.I - ÚLTIMO DÍA EN LA FÁBRICA

Bip-bip-bip-bip-bip-bip. El subconsciente de Benito da un manotazo y calla al despertador.
Diez minutos más tarde se despierta alterado.
Se lava, se viste, se afeita, toma café con leche y no sabe en qué orden lo hace.
Ya se despeja algo y conduce hasta la empresa como siempre.
Todo es siempre como siempre.
Llega justito, ficha en el reloj y suena entonces la sirena.
Allí está sonriente esperándole igual que ayer y anteayer la inmensa nave industrial, las inmensas maquinarias, todas gritando a la vez poseídas por el infatigable demonio de la producción.
Ya está cantando a todo pulmón el Carmelo, que conduce el toro transportador, dando vueltas y más vueltas en los cruces de pasillos como un rejoneador triunfante.
Hay que arreglar la curvadora de chapa, Benito. Eso dice la nota que le dejó el operario que salía del turno de noche.
Se enfunda sus guantes de mecánico, saluda al Jose, al Bernardo y al Chispas mientras se va a lo suyo.
Benito no sabe si canturrea o refunfuña, todavía está un poco tonto.
Le da al botón verde y el monstruo no obedece.
Las dos palas sobre las que se depositan las planchas están atascadas y no es capaz de verles el qué.
Se apoya en una de ellas como asomándose a una barandilla para echarles un ojo a los engranajes.
Parece que hay algo en una de las ruedas. Habrá caído un tornillo seguramente.
Se echa mano al bolsillo de atrás y saca un destornilladar alargado.
Intenta llegar al problema, a ver si haciendo palanca logra que salte el objeto intruso y se liberen las coronas.
Lo consigue estando ya casi cabeza abajo, apoyado con el vientre en la pala como una toalla en su toallero.
Benito todavía está adormilado. El botón verde se quedó accionado y la máquina arranca.
Las pesadas palas se disparan en brutal embestida con él encima y lo aplastan repetidamente contra la plataforma de chapas.
Todos los que alcanzan a verlo, corren como el pánico hacia el botón rojo.


II - TRAS LA CONVALECENCIA.
Benito cuando despierta de su última intervención, y han habido muchas, sabe que quedará ligeramente cojo, que le dolerán las fracturas y los remaches de la cadera, pero le da lo mismo.
Muchas cosas le dan lo mismo desde que le dijo solemnemente el especialista que no había podido hacer nada por su aparato genital.
"Aparato genital" le llama la ciencia a los cojones- piensa Benito- mientras sonríe en media mueca y llora por la noche al pensar en que tal vez acabe cantando opereta.


III - MI, YO, BENITO.
¿Qué entendemos por "yo", a qué llamamos así?.
Yo es la persona de cada individuo, su identidad.
Yo, ¿es todo nuestro ser?. ¿Las manos también son yo aún cuando ya no estén unidas a nuestros brazos?.
Todo no es yo. Hay partes, tejidos,órganos, que son perfectamente prescindibles como colas de lagartija.
Las uñas, el cabello, los dedos, el apéndice intestinal ese del que se descansa cuando se extirpa, son unicamente "mis cabellos, mis uñas, mis dedos..."
Son yos menores, sólo meros ornamentos del yo mayor. Y ese yo, gravemente, nada más se formula cuando llegamos a alguna pieza imprescindible, a alguna víscera que nos privaría de seguir vivos.
Yo sin mis genitales puedo seguir vivo, por lo tanto debo aprender que no se trataba de mí, que no eran yo, sólo eran unos genitales.
Mas, pese a seguir respirando con regularidad, la vida que me han dejado no se identifica con la que tenía cuando podía contar con ellos.
Quizás eso derrumbe las teorías que se edifican sobre obviedades. Las cosas no son tan fáciles. El ser humano es cada ejemplar un yo distinto, con distintas importancias.
Acaso mis cojones, no eran mis cojones sino yo, no todo yo, pero sí imprescindibles. Porque hay individuos para los que vivir no es mera biología.