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Categoría: Urbanos

ESCRÍBEME...

Nunca me gustó escuchar a la gente. Quizás, por ello, tampoco podía escucharme a mí... Debió ser así, porque mi vida era un caos, yo parecía como un dolor con piernas, cabeza y brazos. La angustia se había apoderado de mi alma, élla, estaba delante de todo...

Por eso, cada vez que conversaba con alguien y que yo sintiera confianza, lo único que hablaba era acerca de mi dolor, mi miseria... Era, ahora que lo veo de lejos, un cuadro muy triste...

Creo que todo sería igual sino me hubiese encontrado con Lucía; aunque élla, no era élla, sino él...

Cuando la vi por primera vez, mi primera sensación fue de temor. Lucía era travestíes, delgada y alta, blanca como la nieve, de cabellos largos y negros como la tinta china, sus ojos y su rostro, aunque torcidamente masculino, tenía una gracia femenil, tan delicada que me hicieron sentir gran confianza...

Fue en el bus, cuando iba hacia la universidad que la vi. Ella estaba al frente de mí, tenía un libro que leía con atención... Me di cuenta de eso cuando el cobrador le pidió, insistentemente, el boleto de viaje. Lucía levanto sus ojos negros y, sorprendida dijo: "Ah"; luego, como si volviera de un viaje sideral, la sangre le volvió al rostro, y pagó su boleto.

Aquella imagen de inocencia y sorpresa en su rostro me atrajo la atención, por ello, no dejé de mirarla... pasó algo increíble, vi en su imagen la misma belleza que cuando salía de mis clases y veía el atardecer, como una semblanza de paz...

La siguiente vez, fue en la librería. En mi clase de Literatura me pidieron como tarea que leyera literatura francesa. Siempre me gustó la lectura, pero lo que más me atraía eran los libros místicos o los libros históricos... Jamás había leído literatura francesa.

Fui con la lista que me dio el profesor a esta librería y, como contaba, me encontré nuevamente, con alegría, a Lucía... Como siempre, la encontré leyendo.

- Buenas tardes - le dije

- Buenas, mi nombre es Lucía, en que puedo servirte - me dijo

Le expliqué lo que deseaba, y, me di cuanta que, aparte de escucharme, no dejaba de mirarme a los ojos, con aquella bondad que sentí la primera vez... Le conté que lo había visto en el bus, y que había observado su gran afición por la lectura... Cuando me sentí con más confianza, le pregunté el por qué de su desviada actitud, y, al contrario de ofenderse por mis tontas preguntas, demostraba gran alegría, y observé que me escuchaba como quien escucha hablar a un niño cosas graciosamente estúpidas...

No supe cuanto tiempo hablé con ella, pero fue bastante... Cuando las luces de la ciudad empezaron a encenderse me di cuenta que tenía que irme. Durante todo el tiempo yo estuve hablando y Lucía, con gran atención, me escuchaba, siempre con aquella sana sonrisa. Callé, y élla, me pidió que antes de irme esperara un instante. Le dije que no había problema, y esperé. Al cabo de un minuto, Lucía regresó con un libro en la mano, y me pidió que lo leyera, pues me ayudaría mucho a encontrar lo que busco... Luego, me dio un beso en la mejilla, me sacudió los cabellos y me dijo: "Adiós".

Con el libro en la mano, salí a la calle. Caminaba tranquilamente hacia mi casa cuando me di cuenta que llevaba el libro bajo el brazo, no lo había pagado. Regresé sobre mis pasos, y, cuando llegué a la librería, estaba cerrada... Vi un auto que arrancaba en mitad de la calle, y pude ver dentro, el perfil de Lucía que se perdía en la oscuridad de la ciudad... Me dije a mi mismo que otro día regresaría a pagarle, pero que lo leería apenas llegara a mi casa.

