ESCOZOR
-Camila, no llores más, te juro que sólo serán unos pocos días.
Después de tus palabras y habiendo logrado calmar mi angustia, te ayudé a preparar el equipaje. Lo hicimos con lentitud y en silencio, el que sólo interrumpiste para decirme que saldríamos enseguida a comer a ese restaurante donde tantas veces fuimos en el primer tiempo de nuestro matrimonio; el que había empezado a vivir desde hacía ya algo más de seis años. Esa noche, igual que antes tuvimos una cena espléndida; después fuimos a bailar. Me hizo tan bien la mezquindad de las luces del lugar, el sabor agridulce de ese nuevo licor que probamos, la ternura con que me trataste, y el que no me formularas preguntas; no me sentía con habilidad para soslayarlas y últimamente habían frecuentado tanto tu boca. Llegando a casa, sin mayores preámbulos, hicimos el amor con el deseo y el frenesí de antes; nos quedamos luego tendidos ambos de espalda mirando nada, sumidos cada uno en su mundo interno, no sé cuales eran tus pensamientos, pero en mi mente bullía la misma angustia de hacía un mes.
El sonar del despertador no tuvo que despertarnos, no habíamos dormido; sólo nos recordó que ya debías partir.
- Te noto muy rara - dijiste a punto de irte - pareciera que hay algo que te preocupa mucho, estás tensa, como todo este último tiempo ¿que ocurre?, ¿acaso lo que te dije el otro día... ? Te interrumpí para desearte que te fuera muy bien y darte el último beso.
Estuve horas sentada en la mecedora vieja del cuarto de aplanchado tratando de entender como llegó a complicarse todo. ¡Me casé contigo porque te amaba tanto!; pero nuestra vida juntos, muy luego monotizó hasta el último sentimiento. Tenías tantas exigencias para mí, tantas recriminaciones, tantos lamentos:
- Que no teníamos hijos
- Que las cuentas tan grandes
- Que esto y que aquello.
Sin que te enteraras hice amistad con Raúl, el dueño de la farmacia cercana. Nos juntamos algunas veces para conversar sobre tantos gustos que teníamos en común, de ahí nada costó para que uno de esos esporádicos encuentros fuera en un motel. Ese nuevo cuerpo ... ese secreto mío me hizo soportable nuestra vida sosa. Con ese recuerdo me sería suficiente para seguir por siempre a tu lado minimizando los escollos y tratando de adaptarme a ti, así que decidí dar por terminada esa aventura.
En efecto, y para mi alegría hubo un relax en las tensiones de nuestra relación. Tiempo después fue necesario hacerme el famoso examen que confirmó mis sospechas: ¡Por fin seríamos tres! La alegría del resultado se deshizo muy luego; no había imaginado que esto me obligaría a dejarte.
Ahora acá, lejos de ti y sentada en otra mecedora, (siempre me las he arreglado para tener una), recordándolo todo con desazón; siento de nuevo la angustia de cuando temía y esperaba tu inminente viaje, para partir yo al día siguiente. Lo hice así sin explicaciones; simplemente cuando tu llegaste, ya no estuve nunca más. No me atreví a hacerlo de otra forma; no después de la confesión que me hiciste minutos antes de contarte que me había hecho el esclarecedor examen:
- Camila, debo decirte algo; sé que tendría que haber sido mucho antes y que no hay explicación válida que justifique éste retraso. Pero no pude; ¡por favor perdóname Camila! Cuando yo era niño tuve un severo accidente del cual terminé por reponerme; me quedó una sola consecuencia..."nunca podré engendrar hijos."-