Se limpiaba las lágrimas que le salían a borbotones, y con su mano derecha encendió el vehículo, agarró con fuerza el peluchito blanco con el corazoncito rojo que le había regalado el día de San Valentín y lo lanzó violentamente al cesto de basura. Condujo sin rumbo por toda la ciudad como si estuviera desquiciada. Apretaba los labios, sonreía, luego reía a carcajadas y terminaba llorando de nuevo. El impacto era grande, tremendamente doloroso e inaceptable, pensó en el puente peatonal y giró el vehículo hacia allá.
A excepción de algunas escaramuzas y affaires con chicas de su mismo sexo, Marcos había sido el único hombre en su vida, por eso esta situación de desasosiego, acompañada de un sentimiento de frustración y rabia, y esos estados de ánimo que le hacían pasar tan fácilmente de las lágrimas a la risa. Llegó al puente peatonal, estacionó el vehículo sin cuidado alguno y subió con prisa la larga escalera observando emocionada todos los rincones de la estructura metálica. Al llegar arriba miró fascinada las aguas del mar caribe y rememoró las tardes que agotaba con Marcos en la contemplación de los atardeceres, pero se dio cuenta que no podía retener estas imágenes hermosas. Aparentemente su razonamiento fue bloqueado de manera tan severa que no podía pensar en otra cosa que no tuviera relación con lo que acababa de descubrir.
-Ya sé lo que haré, se dijo con seguridad como si hablara con alguien, bajó con soltura, encendió el auto mientras su móvil sonó: -“Maribel, soy yo Marcos”
No le oyó, cuando vio el Número en el ID lanzó con furia el celular al asiento de atrás; había sido acorralada por un sentimiento de cólera auténtico lo que ocasionó que empezara a llorar de nuevo, apretando el acelerador hasta el fondo.
Lo haré, será mi venganza, se repetía inundada de una extraña emoción, mientras estacionaba su vehículo en el aparcamiento de la vivienda de José, su eterno enamorado y a la postre el mejor amigo de Marcos. El arrebato que le rasgaba el alma no le permitió observar que había parado su vehículo justo al lado del de Marcos.
Entró al ascensor segura y decidida, componiendo su figura para aparentar lo más seductora posible. Tocó el timbre sin contemplaciones y mostró a José, quien salió con su bata de dormir, una nueva perspectiva de su esbelto cuerpo.
¡Tápate! Ordenó José, ¿que te sucede? ¿Has estado llorando? Preguntó aún asombrado.
Se tapó. Si, he llorado, lloré mucho, pero jamás derramaré una lágrima por Marcos, José.
¿Marcos?, si, si, claro, siéntate y cuéntame que ha pasado, contestó José sorprendido, al tiempo que le preparó una copa de coñac.
-Sabes, titubeó Maribel, antes de anoche, estando Marcos en casa recibió una llamada a su móvil que lo inquietó tanto que salió muy aprisa olvidando el móvil. Antes de devolverse a recogerlo verifiqué que el número de la llamada correspondía a una chica, y lo que es peor, las últimas ocho llamadas enviadas y recibidas venían de ella y para ella. Esta tarde pasé cerca de su casa y decidí saludar a su madre, y vi la chica en la propia habitación de Marcos. Su madre trató de explicarme pero no le oí, ya se que las madres apoyan todo. Estoy desolada, José, mi mundo se derrumba inmisericorde.
-Mi madre sólo trato de explicarte… sorprendió Marcos, quien oía la conversación desde la penumbra del pequeño bar del apartamento del amigo.
¿Explicarme que? Gritó Maribel, lanzando la copa con toda su fuerza hasta desmoronarse en un estrépito de vidrios rotos contra la frente de Marcos, ocasionándole una herida de cierta consideración.
En el salón de espera del hospital Maribel Lucía inquieta, nerviosa, se comía las uñas, sus piernas se movían como un abanico defectuoso, temía que José diera parte a la Policía, pero también quería ver a Marcos u oír del médico que sólo se trataba de una herida leve sin consecuencias ulteriores, sus nervios seguían alterados, esta vez le embargaba un sentimiento de incredulidad mezclado con lastima y culpabilidad. En ese estado alcanzó a ver la misma chica apuesta de cabellos dorados y ojos extraños que observó en la habitación de Marcos. Se dirigía hacia la banqueta de espera donde ella se encontraba.
Al verla venir hacia ella, la ira y la rabia regresaron y casi de manera automática, metió la mano en su bolso. La joven platinada, de manera elegante se sentó a su lado, con un saludo sin contestar, y preguntó obsequiosamente
¿Me imagino que eres la novia de Marcos?
Maribel no contestó, el rencor le había encendido el rostro, apretó los dientes hasta sangrar, sujetó con toda su fuerza el mango de una sevillana anti-ladrón que siempre llevaba en el bolso.
--Soy Vielka, la hermana de Marcos, se presentó la chica plateada.
No le oyó, no podía oírle, ya la ceguera producida por los celos se había apoderado de su conciencia e intentó sacar la sevillana, lo que fue advertido y evitado por José quien le apretó fuertemente la muñeca, aprovechando para hacer las presentaciones de lugar.
Maribel, ella es Vielka, la hermana de Marcos; Vielka, te presento a Maribel, la novia de Marcos, es decir, tu futura cuñada.
Maribel se tranquilizó; aunque sorprendida actuó con dignidad; colocó su cartera en el asiento y abrazó cariñosamente a Vielka, quien le explicó que había llegado la noche anterior de Boston y que su madre le había asignado el cuarto de su hermano, previa negociación con él.
-Por eso las llamadas- pensó Maribel, reparando esta vez, ya tranquila, en la belleza extraña de sus ojos y la tersura de sus cabellos de plata, invitándola –como un desagravio íntimo- a la cafetería del hospital, adonde se fueron agarrada de las manos, lo que aprovechó José para penetrar a la habitación y continuar acariciando la frente herida de su amigo del alma, Marcos, quien a su vez suspiraba de satisfacción, de una nueva y extraña satisfacción.
Joan Castillo
09-06-2005