Nos dirigimos hacia allí y a decir verdad no parecía estar muy segura sobre lo que íbamos a hacer. Se trataba de una experiencia apasionante pero a la vez era algo nuevo a lo que enfrentarse. Al llegar pudimos comprobar que el lugar era amplio y con mucha luz, podría incluso haber sido mejor pero no estaba mal. Tras cruzar la puerta un haz de miradas se cruzaron en distintos sentidos para desembocar en aquella mujer que me acompañaba. Como saludo un coloquial y breve “hola, ¿qué tal?”. Alguien comentó algunas frases a los jóvenes pintores, de los cuales, diez años después al menos un par de ellos se encuentran entre los más afamados artistas contemporáneos de nuestro país.
Ese alguien era el director del estudio, pasaba por ser uno de los directores más exigentes con sus alumnos y no dudaba en expulsar inmediatamente a todo aquel que no demostrase prontamente su capacidad artística. “Bien, empecemos”, esa fue la frase que tan bien conocían aquellos jóvenes, sin embargo, para ella no era nada habitual, tras un suspiro dejó caer la toalla y por un instante bajó la mirada para acto seguido levantarla observando tímidamente a quienes se sentaban en los taburetes, perfilando a grandes rasgos los primeros trazos de la silueta de una hermosa mujer. Los carboncillos se deslizaban una y otra vez por el lienzo, el maestro se paseaba por detrás de ellos asintiendo, comentando y resaltando aquellos detalles que consideraba relevantes. La mujer estaba más tranquila, sin embargo, le hice comprender al director que me gustaría que posase sobre el pedestal que se encontraba en el centro del estudio. Su aspecto mejoró en gran medida, la luz llegaba más tenue y parecía casi una diosa, momentos después ella misma se sentía una musa, más bien LA MUSA.
El director se acercó y le dijo “todo va bien, no estés tensa”, acto seguido pasé mi mano por su cuerpo, una caricia cómplice, suave que provocó un leve y armonioso gesto para a continuación alzar sus manos. Ahora la actividad se hacía más frenética, todos la contemplaban como algo verdaderamente especial y cuando la ventilación funcionó meciendo delicadamente su cabello creímos que volaba entre las nubes y es que volaba.
Volaban sus manos, sus labios, sus ojos, su piel, toda ella brotó de aquel pedestal e invadió con su presencia todo el estudio. Fue algo emocionante, una ráfaga de pinceles iban y venían cargados de colores mientras el maestro aprobaba con su mirada de artista porque ya desapareció la del estricto director. Cada instante daba paso a una vorágine de arte, concibiendo algo terrenal y transformándolo en algo que estaba mucho más allá, ya estaba en las entrañas del talento que busca y plasma el infinito.
Allí estaba yo, asistiendo privilegiado a tamaño espectáculo en el que discurría junto a este o el otro artista del estudio, impresionándome por cómo eran capaces de conmoverme con su lluvia de colores, con aquella mujer, diosa, musa o quien sabe qué calificativo aplicar a la belleza que se exponía radiante ante nuestros ojos y frente al mundo o por encima de él.
Por un momento creí verla divina y algo así debió ser. Finalmente se acabó el tiempo asignado, le devolvimos la toalla a la modelo que descendió del pedestal. Ahora se manifestaba humana, tiritaba un poco, se sentía encandilada, sin duda, pudo sentir como sacaban de ella su propia alma para inmortalizarla en el lienzo.
Este era un momento difícil, posiblemente uno de los más arduos que haya tenido jamás. Este era el lapso en el que debía elegir uno de aquellos cuadros, ese sería nuestro obsequio por parte de los jóvenes artistas del estudio. Mi mente abrigaba una inmensa sensación de impotencia e injusticia porque deseé llevarme para siempre todos y cada uno de aquellos cuadros. En aquellas tiras de tela la vi, voluptuosa, romántica, dulce, mordaz, inteligente, divertida, apasionada, cercana, distante y todas ellas eran ella.
Tras una larga pausa me fijé en uno de ellos, no sé muy bien la causa, o quizá sí. Aquel artista había recogido el fugaz instante de la caricia, lo había observado y congelado para siempre. En ese momento ella tenía los labios entreabiertos, y la mirada repleta de fuerza y dulzura, parecía la diosa que momentos antes nos había cautivado, esa simplemente divina y por supuesto deseé poseer aquel instante para siempre.
El cuadro llegó al salón principal y como cualquiera supondría su estancia no fue fácil en presencia de los invitados. He de decir que no fueron pocas las veces en las que sorprendía absortos a los hombres que se rendían por completo ante la obra, pocos de ellos lograron escapar sin enamorarse de aquella musa para el resto de sus vidas, en cuanto a ellas, creo recordar multitud de miradas de soslayo en principio envidiosas, admiradas después.
El cuadro es mucho más que un cuadro y solo en una situación salió del privilegiado lugar que atesoró la fortuna de disfrutar de su presencia, en aquella ocasión la galería de arte recibió suculentas ofertas, tentadoras, magníficas, aquel cuadro fue tan anhelado como la musa que lo hizo posible, sin embargo, antes, como ahora y siempre es mío y aún más, es parte de mí, por eso aunque bien pude hacerme rico con algunas de las ofertas, ésta es mi respuesta. La diosa no está en venta.