Fue un día caluroso, pero en la tarde el peso del sol se dio la mano con una brisa suave que hizo de la tarde bastante agradable . Además, todo el pueblo esperaba el inicio del carnaval que tendría lugar en la noche. La gente se preparaba con dos años de anticipación para esta festividad. Era comprensible, un pueblo latino, chico, cuya gente se conocía y se caracterizaba por ser alegre, por ser inmunes ante las desgracias que escasamente los azotaban.
En aquel pueblito vivía Fernando, joven delgado, de cabellos negros, de rostro simétrico e imberbe, músico, poeta y bohemio tocaba en un bar y vivía en un cuarto que le arrendaba a don Fermín Malaspulgas, dueño de la posada “El saltamontes picarón”. Fernando tocaba y vivía junto a su hermano David, diestro exponente de la guitarra y osado joven defensor de los ideales revolucionarios.
Una tarde mientras pescaban en un riachuelo, cuyo verdor descollaba inaudito en aquella árida zona, Fernando y David, vieron a dos hermosas mujeres, Fernando con impasible actitud agradeció a los dioses el beneplácito de otorgarle ver a tan hermosas mujeres que ostentaban una beldad pantagruélica. David, por su parte con diletante actitud se lanzó a perseguirlas, mas no consiguió nada, sólo se esfumaron.
Fernando turbado por aquella visión onírica que tuvo, sufrió un gran imprevisto al ver entrar al bar a una de esas hermosas mujeres que junto a su hermano vio cerca del riachuelo, jugando y corriendo como dos ángeles que alborozados en el paraíso gozan imperecederamente del capricho de encantar a los hombres con su hermoso hermetismo. Se llamaba Marcela, pero le decían “Mere”, su belleza era inefable, sus labios estaban compuestos de dos aquilatados rubíes, su mirada sensual desvestía la cándida imaginación de cualquier sujeto, era hija de don Eleodoro Márquez y Valeria Undurraga, pareja conservadora, reaccionarios frente a la actitud desinhibida y la bohemia de la juventud actual que corrompe los otrora excelsos principios sociales, dueños de la única Botica del pueblo.
Fernando conversó con su hermano, y le aseguró que Mere sería de él, y que no claudicaría ante la adversidad. David, viajaría ese día a otro pueblo, donde aleccionaría a sus habitantes sobre la importancia de mantener incólume los ideales de revolución y luchar contra cualquier clase de dominación.
La fiesta comenzó, la gente llegó de todos lados, parecían ríos de densa muchedumbre, la gente gozaba y bailaba al compás de la música y la comparsa, las mujeres hermosas bailaban y danzaban hechizando a los incautos y calientes hombres. Una de esas mujeres era Mere bailando sensualmente, moviendo sus caderas con parsimoniosa suavidad, al compás suave de la música que expelía notas de júbilo y regocijo. Fue en ese preciso instante, que Fernando armado de numantino coraje cantó y sedujo a Mere, dedicándole versos que eran el elixir de la belleza, se decía que era una estructura loable al amor. Mere, bella mujer que era indiferente ante las mundanas propuestas de los hombres del pueblo, se dijo que su corazón fue fundado en hierro, pero los versos de Fernando y el aplomo con que emprendió tal acción, derritieron el corazón de Mere. Pero quiso el destino que la desgracia acompañara tan sublime encantamiento, pues apenas sus cuerpos se rozaron lentamente al ritmo de los imponentes acordes de la guitarra, un macetero adquirió vida propia y cayó del tejado hiriendo al joven Fernando en la cabeza, causándole una hemorragia intensa e incesante. Mere despavorida lo acude socorriéndolo y llevándoselo a un aposento, para realizar las respectivas curaciones. Sin embargo fue tanta la sangre que inundó el jolgorio festivo de infausto carmesí, anegó toda la calle principal de melancolía y aquel hermoso y pintoresco carnaval devino en angustia y paranoia colectiva, fue tanta la sangre que los niños más chicos se ahogaron en los llantos de madres desconsoladas por la cruenta catástrofe. El pueblo no conocía el sabor de la infelicidad. Debido a la ingente cantidad de sangre que anegó al pueblo se pensó que el joven Fernando había muerto, lamentándose las mujeres por el deceso de alguien tan lozano y tan buen mozo donjuán, y los hombres por la muerte de un fiel compañero de bohemia.
Sin embargo, pocos sabían que realmente Fernando estaba vivo bajo el atento y cariñoso cuidado de Mere. Mere le brindó toda la protección para que Fernando se recuperase, sustrajo furtivamente de la botica de su padre medicamentos para sanarlo. Sus padres se preocuparon, al enterarse que su hija le sacaba medicamentos y se fugaba a cuidar a un tipo que “estaba muerto”. Los padres de Mere en una vehemente actitud sorprenden a su hija sustrayendo medicamentos para atender a un enfermo que esta muerto, preocupados deciden confinarla en su casa prohibiéndole visitar a Fernando, porque está muerto. Transcurridos dos días los padres la mandan a Francia con su tía Nicole a estudiar ciencias. Fernando al cabo de tres días despierta de su inconciencia, y desolado al no ver a Mere desfallece de amor, llorando lágrimas tan duras y ásperas que atravesaron el suelo, desesperado al no ver a su amada, mira por el balcón y ve las calles desiertas y aún húmedas de sangre, mustio y ceniciento vuelve a su cama, y decide asistir al único lugar donde encontrará a Mere, en sus pensamientos, en sus sueños.