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El columpio rojo

Muchas veces recordamos anécdotas cómicas y tristes de nuestra infancia, pero son los recuerdos incoherentes los que hacen de esa infancia algo mucho más interesante. La mayoría de las veces, cuando vuelven esas imágenes y situaciones a nuestras mentes, muchos comparten esas experiencias con nosotros pero, ¿qué sucede con esos extraños y cómicos recuerdos que nadie los vivió? Pues bien, sirven para escribir.
¿Quién no se subió a un columpio rojo cuando tenía ocho años? ¿Cuántas veces ese columpio no estaba oxidado?
Después de mucho tiempo subí a un columpio rojo que, aún no siendo el mismo de mis ocho años, me hizo llegar a ese estado de concentración tan absurdo y extraño que hoy me hace escribir. Subir a un columpio no es cualquier cosa, tenemos que concentrarnos para mantener el equilibrio y esforzarnos para llegar tan alto como podemos. Pero en ese estado de concentración, en mi mente solía ocurrir algo extraordinario: intentaba entender lo que él me decía.
Como todos sabemos, las cosas no hablan. Sin embargo, por cuestiones de física, los objetos emiten sonidos. Este columpio, para mí, hablaba. Ahora se que todo se debía al contacto de los metales oxidados, pero para aquel momento su chirrido intentaba comunicarme algo. Lo más interesante de todo es que esa comunicación estaba determinada por mi imaginación y el sonido que, a su vez, dependía de la velocidad con la que me balanceaba.
Balancearse significaba ir hacia adelante y hacia atrás, un constante ir y venir que, a pesar de mis grandes esfuerzos, el recorrido era muy corto. Siempre faltaba una sílaba, nunca mi imaginación pudo lograr combinar una frase u oración que congeniara con ese sonido.
Ahora me pregunto ¿por qué tendría que conseguir obligatoriamente una frase coherente cuya métrica fuese igual al chirrido? ¿No podía simplemente ignorar el sonido? Pues no. Me esforzaba cada vez más para que el recorrido se volviera cada más largo y pudiera completar mi frase.
Mi estado en ese momento era tal que olvidaba mi fobia a las alturas, perdía el sentido de la vista y ese árbol que aparecía y desaparecía de forma constante dejaba de existir.
Puesto que el columpio comunicaba sólo lo que yo quería y podía imaginar, hoy veo que balancearse en este artefacto tan usual e ignorado en nuestras vidas de adultos es algo más que una simple actividad. Requiere de una labor física y mental simultánea.
Estoy segura de que algún día conseguiré las palabras que yo y mi columpio queramos escuchar.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Juan Andueza G.
invitado-Juan Andueza G. 17-06-2003 00:00:00

Hola Jessica : te cuento que según mi opinión escribes bastante bien...y una sugerencia ¿ podrías intentar ser más transgresora en el próximo texto?. Gracias y mis saludos cordiales.

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