Lo tengo que confesar, ya de una vez por todas y sin vuelta atrás: mi pasión es mirar. Mirarlo todo. Arriba, abajo, derecha, izquierda. Abarcar con los ojos el ambiente, comerme el mundo como un niño goloso, coronar mi cara con dos bocas más.
Pero aún tengo otra cosa que confesar: me pirran las mujeres. Circulo mis pupilas por cada curva, acaricio cada trecho del camino con las puntas de mis pestañas. No hay mejor topografía que la femenina. Sin mapas, sin provisiones, provisto sólo de dos brújulas me lanzo al descubrimiento de nuevas geografías y nuevos mundos ondulantes. No hay camino que no quiera recorrer, no existen dos valles iguales, no hay ninguna depresión más profunda que las cavidades de la mujer. Nada es tan comfortable como imaginarse pequeño y acurrucado encima del vientre eterno, dejarse caer por el tobogán de la espalda y acabar hubicado entre dos trazos, como de tierra labrada dos hoyos. Soy el Gran Voyeur.
Y no es vicio, entiéndanme, es pura admniración.Y me sabe mal, porque a ninguna puedo tocar, ni siquiera soy material. Libiano, espiritual, etérero. Una maldición. Y corre aquí, corre allá, ahora te piden ayuda en Cancún, ahora en la India, más tarde en Flipinas... Y entre tantas obligaciones, sufro. Sufro por no tener tiempo para mi más grab placer; no sólo vosotros os herís con vuestras bajas pasiones y debilidades, pero en mí es peor. Peor.Y no tengo nadie en quien confesarme, porque se supone que soy omnipotente, que estoy por encinma, que soy immaculado. Y virgen; eso, eso me pesa en el alma. Encima, virgen.
Una vez vale, pero dos no. No es ningún pseudónimo, es mi nombre! Deja de meterte con mi nombre, por favor... Vet