A Juan Francisco Pérez Alfonso le dio un día por olerlo todo. El olfato , pensaba, era uno de los sentidos del cual uno menos se percataba, salvo en los momentos en que el olor era tan notable como para darse cuenta. Las comidas, la ida al baño, el paso del camión de basura , un perfume de mujer, son aromas notables en un día a día. -Pero de resto ¿qué olemos?- pensaba . Entonces, luego de meditar profundamente en la ardua misión que le esperaba, se levantó un día dispuesto a olerlo todo. Al abrir los ojos lo primero que hizo fue hacer una honda inspiración. Percibió el aroma de la almohada que apretujaba su nariz que su mamá definía como “nariz de huele trapito” es decir, con las ventanitas aventadas. Era un olor a saliva reseca acumulada durante años en las fibras de la almohada. Al olfatear más allá percibió en aroma del pelo de su mujer que olía a cebo con toques de lavanda. De la cama al baño se fue arrastrado pegando la nariz a las pantuflas, que le recordaban al perro recién bañado , el piso, que olía tierra. Al llegar a la puerta se incorporó sobre sus pies oliendo las paredes, luego olió el grifo, la alfombra, la pasta de dientes, el cepillo, la poceta (donde se hace pu) . Hasta ahora estaba sorprendido de cuantos olores se había percatado. Luego de olerlo todo en su casa se dirigió a su trabajo y en el camino aspiraba y exhalaba el aire con mucho cuidado tratando de captar cada olor. De la calle al bus olió flores, humo, perfumes, gente que no se había bañado esa mañana. En el bus olió jabones, champúes, desodorantes y alientos variados. En el trabajo olió plástico, desinfectante de pisos, café, y alguna que otra discreta flatuencia de la secretaria. De regreso a casa en el bus los olores fueron más evidentes. El concierto de sudores y violines ( mal olor de axilas) se mezclaban. En la calle , camino a casa, olor a perro caliente, humo y basura. Exhausto de tanto oler, Juan Francisco se fue la cama. Al segundo día decidió seguir indagando, y sí otro día y otro. Con el tiempo, su olfato se hizo cada vez más agudo. Ya podía clasificar los distintos olores, y así reconocía quien se había bañado en la oficina y quién no, a quién se le había escapado una flatulencia, quién tenía las muelas podridas. Además podía, por el aliento, saber que había comido la persona en el desayuno o almuerzo. Se hizo experto en reconocer marcas de productos cosméticos. Clasificaba la basura compacta del camión de basura que pasaba. Diferenciaba entre los papeles del baño, comida, ropa, cartones, periódicos. Ya nada ni nadie podía pasar desapercibido. Su mujer no escapó a esto. Aprendió el lenguaje de su cuerpo a través del olfato y podía saber si estaba de ánimo para hacer “cochitas”,también saber que había cocinado, si había ido al baño, si alguien había estado con ella. Si había estado con la mamá olía a desinfectante de baño, con la vecina ,a pachulí. Un día Juan Francisco llegó un poco más temprano que de costumbre. Al nomás abrir la puerta Juan francisco sintió un olor a sudor fuerte. Trató de ignorarlo. Luego, cuando la mujer le pasó por el frente dejando un halo que salía de entre sus faldas, sintió un olor a pelo de hombre, y cuando la mujer le habló de cerca percibió partículas de tabaco en su aroma.¡ Y ella no fumaba! Pobre Juan Francisco, a los pocos días constató lo que supo desde el principio: ¡ Su Pepita lo engañaba! El pobre desgraciado se peleó con su mujer, y se fue de la casa vivir sólo. Pero se volvió un desgraciado. Saber tanto de olores lo había hecho perder lo más preciado, así que se dedicó a volcar su amargura hacia los demás. No importaba donde estuviera, su misión era desenmascarar a la gente sin la mas mínima compasión. Así, en los autobuses se paraba de repente y con su dedo señalaba: _ La señorita se tiró un peo- Dejando a la pobre fémina en ridículo ante los ojos de todos.- Este tipo comió huevo y no se cepilló - . - ¡Mira, lávate las manos, cochino, después de orinar!. Ni siquiera en su trabajo dejó de actuar así, y cuando un día le dijo a la secretaria del jefe que no hiciera sexo en el trabajo, lo despidieron. El pobre Juan Francisco vagó y vagó por muchos días sin saber que hacer, hasta que llegó el Circo de Los hermanos Raguski. Los dueños del Circo se asombraron ante su talento y Juan Francisco se ganó un espacio exclusivo para presentar su show, en donde con los ojos cerrados le ponían a adivinar las combinaciones de olores más impensables. Y sí por muchos años, en El Circo Hermanos Raguski se podía ver como número estelar al Increíble, El Único, El Enigmático “ Frank El Oledor” .
Este cuento es de lo mas cursi y sin gracia. Yo lo que necesito que me envién son cuentos eróticos y calientes ya sean de hechos reales o fantasías. Gracias.