Cuando llegué a mi hogar, encontré a mi paciente madre que me había preparado un sabroso lonche. Mientras apagaba mi hambre, cogí el libro y leí que su autor era Camus, y el título de la obra era: "La muerte feliz", publicada póstumamente... El libro me hechizo desde el principio, y no pude dejar de leerlo durante toda la noche, hasta el amanecer. No me di cuenta que mi madre, entraba y salía de mi cuarto, como preguntándose lo que estudiaba. Cuando terminé de leerlo, me sorprendí al ver delante de mi escritorio un suculento desayuno que mi amorosa madre me había preparado, con una dulce nota: "Todo buen estudiante, necesita un buen alimento".

Diariamente, después de salir de mis estudios, me dirigía a la librería para conversar con Lucía... El día en que fui a pagarle el libro, élla no quiso recibir mi dinero, diciéndome que una vez terminara de leerlo que se lo devolviese. Así fue como empecé a transformarme en un apasionado lector. Claro que no siempre iba a visitar a Lucía, no, pues me daba vergüenza que pensara y los demás visitantes también que yo era igual a élla, y, además, conchudo... Uno tiene siempre que cuidarse del que dirán los demás, además, no quería abusar de la confianza que Lucía me brindaba...

Casi cuatro veces a la semana iba al centro de la ciudad a comprarme libros usados. Allí hice nuevas amistades, aunque no me gustaba conversar mucho, solo compraba mi libro, los escuchaba un momento y me iba... En cambio con Lucía era diferente, por eso, cuando terminaba de leer un buen libro, la iba a visitar para comentar mi lectura, y siempre, siempre, élla, me escuchaba con ese rostro sin tiempo que me hacía sentirme menos solo y menos angustiado... Jamás, en todo el tiempo que la conocí, élla, me hizo propuestas indecentes; era una dama rosada, y, por mi lado, muy respetada...

Un día que llegué a la librería no la encontré... y por ello, fui al centro de la ciudad a comprarme un libro. Al día siguiente que fui, tampoco la encontré, pero, en su lugar vi otra persona. Era un señor gordo, pelado, con lentes y de aspecto disoluto, que no inspiraba confianza. Cuando me acerqué, me miró como diciendo: "Qué diablos quieres... ". Me puse delante de su escritorio y le pregunté por Lucía.

- Ah... La mariquita, está en el hospital... y, se está muriendo... Mejor, pues "esa gente" no merece pisar este mundo... - me dijo.

Le rogué que me dijera la dirección del hospital, el número de su cuarto, y el cerdo me miró como si yo apestara... Con un pedazo de papel, escribió los datos y empezó a mirarme como si yo apestara, hasta que salí de la librería.

Cuando llegué al hospital, encontré a un montón de personajes en la puerta de su cuarto. No pensé que tuviera tantos conocidos, los había desde intelectuales, hasta viejecitas charcherosas, también estaban los travestíes... Saludé a todos, y entré a lúgubre cuarto, pues todas las ventanas estaban cubiertas por negras cortinas, y solo había varias velas que iluminaban el cuarto. Más parecía un velorio que un cuarto de hospital. Vi a Lucía echada como sentada en su cama, apoyada por varios almohadones... y la vi tan pálida y delgada, que parecía como si la oscuridad le chupara la vida. Era una triste escena. Cuando abrió los hundidos ojos, me miró y como un Sol me sonrió, yo me alegré...

- Hola - Me dijo, siempre con el rostro abierto y sonriente. Ingenuamente, le pregunté cómo estaba... Ella, como siempre, me empezó a escuchar con una cálida sonrisa.

Hablé casi sin darme cuenta del tiempo, como la primera vez que la visité en la librería y sentí que debía visitarla lo mas que pudiera, sentí que yo le necesitaba mas que ella a mí... Así lo hice, hasta que Lucía murió.

