigos, que me aseguraron a 60% hacer la vista gorda. Cerca de la diez de la noche, se producirá el cambio de guardia. Me desconcierto, la guardia no es la esperada. Sigo escondido, ¿y hasta cuándo? ¿ocho horas más? nica. Sigo observando con los ojos cada vez más grandes, y no por la emoción, más bien por la posición del escondite que me tiene el culo más adolorido que juanete-e-cartero. De repente, uno de los guardias se dirige al otro lado de la garita, en dirección de mi escondite. El corazón se me sale por la boca. Se asoma con disimulo a la esquina, una vez que se asegura que no los cacha naiden, le hace señas a su compañero, señas que no alcanzo a comprender. Este último apoya la metralleta en el suelo, el corazón se me quiere salir de veras. Me pregunto si me cacharon y se están haciendo los huevones para, luego, divertirse conmigo. Una vez la metralleta en el suelo se desprende de la chaqueta del uniforme. ¿Qué huevá más rara! digo para mi. El otro sigue en la esquina observando ¡qué se yo que mierda! A una señal, el primero se acerca al barril de mis amores y de un salto se pierde al otro lado de la muralla, mientras el barril queda dando vueltas con una sonajera del demonio. Me quedó atónito, no por mucho rato ya que el otro cabo parte corriendo endereza el barril y hace la misma pirueta. Ahí me quedo, como péndulo de reloj viejo, p’alla y p’aca. De repente me decido, mierda. A la una, a las dos y a las tres... putas, parto corriendo como condenao, apoyo la pata derecha en el barril y de un salto atravieso la pandereta.

Aunque me saque la cresta al otro lado, una alegría general se produce al aterrizaje, un centenar de compañeros respiran aliviados, todos, de la misma manera, han salvado la vida milagrosamente, rogando que la pandereta no sea obstáculo para los próximos, que sin duda vendrán.


CAPITULO II


Al interior de la Embajada, el inventario es casi divertido. Atropellados en un paquete de upelientos de toda estructura social y enredados entre los solitarios y los que lograron escapar con algún miembro de sus familias, la gallada se ha distribuido de manera a facilitar, a las autoridades del lugar, la planificación necesaria en tales circunstancias.

Difícilmente se logra el objetivo, la esfervecencia es grande dado que el miedo persiste. Muchos de nosotros hemos dejado familia, hijos, novias etc. y los testimonios recogidos entre los residentes acerca de las barbaridades cometidas por milicos desenfrenados y deconcertados por fuertes dósis de narcóticos, nos tiene con el alma en un hilo.

Luego de una semana de incertidumbres y gracias a la juiciosa intervención de los dueños de casa, nuestro destino empieza a tomar forma. La mercadería sera despachada, sin necesariamente acompañarla de guías de despacho, pero con la convicción de ser bien acogidos, allá lejos, por un país amigo.


CAPITULO III


El tiempo no se detiene, los años danzan y en el espíritu de cada uno de nosotros se van acumulando penas. Aquellas que son difíciles de disimular; por ejemplo: a los Fuentes, se les murió la mamá y no pudieron estar presentes; a la Gabrielita le metieron preso a su único hijo y no consigue noticias; el abuelo de los Donoso se volvió loco y anda gritando por todas partes "Salvador Allende, presente"; varias familias, también, han recibido noticias de desapariciones de amigos, de primos etc.

La vida tratamos de apaciguarla, sin embargo es casi imposible no ponerse a llorar en los bancos de una escuela, en la cocina de un restorán o en un plaza perdida, en momentos en que la nieve empieza a invadir los techos de la ciudad. Al comienzo, vivimos en función exclusiva de Chile, se organizan los primeros grupos socio-políticos y tratamos de atirar la atención, por todos los medios, de la crueldad del regimen en plaza.

Para ello, creamos grupos folclóricos y nos vamos mostrando por distintas ciudades. Las guitarras desnudan su sensualidad y en sus cuerdas empieza a vibrar la patria, el campo, las empanadas, la enagua de Rosita y todas esas cosas que llevamos impregnadas, "en esa masa colorada que se llama corazón" como bien dice el Temucano.

Generalmente, somos bien acogidos, nuestros bailes, nuestras danzas y nuestras canciones proyectan nuestra esperanza, los quebecos se vuelven solidarios. Los hoteles, los restoranes y las industrias de aseo, cambian rápidamente de idioma. Los cursos de francés, empiezan a abrirnos nuevos senderos e inexorablemente, siguiendo la ley de la vida, empiezan a nacer los primeros canacas de origen chileno.

Algunos viejos canallas se entusiasman y empiezan a cambiar las viejas por chiquillas un poco más rubias. Comienza así el descalabro familiar, -si ese guebón feo se puede pasear con ese angelito y que habla francés, con mucho más sensualidad que mi estorbo diario-, ni que hablar compadre). (No crean que la cosa es solamente del lado maculino, algunas de las comadres se entusiasman también con la "iguardá social" y crian alitas)

Aparentemente, los escenarios parecen divertidos, sin embargo, cuando el entusiasmo por lo rubio y más blanco disminuye, la conciencia empieza a roer el alma. Algunas reconciliaciones, serán, probablemente, musa de grandes novelones. Otras, no vendrán jamás, dejando en el espacio prohibido de los cuentos, esas lágrimas que no encontraran un caudal que las lleve al mar.

Los hijos crecen, los que llegaron creciditos se casan y las preguntas no cesan de atormentarnos, ¿me tendré que quedar definitivamente en este país? ¿Cuando llegue el día, podré soñar tranquilo con ese pasado que todavía hierve en mi interior y seguir a palazos con la nieve, como si nada?

Un día, me tocó más de cerca el planazo, mi mujer decidió quedarse en Chile y aquí, afortunadamente, me quedé con mis críos, tratando de explicarles lo inexplicable. Desde ese día, nos pusimos de acuerdo tácitamente, estas penas huevonas debemos transformarlas en alegría y para ello éstas deben servirnos sólo para crecer. ¿Sólo para crecer? nica,

Suzie, donnez-moi un bic, por la cresta. (el guebón que crea que es un lápiz de pasta, es porque no ha cachado nada y tendrá, por guebón, seguir empujando penas)


FIN
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 6.25
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1 comentarios. Página 1 de 1
Juan Andueza G.
invitado-Juan Andueza G. 11-07-2003 00:00:00

Solamente corregir el título de comentario añadido en la fecha fue publicado.

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