Cuando él amó a un ser como nunca había amado, y como nunca jamás volvería a amar, ese ser se hizo inalcanzable. Ella se llamaba Yineska, una muchacha de una belleza infinita. Una princesa eterna. El más bello encanto hecho mujer. Una hada madrina viendo aquella imposibilidad de que él la pudiese conquistar, se le apareció y le dijo que le concedería un solo deseo. Que pensara muy bien el deseo que le pediría. Él le dijo al hada madrina, cuando veo a Yineska, que es rara vez, siempre es por un breve instante. Y cada breve instante lo vivo como si fuese un instante eterno. Como sé que jamás la podré conquistar, cosa que acepto con todo mí ser, mi deseo es que me la pueda encontrar alguna vez, que la pueda saludar y ella igual me salude con una bella sonrisa. Deseo que ese instante de ese saludo para mí se haga eterno. La hada madrina lo miró extrañada, y le dijo, quedarás eternizado en un breve instante. Él le respondió, ese es mi deseo. Y así fue, su deseo le fue concedido. Así, ese alguna vez fue. Ella venía caminando, él se la encontró, y mirándola al rostro la saludó diciéndole hola. Ella sonriendo le respondió con otro hola. Para ella fue un breve instante sin importancia. Un breve instante que olvido apenas terminó de decirle hola. Ella siguió su camino y vivió su vida sin jamás recordar aquel breve saludo. Para él, el mejor deseo que pudo haber pedido. Un saludo de un breve instante, un instante que se hizo eterno. Eternamente mirándola a ella, a su rostro de amor y vida. Disfrutando por siempre de su belleza infinita. Escuchando eternamente su seductora voz. Escudriñando por siempre cada detalle de su cabello, de sus ojos, de su boca. Vivir por siempre aquel instante donde por siempre podría estar hablándole. Por siempre mirándola, escuchándola. Por siempre sintiendo a la muchacha de la cual se enamoró y que se sabía que sería por un tiempo sin fin. Quedó eternizado en un saludo eterno. Quedó eternizado en el más bello instante de su vida. Quedó eternizado en un saludo donde por siempre estaría con ella.