Yo iba diariamente a verla, a pesar de los insultos de mis amigos que decían que yo era maricón... Empecé a ver diferente. Comencé a observar que casi todo el mundo se mueve por la lógica. Hacen todo de acuerdo a lo que han aprendido en el Colegio, o en sus hogares, pero, no hacen caso a la intuición, ni al sentimiento de amor... Aquel razonamiento me ayudó para hacer lo que me gustaba, pues, dejé de estudiar ciencia, y me dediqué a leer, y ser autodidacta... ante el rechazo de mis padres y de mis amigos, pero, por primera vez hacía algo por convicción...

Fue muy triste ver a Lucía como se iba chupando día a día, como una rosa que se marchita sin el Sol. Sus ojos eran casi dos huecos, su rostro era amarillo, su piel era como una fina película que cubría su esqueleto, sus manos eran como dos pedazos secos de madera... Lo único que no cambiaba y escapaba a todo su mal fue su sonrisa, y sus ganas de escucharme... Me di cuenta que Lucía no tenía amigos, pues conforme pasaba el tiempo, nadie la iba a visitar... Tan solo yo, y su anciana madre hasta el final...

Nunca olvidaré el momento en que murió. Sentí que las lágrimas perlaban mi cara, le cogí su fría mano y se la apreté, y élla, me dijo algo maravilloso que hasta el día de hoy no lo olvido: "Escríbeme"... Luego, me apretó mi mano hasta que sentí que, me la soltaba para siempre...

Estuve deprimido muchos meses. Mis padres no aceptaron que yo dejara de estudiar, por ello, tuve que irme de mi hogar, ante el dolor de mi madre... Empecé a trabajar en una cafetería como lavaplatos, y durante las noches me iba a mi cuarto a leer, y leer, para luego quedarme dormido sobre los libros. Una noche sentí que no podía dormir y salí a caminar por la ciudad, pasé por la librería en donde trabajó Lucía, y un hondo pesar pasó por mi corazón, y, nuevamente me sentí solo y triste. Seguí caminado durante toda la noche y encontré tanta gente noctambula, de todos los tipos, habían guys, rameras, ladrones, en fin, todo un mundo de murciélagos que se chupan la vida unos a otros.

Cuando llegué a mi cuarto, aún me sentía mal, fue entonces en que recordé las palabras de Lucía: "Escríbeme"... Miré las paredes de mi cuarto y creí ver la sonrisa de élla dibujada en la sucia pared... No supe porque, pero cogí un plumón y un papel grande y escribí la palabra de Lucía: ESCRÍBEME. La pegué sobre un cartón, luego, clavé un clavo en la pared, y la coloqué como un cuadro. Me puse a observarla y sentí que la tristeza me ahogaba, la ansiedad como una sierpe me apretaba mi cuello... Leí nuevamente, "Escríbeme", y lo hice. Cogí un papel, y le conté todo lo que había experimentado durante mi caminata nocturna... Mientras lo hacía, algo hermoso pasó en mi interior, pues una nueva emoción me llenaba la existencia, y, con alegría recibí aquella experiencia, como si yo fuera el desierto que recibe la lluvia del cielo, y agradece aquel regalo... Realmente fue maravilloso, pues, mientras escribía, me sentí escuchado... como si fuera la primera vez, allí, en la librería... Toda la noche la pasé escribiendo y cuando me levanté, encontré a mi madre que, con una cálida sonrisa, me invitó a que volviera a mi hogar... Así lo hice.

Ha pasado mucho tiempo, y ya he publicado algunos libros, con relativo éxito. Descubrí, en mi camino de escritor, que no hay nada tan hermoso como escuchar al vecino, sea quien sea. Aquello lo aprendí cuando empecé a escucharme, y a escribirle a Lucía...


Joe 31/03/04
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 8334
  • Fecha: 11-04-2004
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 5.24
  • Votos: 68
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3676
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
manuel
invitado-manuel 17-04-2004 00:00:00

bonita fábula sobre la necesidad de comunicarnos, la falta de comunicación es lo que realmente nos ahoga, y la mayor de las ansiedades.

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