En tiempos lejanos vivía un viejito con su viejita. El viejito le pegaba siempre a la viejita gritándole: -¿Tú por qué no me has parido un niño?.
Un día que el viejito había salido, la viejita agarró un ratón, lo envolvió en una zamarra y lo acostó en la cama. Sólo que cuando el viejo regresó, le preguntó: -¿Y eso, qué es? -, a lo cual respondió la viejita: -Hoy parí un niño-. -Magnífico -respondió el viejito muy contento. Miró al niño y preguntó: -¿Por qué pariste un niño tan peludo?-, y contestó ella: -Tiene ya lista su chaqueta para ir a montarles guardia a los caballos de noche.
-Sí, ¿y por qué lo pariste con esa cola?- insistió el viejito.
-Tiene ya lista su urga para ir a por caballos.
-¿Y por qué lo pariste hasta con barba?
-Tiene ya lista su barba para cuando será oficial.
-Pero, si hasta dientes tiene.
-Tiene ya listos sus dientes para comer riñón.
De todas maneras, el viejito estaba muy contento. Hablaron de lavar al niñito y el viejito se lo llevó para ir a lavarlo él mismo. Volvió inmediatamente llorando: -Perdí al niño en el agua-. La viejita dijo: -¿Y qué voy a hacer yo ahora? Parirte un niño, yo te lo parí. Es culpa tuya si no lo supiste cuidar bien, por lo que no me vayas a pegar más-. Y cuentan que el viejo dejó de pegarle desde entonces.